
Opinión
Reconstruir el encuentro: hacer ciudad más allá de las pantallas
Recuperar lo esencial implica diseñar espacios donde la confianza y el encuentro sean protagonistas. Construir ciudad es volver a lo simple: vernos, hablarnos, convivir.
Vivimos hiperconectados, respondemos por chat, compramos desde el sofá, trabajamos frente a una pantalla. Hemos ganado en velocidad y eficiencia, sí; pero a menudo perdemos algo esencial para la vida en comunidad y para hacer ciudad: encontrarnos.
En un mundo que premia lo inmediato, proponer un espacio físico para encontrarnos puede parecer fuera de época. Y, sin embargo, es más necesario que nunca. Porque nada reemplaza mirar a los ojos, caminar con otros, compartir un momento sin que un algoritmo lo haya planeado.
Hace unos meses reflexionaba, en esta misma columna, sobre la presión constante por generar rentabilidad. Luego, escribí cómo ese propósito puede y debe coexistir con el retorno financiero. Hoy, esa conversación adquiere una nueva dimensión: ¿cómo se mide el valor de reconstruir lugares donde podamos volver a vernos?
Durante años se nos dijo que el futuro era digital. Y lo es. Pero también es físico. Es híbrido. Es humano. Las ciudades no pueden ser solo mapas en una pantalla: necesitan ser tejidos vivos de relaciones, donde las personas no solo consuman, sino se encuentren, se reconozcan y construyan confianza.
Lo más leído
Ese tejido no se construye solo con discursos. Se materializa en decisiones de planeación, en diseño urbano consciente y en proyectos que piensan en la calidad de vida como eje, no como resultado secundario. Cuando un espacio se concibe con criterios ambientales, sociales y de gobernanza, la experiencia cambia: hay accesos pensados para todos, rutas que favorecen la movilidad peatonal, iluminación que aporta seguridad, actividades que integran a diferentes generaciones. La arquitectura deja de ser un fin para convertirse en un medio de cohesión.
Un ejemplo de esto -uno entre muchos- es el centro comercial Paseo Villa del Río, en el sur de Bogotá. Su apertura, tras la pandemia, no fue solo un logro logístico o financiero: fue una decisión que combinó visión y determinación. Inversionistas que entendieron que hacer empresa también implica hacer ciudad; comerciantes que, en medio de la incertidumbre, decidieron abrir sus puertas y apostar por volver a conectar con su comunidad. Ese gesto, en ese momento, fue más que una apertura comercial: fue una muestra de compromiso con el territorio y con la vida urbana.
Los proyectos que se estructuran desde su inicio con una visión integral -donde lo social, lo cultural y lo ambiental tienen tanto peso como lo comercial- terminan ofreciendo algo más que productos. Generan actividades que fortalecen el tejido comunitario, como ferias de salud, espacios para la cultura y el deporte, o mercados locales que impulsan la economía barrial. Estas iniciativas no son casualidad: responden a una planificación consciente que busca crear lugares de encuentro capaces de mejorar la percepción de seguridad, fomentar la movilidad peatonal y dinamizar la vida urbana. Y cuando un lugar se vuelve punto de encuentro, también se vuelve punto de cuidado. La presencia de personas genera vigilancia natural; la apropiación comunitaria disuade el deterioro. Lo que antes podía ser un espacio fragmentado se convierte en un nodo de vida urbana.
Nada de esto ocurre por azar. Requiere planeación, gestión y un compromiso que va más allá de la rentabilidad inmediata. Significa pensar un proyecto no solo como infraestructura, sino como un servicio a la ciudad. Y eso implica tomar decisiones que integren lo ambiental, lo social, lo cultural y lo económico desde el inicio.
Por eso, cuando hablamos de “hacer ciudad”, no estamos hablando únicamente de construir edificios. Estamos hablando de crear escenarios donde la vida cotidiana pueda desplegarse con calidad y dignidad. Escenarios que, sin importar su escala, contribuyan a tejer relaciones, a generar confianza y a fortalecer comunidades.
La ciudad no se construye solo con cifras. Se construye con propósito, con coherencia y con humanidad. Ese propósito -el de crear lugares que nos permitan vernos, hablarnos y convivir- debería ser la brújula que oriente cualquier proyecto urbano desde su concepción. Porque cuando se piensa desde lo humano, con visión y coherencia, se generan espacios que nos devuelven algo esencial: la posibilidad de encontrarnos. Y aunque ese valor no siempre se mida en cifras, sí se siente en la ciudad que habitamos. Esa es la verdadera rentabilidad de hacer ciudad.
Tatiana Caycedo Amado, directora de Inversiones