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¿Cuáles son los “nombres prohibidos” que no podrá elegir el próximo papa?
Aunque no hay una regla escrita al respecto, hay varios nombres que parecen que jamás volverán a ser elegidos en el Vaticano.

La muerte del papa Francisco ha sacudido al mundo. Líder espiritual de más de mil millones de católicos, Jorge Mario Bergoglio deja un legado marcado por la sencillez, el diálogo entre religiones y la defensa de los pobres. Ahora, con la sede vacante, los cardenales del mundo se preparan para reunirse en cónclave. El ritual es conocido: tras días de deliberaciones, un nuevo papa será elegido. Pero una tradición menos conocida vuelve a tomar relevancia, la elección del nombre papal.
Aunque no hay una regla escrita en el derecho canónico que imponga límites, existen fuertes convenciones que hacen que ciertos nombres estén, de facto, prohibidos. Ningún pontífice ha osado adoptarlos, y es poco probable que el próximo lo haga. Estos son los nombres vetados para el próximo papa.
El nombre más simbólicamente prohibido es, sin duda, Pedro. San Pedro fue el primer papa, el apóstol en quien Jesús confió las llaves del Reino de los Cielos. Desde entonces, ningún pontífice ha vuelto a adoptar ese nombre.
El historiador francés Yves Combeau, experto en historia del papado, dijo al medio local La Croix en 2013 que “no hay una regla que lo impida, pero se considera que ningún sucesor podría llevar el nombre del primero, por respeto al lugar que ocupa Pedro en la historia de la Iglesia”.

Según esto, elegir el nombre de Pedro II implicaría una afirmación simbólica demasiado fuerte, casi como proclamarse heredero directo del apóstol. Esa carga espiritual y política ha hecho que el nombre permanezca vetado de facto durante más de veinte siglos.
Tampoco ha habido nunca un papa llamado Jesús, María o José. En el caso de Jesús, el motivo es casi obvio, se considera un nombre demasiado sagrado. La tradición católica reserva ese nombre exclusivamente para Cristo. Adoptarlo sería visto como una blasfemia para el mundo católico al ser una usurpación del nombre divino.
Con María y José ocurre algo similar. Aunque son nombres comunes entre los fieles, ningún pontífice ha querido adjudicarse la identidad simbólica de la madre de Jesús o de su padre terrenal. El respeto por la Sagrada Familia impone una barrera dentro del Vaticano.
Existen otros nombres que, aunque no están directamente relacionados con figuras sagradas, también parecen malditos. En muchos casos, la razón está en la historia de los llamados “antipapas”, es decir, personas que se autoproclamaron sumos pontífices en oposición a los papas legítimos.

Uno de los ejemplos más conocidos es el de Félix V, considerado el último antipapa de la historia. Desde entonces, ningún pontífice ha elegido el nombre de Félix, aunque hubo cuatro anteriores considerados legítimos.
También hay cautela con nombres asociados a papas polémicos o cuestionados. Difícilmente alguien volverá a llamarse Alejandro VI, nombre del papa Borgia, célebre por el nepotismo y los escándalos. Tampoco se ha vuelto a usar el nombre Juan XX, ya que en la historia se produjo una confusión de numeración entre papas y antipapas con ese nombre.
Además, antes de 1978, ningún papa había llevado un nombre compuesto. Juan Pablo I rompió con la tradición al unir los nombres de sus dos predecesores inmediatos: Juan XXIII y Pablo VI. Fue un gesto de continuidad que sorprendió al mundo. Su sucesor, Karol Wojtyla, adoptó el mismo nombre para honrarlo.
Pero esa combinación parece estar reservada. Difícilmente un futuro pontífice se llamará Juan Pablo III, por lo que se cree que es un temor a diluir la fuerza simbólica de los dos anteriores.