El liderazgo femenino tiene el poder de transformar no solo las organizaciones, sino también las comunidades. Para que sea realmente transformador, debe partir del autoconocimiento, la empatía y una visión con propósito.

Opinión

Reconocernos para crecer: de la competencia silenciosa a la colaboración consciente

El miedo y la comparación entre mujeres desgastan los vínculos. La columna invita a cambiar el lenguaje, bajar el juicio propio y reconocer logros ajenos como actos de dignidad compartida.

Por: Ana María Beltrán González
23 de agosto de 2025

Todas tenemos sueños y metas, pero también cargamos memorias que pesan: comparaciones, desvalorizaciones y exigencias que se nos quedaron pegadas. Con ese equipaje, a veces resulta más fácil señalar lo malo que reconocer lo bueno. Más fácil sospechar del brillo de otra que dejar que nos inspire.

No es maldad. Es miedo. Miedo a no ser suficientes, a perder lugar, a que nos vean vulnerables. Ese miedo se cuela en la mirada y en la conversación. Aparece en chistes, silencios, indirectas y en los ‘peros’ que ponemos a los logros ajenos. Y, sin querer, rompe la red que podríamos tejer entre mujeres.

Hoy propongo otra ruta: pasar de la competencia silenciosa a la colaboración consciente.

Cuando otra mujer brilla, no nos quita nada. Nos recuerda lo posible. Ese giro mental - pequeño pero poderoso- transforma el clima de nuestros vínculos. Preguntarse ¿qué deseo propio está señalando en mí lo que admiro en ella?, abre un horizonte distinto. Reconocer en voz alta un logro específico de tres mujeres a la semana, sin comparaciones ni justificaciones, también es un acto transformador. La inspiración abre puertas que la envidia cierra.

La compasión empieza por dentro. Quien se maltrata a sí misma inevitablemente hiere hacia afuera. Bajar el juicio propio, escuchar el cuerpo y poner límites sin culpa son gestos que, desde adentro, nos preparan para una compasión verdadera hacia las demás. Decir lo difícil en buen tono, acompañar sin anular y respetar ritmos y diferencias no es permisividad: es dignidad compartida.

El lenguaje también construye. Las palabras crean el clima que habitamos. Dejar atrás frases como ¿quién se cree que es? y reemplazarlas por ¿qué me muestra de mí lo que admiro o me incomoda en ella?, es un paso hacia la higiene emocional. El lenguaje no es cosmética, es cuidado.

La colaboración, por su parte, no es una consigna ni un hashtag: es estrategia de salud mental y de liderazgo sostenible. Cuando una crece, el sistema entero se fortalece: familias más sanas, equipos más creativos, comunidades más confiables. Honrar historias de vida, cuidar puentes en medio del desacuerdo y celebrar avances, incluso pequeños, son claves que sostienen ese cambio.La intención sola no basta. Se requieren espacios seguros para entrenar nuevas formas de vernos: círculos de conversación, prácticas de silencio y escucha, encuentros inmersivos que nos devuelvan al cuerpo y a la verdad. No son un lujo: son infraestructura emocional para la vida y el trabajo.

Un protocolo simple puede marcar la diferencia: reconocer en otras mujeres algo concreto que admiramos, decir un “no” a tiempo sin sobreexplicaciones, dedicar quince minutos a un espacio íntimo de silencio o escritura, e invitar a otras dos mujeres a crear algo juntas, por pequeño que sea.

Pequeñas acciones que cambian el clima. ¿Por qué ahora? Porque la velocidad agota, la exigencia quema y demasiadas mujeres exitosas por fuera se sienten vacías por dentro. El talento femenino es demasiado valioso para perderlo en la rueda de la comparación. El momento cultural pide unión, respeto por la diferencia y amor con límites sanos.

Reconocer a otra no nos empequeñece: nos expande. La colaboración nos hace más fuertes, más humanas y mejor preparadas para lo que viene. Si el guion viejo decía “entre nosotras somos las peores”, el nuevo dice: “entre nosotras elegimos inspirarnos”. Y esa elección se toma hoy: en la próxima palabra, en el próximo límite, en el próximo espacio que honremos juntas.

Reconocer a otra no me quita luz: me recuerda la mía.

Ana María Beltrán González, CEO y Fundadora Corporación Lenguaje Ciudadano – Aldea Púrpura