
Opinión
La tormenta silenciosa que cambió mi forma de liderar
Lidiar con la migraña crónica mientras se es empresaria, madre y esposa ha sido una experiencia que me ha obligado a reinventarme.
Ser empresaria, madre y esposa al mismo tiempo ya es un reto. Hacerlo mientras se convive con una condición como la migraña crónica es otra historia. La migraña no es solo un diagnóstico médico. Es un invitado silencioso que se instala en la vida de quien la padece y en la de todos los que le rodean. No golpea la puerta: simplemente entra, se sienta en la sala de la casa, en la oficina, en los momentos más íntimos y en los más importantes.
No es fácil ver cómo mi hija, antes de hacer sonar su trompeta con la alegría que la caracteriza, se detiene y me pregunta con preocupación: “¿Tienes dolor de cabeza, mamá?” Esa pregunta, tan simple, encierra una madurez que ningún niño debería desarrollar a los cinco años.
Mi esposo y mi madre ya conocen la rutina: después de una semana en la que ningún medicamento funciona, me llevan a urgencias, me sostienen cuando el cuerpo no responde, me acompañan en el silencio de una habitación de clínica mientras la crisis pasa. Ellos también son pacientes invisibles de esta enfermedad.
Y en el mundo laboral, la migraña no pide permiso. Interrumpe reuniones, detiene procesos, obliga a desvíos y reestructuraciones. No es solo una baja médica: es una pausa forzada que impacta equipos, decisiones y resultados.
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Ya perdí la cuenta de cuántos médicos he visitado o de cuántos tratamientos he intentado. Pero lo que sí tengo muy claro: no acepto que me digan “debes acostumbrarte, es crónica”. Porque soy más feliz los días en que no aparece. Porque soy la directora creativa de mi vida y, por eso, siempre estoy buscando soluciones.
Así me convertí en mi propia investigadora. Conozco todos los tratamientos naturales y médicos disponibles. Estudio lo que me hace bien, evito lo que me afecta, pruebo soluciones y me reinvento. Porque rendirme no es una opción.
En ese camino descubrí algo poderoso: la resiliencia no es aguantar, es adaptarse con inteligencia. Llevar esta lección a mi vida profesional me enseñó a liderar desde la conciencia. Aprendí a:
• Escuchar mi cuerpo como escucho a mi equipo.
• Buscar soluciones sostenibles, no parches temporales.
• Delegar con confianza, no con culpa.
• Priorizar el bienestar como parte de la estrategia, no como un lujo.
Para quienes tienen la fortuna de no vivirlo, quiero decirlo con todo el amor: no es un simple dolor de cabeza. Es una tormenta neurológica que altera los sentidos y hace cortocircuito en la vida. Las luces y los olores se vuelven insoportables. Los comentarios, hirientes. Las palabras, esas que uso cada día para expresarme, simplemente desaparecen. Hablar de las cosas más sencillas se vuelve casi imposible. Y ahí aparece la pregunta que más duele: ¿y si mañana no amanezco bien, qué hago?
Incluso en medio de esa tormenta, he aprendido a encontrar luz. Cada crisis me ha enseñado a ser más fuerte, más empática, más humana. A liderar con una sensibilidad que no se aprende en ninguna universidad. Y aunque la tormenta llegue sin avisar, tengo claro que no me define. Porque en mi hogar hay amor, en mi equipo hay apoyo y en mí hay una resiliencia que no se apaga.
Nathalia López Bernal, vicepresidenta de VML Holding