
Opinión
La consulta de los arrepentidos
Este contexto ha dado lugar a una proliferación histórica de precandidatos presidenciales de todas las tendencias ideológicas.
Colombia se aproxima a una nueva elección presidencial, y el próximo mandatario deberá reemplazar a un gobierno que, para muchos, ha sido nefasto y ha intentado socavar las bases de la democracia hasta su último día. Este contexto ha dado lugar a una proliferación histórica de precandidatos presidenciales de todas las tendencias ideológicas. Sin embargo, más urgente que esta diversidad de aspirantes es la necesidad de construir una candidatura única que represente una alternativa real de recuperación democrática.
He insistido reiteradamente en que, antes de entrar en discusiones personales o en luchas de egos, quienes nos oponemos al actual gobierno debemos construir una estrategia común. El ejemplo de Venezuela es diciente: María Corina Machado impulsó una plataforma unificada de oposición a la dictadura de Nicolás Maduro. Esta incluyó a sectores políticos, académicos y empresariales, y permitió definir por consenso la candidatura de Edmundo González, hoy presidente electo. María Corina supo ceder protagonismo por un bien mayor: la libertad de su país.
En Colombia, en cambio, el camino elegido parece ser otro. Cada sector político (derecha, centro y oficialismo) promueve consultas internas para definir a sus candidatos, lo que fragmenta aún más el escenario. Solo en la centro-derecha hay más de una decena de precandidatos; lo mismo sucede en el centro y entre los aliados del gobierno. Este mecanismo, además de poco viable, abre la puerta a divisiones prematuras que podrían impedir que una candidatura fuerte pase a la segunda vuelta, favoreciendo así la continuidad del actual proyecto político.
A esto se suma un fenómeno aún más preocupante: la aparición de “precandidatos arrepentidos”. Se trata de figuras que no solo apoyaron activamente la campaña presidencial de Gustavo Petro, sino que también ocuparon altos cargos en su gobierno. Ahora, en un acto de oportunismo, intentan desvincularse de un proyecto al que contribuyeron directamente, buscando presentarse como alternativas independientes.
Uno de los casos más representativos es el de Mauricio Lizcano, quien al unirse a la campaña de Petro expresó: “Este es un modelo que genera exclusión e inequidad. Por eso le apostamos al cambio con Gustavo Petro”. Su lealtad fue recompensada con cargos como Secretario General de la Presidencia y ministro TIC. Sin embargo, tras dejar el gobierno, Lizcano lanzó su candidatura presidencial afirmando que “no lo pueden catalogar como petrista”. Este giro no es otra cosa que deslealtad y cálculo político.
Otro caso llamativo es el de Roy Barreras, figura clave en la estrategia electoral que llevó a Petro al poder. Fue uno de sus arquitectos y principales promotores. Hoy, intenta venderse como una alternativa independiente, negando cualquier cercanía con el petrismo. Su comportamiento refleja la misma lógica: saltar del barco antes de que se hunda, sin asumir las consecuencias de sus actos.
Y así como ellos, hay muchos más. Algunos aún ocupan cargos en el gobierno, otros ya salieron, pero todos comparten un patrón: se beneficiaron del poder, ocuparon puestos de alta responsabilidad, y ahora, con miras a las elecciones, buscan desmarcarse. Esta tendencia revela una profunda incoherencia y una peligrosa falta de ética pública.
La exalcaldesa Claudia López también representa esta contradicción. Fundadora del Partido Verde y aliada del petrismo hasta hace poco, ha sido ambigua en sus posturas. Mientras algunos sectores de su partido se aliaron con el gobierno, otros enfrentan investigaciones por corrupción. Esta mezcla de incoherencia política y falta de transparencia debilita más la confianza ciudadana.
También está el caso del actual canciller Luis Gilberto Murillo, conocido por su habilidad para adaptarse a distintos gobiernos. Ha estado en administraciones de todos los colores y siempre ha sabido acomodarse. Ahora se presenta como independiente, pero hace parte del actual gobierno. Este tipo de ambivalencia política, lejos de sumar, resta credibilidad al debate público.
Seguramente en los próximos días veremos a más figuras intentar “limpiar” su pasado reciente, desvinculándose del petrismo para aspirar a la Presidencia. Pero la ciudadanía debe estar alerta. No se trata solo de juzgar el pasado, sino de exigir coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. La política no puede seguir siendo un ejercicio de camuflaje ni una pasarela de ambiciones personales disfrazadas de causas colectivas.
Colombia necesita políticos con integridad, que asuman responsabilidades y que no vean el poder como trampolín, sino como herramienta para servir. No podemos seguir premiando con el voto a quienes se acomodan según las encuestas o los vientos del momento. Es hora de reivindicar la ética en lo público y rechazar el oportunismo que tanto daño ha hecho al país.
Tal vez lo más honesto sería promover una consulta para elegir al candidato único del oportunismo y la deslealtad, porque no faltan aspirantes a representar esa causa. Pero lo que realmente necesita Colombia es otra cosa: unidad, firmeza, principios y una visión de país que recupere el rumbo democrático y ético que hemos perdido.
Pobre país, si seguimos validando con nuestro voto a quienes se maquillan para cada elección, sin asumir lo que fueron, lo que hicieron y lo que representan.
En medio de este panorama político, no puedo dejar de expresar mi profunda solidaridad con el senador Miguel Uribe Turbay y su familia, tras el atentado del que fue víctima y que, al momento de escribir estas líneas, lo mantiene en una unidad de cuidados intensivos con un estado de salud bastante grave.
La violencia jamás puede ser un camino legítimo en democracia. Elevamos una oración por su pronta recuperación y por la fortaleza de sus seres queridos en estos momentos tan difíciles.