María Alejandra Noriega

Opinión

Poder moral: el legado que perdura más allá del poder efímero

Es necesario crear una cultura organizacional que eleve el valor intrínseco de las personas, preparando a los líderes para un impacto que trascienda sus cargos.

Por: Maria Alejandra Noriega Casalins
20 de agosto de 2025

En el mundo del liderazgo, el poder es un privilegio que se entrelaza íntimamente con el cargo que uno ocupa. Mientras se detenta una posición de autoridad, se goza de beneficios, influencia y reconocimiento que parecen definir la identidad personal. Sin embargo, cuando ese cargo concluye, ya sea por el fin de un mandato, una transición o una decisión personal, la realidad se impone con crudeza: esa identidad no era más que un reflejo de esa posición, y la autoridad se desvanece como un suspiro. Como asesora de juntas directivas, política y observadora de líderes en diversas esferas, he reflexionado profundamente sobre la transitoriedad del poder y el desafío que enfrentan quienes deben reinventarse más allá de él.

El Poder: un privilegio transitorio

El poder otorga acceso a recursos, capacidad de decisión y prestigio social, elementos que moldean la percepción de quien lo ejerce. Mientras se ocupa un rol de liderazgo, estas prerrogativas crean una sensación de importancia que parece intrínseca. Sin embargo, esta influencia depende enteramente de la continuidad en el cargo. Una vez que termina, el manto de autoridad se desvanece, dejando a quien lo ostentaba frente a la necesidad de redefinir su identidad. Este ciclo es inherente a cualquier posición de liderazgo, donde el reconocimiento está condicionado por la permanencia en el rol, un recordatorio constante de su naturaleza pasajera.

Cuando el poder se convierte en el fundamento de la autoestima, su pérdida puede desencadenar una crisis existencial. Líderes que han construido su sentido de valía en torno a su posición a menudo se encuentran desorientados al dejarla, confrontando la pregunta: ¿quién soy sin este cargo? Esta dependencia puede llevar a un vacío emocional, especialmente en entornos donde el liderazgo ha sido una fuente primaria de identidad. En la experiencia de asesorar a juntas directivas, he notado que quienes no separan su valor intrínseco de su posición enfrentan transiciones más arduas, luchando por encontrar propósito fuera de la estructura que los definía.

Un apoyo clave durante esta etapa puede ser la familia, cuya fortaleza emocional inspira a quienes pasan por estas transiciones. Su capacidad para valorar a la persona más allá del título demuestra que la resiliencia personal puede florecer incluso cuando el poder se apaga, una lección que se comparte con quienes enfrentan este proceso.

Un camino de poder moral

La vida continúa aún sin detentar poder, pero no sin desafíos. Ex Líderes pueden buscar mantener relevancia a través de conferencias, escritos o roles consultivos, aunque la autoridad directa desaparece. Al principio, este vacío puede amenazar con llenarse de amargura, pero con el tiempo se convierte en una oportunidad para reconectarse con la humanidad compartida. Reinventarse implica redescubrir pasiones, contribuir a la comunidad o mentorizar a otros, transformando la experiencia acumulada en un legado vivo. En esta transición, la integridad de quien deja el cargo se convierte en su mayor fortaleza, moldeándolo en la mejor versión de sí mismo. Esta evolución hace que líderes aún en el cargo lo busquen como asesor, valorando su experiencia y ética como un faro de guía.

Conocer quién es uno realmente permite valorar la vida y cada detalle de esta, entendiendo que el poder es efímero. Lo que permanece es el nombre, la reputación y lo que se ha dejado con el transcurso del trabajo. Este reconocimiento otorga un poder moral, una autoridad ética y un conocimiento que trascienden la desaparición del cargo, permitiendo seguir influyendo de manera auténtica.

Este tema es de suma importancia, la dependencia del poder tiene implicaciones más allá del individuo. Líderes que solo importan mientras ostentan un cargo pueden priorizar su supervivencia personal sobre el bienestar colectivo, perpetuando dinámicas de egoísmo o división. Esto afecta la gobernanza, donde las decisiones deberían reflejar el interés general, no la permanencia en el poder. Abogo por una cultura organizacional que eleve el valor intrínseco, preparando a los líderes para un impacto que trascienda sus cargos. Esta visión promueve un enfoque donde el liderazgo sea un servicio, no un fin.

Una propuesta para la transformación

La transitoriedad del poder sugiere la necesidad de un programa gubernamental de transformación para ex líderes. Esta iniciativa podría incluir capacitación en habilidades transferibles, apoyo psicológico y espacios para mentorizar, promoviendo una visión donde el legado de poder moral perdure más allá del cargo. Creo firmemente que el gobierno debe liderar esta transición, asegurando que quienes dejan el poder encuentren un propósito renovado. Esta propuesta refleja la convicción de que el verdadero valor reside en la humanidad que se lleva dentro, no en los títulos que se ostentan.

El viaje de reinvención más allá del cargo es un desafío, pero también una oportunidad para crecer. La resiliencia de quienes enfrentan esta pérdida con integridad inspira a seguir adelante. Como asesora, invito a las juntas directivas y líderes a adoptar esta visión, fomentando un liderazgo auténtico que trascienda el poder.

Por María Alejandra Noriega, socia y consultora en Noriega Abogados y consultores Especializados SAS y CAE / Asesora Juntas Directivas