
Opinión
La soledad del empresario: lo que poco se nota y mucho incomoda al interior de la empresa
Si queremos construir empresas más humanas, sostenibles y fuertes, necesitamos cultivar empatía en todas las direcciones.
Escribir una columna sobre lo poderosa que es una líder empresarial y sus triunfos es muy fácil. La dificultad llega cuando se expone su vulnerabilidad ante un equipo y ante los colegas. Cuando la conversación no se trata del bienestar de los colaboradores: la empatía hacia ellos, el salario emocional y todos esos temas quedan a un lado por un momento para poner en la mesa un tema silenciado y muy incómodo: los sentimientos silenciosos del empresario.
Encuentro muy poca literatura o charlas que traten el lado humano del empresario, ese que debe asumir riesgos financieros, legales, apostar su nombre y además debe ser fuerte a diario. En el imaginario colectivo, el empresario tiene una vida perfecta simplemente por serlo. A diario veo jóvenes renunciando a sus trabajos con la ilusión de ser un empresario exitoso. Todos creen que el empresario nunca se quiebra sino financieramente hablando, pero sí lo hace, y a veces se quiebra de otras maneras más duras, espirituales y emocionales, y lo peor es que casi siempre lo hace en silencio.
Es raro que al empresario algún colaborador le pregunte si tuvo un mal día. Nadie suele notar si llega sin dormir, después de hipotecar su tranquilidad para pagar nómina y otras obligaciones a tiempo, haya o no resultados de su equipo; mucho menos se le reconoce cuando asume compromisos económicos que no le corresponden y lo hace solo por humanidad, por amor a su equipo. Es más común recibir juicios que gratitud; exigencias que comprensión.
Y es en los momentos críticos cuando se formulan exigencias legítimas de desempeño, cumplimiento o productividad, que la organización y el empresario pueden ser percibidos como insensibles o desconsiderados. Desafortunadamente existe una frágil y dolorosa línea entre ejercer un liderazgo con humanidad y ser cuestionado cuando el rol exige rigor, cuando debe exigir compromiso y resultados en retorno.
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Y cuando alguien del equipo se va no es visible el sentimiento para los demás, nadie se imagina la responsabilidad y los cuestionamientos propios de si es justo o injusto, si pudiera sostenerlo más tiempo y mil preguntas más; lo que se normaliza es la empatía, ese valor del que tanto se habla, pero promovido y normalizado en una sola vía, hacia los colaboradores.
En estos casos la empatía es hacia el que se va, poco o nada recordarán lo que sí se intentó: las veces que nos involucramos más allá del rol, que ayudamos más allá del deber, que ofrecimos oportunidades personales y profesionales sin pedir nada a cambio.
El empresario es quien sostiene la estructura, toma decisiones difíciles y asume riesgos que impactan a muchas familias, sueños y propósitos colectivos. Sin embargo, pocas veces se le mira con la empatía que merece quien carga, muchas veces en silencio, con la responsabilidad de que todo funcione.
El que parece perfecto, el que ven liderar y sonreír como si nada en la adversidad, el que toma decisiones aunque tenga miedo y ese que debe ser ejemplo para todos aun cuando también necesita consuelo. Esa es la realidad que se vive desde una oficina que se ve poderosa para todos, casi nadie se imagina que esa oficina también es refugio de quien no puede permitirse caer.
Esta columna no es de queja ni victimización. Es un llamado: si queremos construir empresas más humanas, sostenibles y fuertes, necesitamos cultivar empatía en todas las direcciones. Porque si eres parte hoy de una empresa que no se rinde, hay un empresario detrás de ella que tampoco lo ha hecho.
Por Martha Gómez, CEO de Subastas y Comercio