
Opinión
La inteligencia artificial necesita más criterio que código
En un mundo cada vez más automatizado, el verdadero diferencial no será quién use más la IA, sino quién lo haga con más criterio.
La inteligencia artificial (IA) ya hace parte del día a día. Desde apps que convierten nuestras fotos en caricaturas hasta asistentes que corrigen textos o estructuran presentaciones, su integración a la vida cotidiana se ha acelerado de forma masiva. Y esto es apenas el comienzo: según Statista -portal de estadísticas-, para 2024 el 80 por ciento de las personas con acceso a internet interactuaron al menos una vez con herramientas de IA generativa, ya sea en el trabajo, la educación o el entretenimiento.
Pero en medio del entusiasmo -y también del miedo- es necesario hacernos una pregunta incómoda: ¿estamos usando la inteligencia artificial con inteligencia humana? ¿O estamos cayendo en la tentación de automatizar sin propósito?
Hoy no es necesario ser ingeniero o científico de datos para usar IA. Una emprendedora puede crear su logo en Canva con ayuda de IA; un estudiante puede repasar sus exámenes con resúmenes generados en segundos; y pequeñas empresas ya diseñan campañas publicitarias enteras con asistentes como Gemini o Copilot. Es un avance democratizador, sí. Pero también plantea un nuevo reto: no perder el criterio, la creatividad ni el contexto en ese proceso.
Porque si dejamos que sea un modelo predictivo el que escriba, responda y decida por nosotros, ¿qué lugar le queda al pensamiento original? En el sector tecnológico este dilema es aún más evidente. Si bien la IA ha permitido optimizar procesos, detectar errores más rápido y acelerar los ciclos de desarrollo, también ha traído consigo una tendencia preocupante: el reemplazo apresurado de funciones humanas por automatismos que no siempre comprenden los matices del usuario, el impacto social o la ética detrás de una decisión.
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Esto tiene consecuencias. Un informe de Harvard Business Review advierte que una implementación excesiva y sin sentido de IA puede generar pérdida de pensamiento crítico en los equipos, fatiga tecnológica y, a largo plazo, desconexión emocional con los propósitos de las compañías.
Por eso, más allá de la fascinación por su uso, debemos recordar que la IA es una herramienta -no una solución mágica-, y que necesita regulación ética, criterio humano y acompañamiento estratégico. Algunos principios clave desde mi experiencia:
- Complementa, no suplantes: la IA debe potenciar las ideas, no reemplazar el pensamiento original.
- Capacita a los equipos: no todos saben usar la IA con criterio ético y estratégico.
- Evalúa el impacto humano: cada implementación debería considerar tanto el retorno técnico como el bienestar en las personas.
- No todo debe automatizarse: a veces una conversación humana resuelve más temas que diez prompts bien formulados.
- Protege los datos: la privacidad, el consentimiento y la ciberseguridad deben ser prioridad.
Desde mi rol como CEO en el mundo tech, he comprobado que una implementación bien diseñada de IA puede ser transformadora. Alivia la carga operativa, mejora la experiencia del cliente y, lo más valioso, libera tiempo para que los equipos piensen, creen y se conecten con su propósito. Pero también he visto el reverso: cuando la IA se usa sin estrategia, puede generar dependencia, despersonalizar procesos e incluso precarizar el conocimiento.
El verdadero desafío no es solo tecnológico, sino cultural. Las empresas, especialmente en entornos híbridos o remotos, debemos hacer un esfuerzo consciente por fortalecer el sentido de pertenencia. La IA no puede ser excusa para automatizar los vínculos humanos. Debemos crear espacios de conversación auténtica, fomentar la colaboración entre pares y construir culturas laborales que dignifiquen el trabajo desde su dimensión más humana.
Porque si algo puede enseñarnos la inteligencia artificial es que, aunque los algoritmos predicen, solo las personas comprenden. Implica criterio, ética y una conciencia activa sobre su impacto. No se trata de temerle ni de idealizarla, sino de hacernos siempre las preguntas correctas: ¿para qué la usamos?, ¿para quién?, ¿y con qué intención?
Natalia Zerda, CEO de Naez