
Opinión
Creer en Dios es más que aferrarse a los propios deseos
Hoy sé que creer no es aferrarse a lo que quiero, sino abrirme a lo que Dios quiere de mí.
¿Es la fe la certeza de que Dios cumplirá lo que pedimos, o es más bien la confianza de que, cuando hacemos lo que está en nuestras manos, lo que ocurra es exactamente lo que Él quiere para nosotros?
Hace algunos años, cuando inicié mi camino de transformación, empecé a enfrentarme a preguntas que sacudían mi espiritualidad. Me inquietaba pensar por qué, si oraba con fe, mis peticiones no siempre se cumplían, o por qué el perdón no borraba del todo el dolor. Al avanzar en mi proceso y desde la perspectiva de la Programación Neurolingüística, entendí que para mí la divinidad es perfecta. Si había errores, no estaban en Dios, sino en mi propia forma de comprenderlo.
Ese cambio me llevó a replantear mis preguntas. Si la oración es comunicación, ¿por qué tantas veces sentía que solo hablaba yo? Si creo en Dios, ¿por qué me costaba tanto creer en mí, sabiendo que fui creada a su imagen y semejanza? Si me sentía con el derecho de perdonar, ¿no era más sanador intentar comprender con empatía y de corazón?
Durante mucho tiempo pensé que la fe consistía en confiar en que Dios me daría lo que pedía. Hoy sé que la verdadera fe está en la certeza de que, cuando hago mi parte con entrega, lo que ocurra será lo que Él dispuso para mí. Ese entendimiento marcó un punto de inflexión en mi vida.
Desde entonces, fe también significa agradecer, incluso cuando lo que llega no es lo que esperaba. Es abrirme a preguntar qué quiere Dios de mí y atreverme a ir, aunque con miedo, a los lugares en que puedo ser más útil. Es escuchar, no solo hablar; comprender, no solo pedir.
Es un camino complejo y retador, porque cada error pesa más cuando ya hay conciencia de él. Es también un camino de crecimiento. La vulnerabilidad deja de ser un obstáculo y se convierte en parte del proceso, como lo fue en la vida misma de Jesús.
En esa búsqueda descubrí que la espiritualidad cobra sentido cuando nos reconocemos como parte de un todo con un propósito superior, cuando entendemos que se trata de la capacidad de servir, amar y ser un vehículo de esperanza y paz para uno mismo y para el entorno.
Escribo estas palabras con profundo respeto hacia todas las creencias. Sé que la espiritualidad se vive de formas distintas, y también estoy convencida de que existe una sabiduría universal que nos guía. En un país como el nuestro, atravesado por tensiones sociales y políticas, se hace necesario creer, crear y crecer de la mano de esa fuerza superior, de la fuerza interna y de la que reconocemos en los demás cuando nos vemos reflejados en ellos.
Al final, la fe es confiar en que somos parte de un todo. Lo que recibe el otro también me enriquece, porque papito Dios, como me gusta llamarlo, hizo suficiente para todos; por lo tanto, todos somos merecedores. Vivir con fe es agradecer en cada momento, valorar las bendiciones con actos, confiar en el proceso y abrirnos al poder creador que habita en nuestro interior.
Aunque para cada ser la espiritualidad se viva de forma diferente, es inequívoco decir que hay una sabiduría universal y poderosa que nos rige.
Por Marisol Pabón Rodríguez, Top 10 Colombia Trainer Coach en PNL y presidenta WEF Colombia LATAM 2025