
Opinión
La autenticidad no se construye, se desentierra
En una época donde parecer auténtico también se ha vuelto una estrategia, a veces cuesta distinguir entre la esencia y la puesta en escena.
La autenticidad es una palabra que llevamos a cuestas. Aparece en campañas, en libros de autoayuda, en redes sociales. Nos invitan a mostrarnos ‘sin filtros’, a ‘ser nosotros mismos’, a ‘vivir nuestra verdad’. Suena bien. Pero, ¿sabemos de qué estamos hablando?
Esta semana, en una comida con amigos, uno de ellos mencionó lo importante que es la autenticidad, tanto en el trabajo como en la vida. Mientras los demás asentían y compartían sus ideas sobre lo que significa ser auténtico. Confieso que me quedé en silencio. No porque no tuviera nada que decir, sino porque sentí que esa conversación tan común y tan profunda a la vez podía tocar algo muy íntimo.
Quizá por eso hoy escribo estas líneas. Porque en un mundo que a veces premia lo uniforme, me pregunto: ¿tiene sentido ser auténtico si eso implica sobresalir? ¿Nos hace ‘más’? Y, siendo honestos: ¿realmente es necesario ser diferentes? ¿O es una forma más sofisticada de adaptarse al nuevo molde de lo genuino? En una época donde parecer auténtico también se ha vuelto una estrategia, a veces cuesta distinguir entre la esencia y la puesta en escena.
La psicología ha explorado este concepto desde múltiples ángulos. Donald Winnicott, psicoanalista británico, propuso una distinción clave: el “yo verdadero”, espontáneo, vital y libre, y el “yo falso”, una construcción defensiva que surge para adaptarse o complacer. El primero es fuente de creatividad y sentido de vida. El segundo, cuando domina, genera agotamiento emocional y desconexión.
Lo más leído
Pero no se trata de eliminar el yo falso. Todos lo tenemos y, en su justa medida, es funcional: nos permite adaptarnos, vincularnos, trabajar, cuidar. Lo sano es que el yo verdadero guíe, y el yo falso solo matice. El problema aparece cuando esa máscara se convierte en identidad permanente.
James Bugental, pionero de la psicología humanista, llevaba la idea más allá: ser auténtico es actuar con plena conciencia de nuestra intención vital. No se trata de impulsividad ni de egoísmo disfrazado de libertad, sino de una práctica cotidiana donde elegimos, incluso en lo incómodo o impopular, ser fieles a nuestra verdad interior.
Pero entonces, ¿ser auténtico es tan sencillo como decir ‘sé tú mismo’? Definitivamente no. Y mucho menos en pleno siglo XXI, donde vivimos en una cultura hipervisual, obsesionada con la imagen y la validación externa. Hoy, parecer suele pesar más que ser. Lo ‘auténtico’ se ha convertido también en una estética, en una narrativa curada que se ve bien en redes, pero que no siempre nace del interior.
Según un estudio publicado en Springer (2023), en adolescentes y jóvenes adultos la vivencia auténtica se asocia con mayor autoestima, bienestar emocional, resiliencia y sentido de vida. En contraste, su ausencia se relaciona con síntomas de depresión, ansiedad y mayor vulnerabilidad a la adicción digital. Es decir, cuando nos alejamos de quienes somos, lo pagamos caro: en silencio, en soledad, en síntomas.
Y aun así, seguimos confundiendo autenticidad con estilo personal. ¿Qué tanto nos estamos permitiendo ser auténticos de verdad? ¿Qué tanto de lo que mostramos es una expresión genuina y qué tanto es una copia maquillada de lo que creemos que funciona en otros?
Ser auténtico no es replicar discursos ni construir una identidad a partir de referentes externos. Es volver a ti. Y eso implica, muchas veces, desenterrar lo que está debajo de capas y capas de adaptación.
Cuando hablo de desenterrar, me refiero a un proceso profundo de desarrollo personal. A reconectar con nuestros valores, a revisar la historia que nos contamos sobre nosotros mismos, a hacer ejercicios reales de conciencia y coherencia. Porque ser auténticos no es un destino ni una pose: es un entrenamiento diario de alineación entre lo que sentimos, lo que pensamos y lo que hacemos.
Autenticidad es vivir desde el centro. Y para llegar a ese centro, a veces hay que atravesar incomodidades, romper automatismos, mirarse sin maquillaje emocional.
¿Qué es ser auténtico hoy?
Autenticidad no es improvisar sin filtro ni rechazar toda norma externa. No es decir lo primero que se te ocurre ni exponer tu vulnerabilidad como estrategia de marketing personal. Es, más bien, vivir con coherencia interna. Que tus valores no solo se declaren, sino se encarnen. Que tus decisiones no estén guiadas por el aplauso, sino por una brújula más íntima: la de la autoescucha.
He aprendido a veces por las buenas, muchas otras a pulso que la autenticidad no se construye: se desentierra. Es un acto de excavación interior. De quitar capas. De dejar de complacer. De volver a ti.
Volver a mí ha sido un trabajo constante. A veces incómodo. Siempre liberador. Y estas son 4 claves que me han acompañado en ese proceso:
1. Haz de tu historia una aliada. Entender tu vida como una narrativa coherente con heridas, decisiones, momentos clave, errores y aciertos te permite verte con más compasión y claridad. Según la teoría de la identidad narrativa, cuando reconoces tu pasado sin negarlo, te comprendes mejor en el presente y puedes avanzar desde un lugar más auténtico.
2. Reconoce tu ‘yo falso’ con honestidad. A veces actuamos desde el agrado, el miedo o la costumbre. No se trata de juzgarlo, sino de identificarlo. Pregúntate con sinceridad: ¿cuándo estás interpretando un personaje? ¿Y cuándo estás actuando desde tu centro? Nombrarlo ya es un primer acto de autenticidad.
3. Reafirma tus valores en decisiones pequeñas. La autenticidad no se grita, se vive. Y se cultiva en lo cotidiano: al poner límites, al elegir tus palabras, al defender lo que te importa incluso en lo pequeño. No siempre hemos estado listos para hacerlo. Pero empezar aunque sea con pasos tímidos ya es un acto valiente. Cada elección cuenta.
4. Elige vínculos donde puedas ser tú. El yo verdadero necesita un contexto seguro para expresarse. No florece en ambientes de juicio o control. No necesitas muchas personas, solo las correctas: aquellas que te sostienen en tu esencia, que te ayudan a ver las capas que te estás poniendo, y que te acompañan con cariño cuando necesitas volver a ti.
No se trata de gustar más. Se trata de gustarte más a ti. De estar cómodo contigo. De caminar ligero. De habitar tu centro, incluso cuando sea incómodo.
La autenticidad no es un destino. Es una forma de caminar. Y caminar así, desde lo que realmente eres, no es una moda. Es, en el mejor sentido de la palabra, una rebelión silenciosa.
Una que empieza contigo. Cada día.
Silvia Aristizábal, vicepresidente de Recursos Humanos de Permoda