Adriana Bocanegra, CEO de Abogados Corporativos Bocanegra Triana

Opinión

El rol de la madrastra: entre el estigma y un nuevo reconocimiento emocional

La palabra ‘madrastra’ ha sido sinónimo de villana. La cultura popular, desde los cuentos infantiles hasta el cine, ha contribuido a instalar una imagen injusta y distorsionada: una figura fría, autoritaria o ajena al afecto. En la vida real, ser madrastra es una de las tareas más complejas y valientes en el universo de las familias contemporáneas.

Por: Adriana Bocanegra
25 de julio de 2025

Una madrastra es una mujer que, al vincularse con un hombre que ya tiene hijos, entra en una estructura familiar preexistente. Lo hace sin libreto, sin manual, sin garantías y muchas veces, sin reconocimiento. A diferencia de lo que sugiere la definición legal —esposa o pareja del padre de un menor—, su rol va mucho más allá de lo jurídico. Ser madrastra es construir vínculos nuevos en medio de dinámicas que ya estaban en marcha y construir no significa invadir, significa acompañar.

El lugar de la madrastra es un espacio en construcción constante, que se moldea con respeto, comunicación y tiempo. Algunas asumen roles activos en el cuidado y la crianza; otras, prefieren un vínculo más observador. Ambas decisiones son válidas, siempre que estén basadas en el bienestar del menor y en acuerdos claros con la pareja.

En muchas familias reconstituidas, la madrastra prepara loncheras, ayuda con tareas, va a reuniones escolares. Pero más allá de lo práctico, puede ofrecer lo más difícil de construir en estas circunstancias: un lazo afectivo libre de imposición. Amor sin obligación. Presencia sin competencia y eso, en tiempos donde los vínculos se redefinen, tiene un valor inmenso.

Pero no todo es color de rosa, este rol también implica desafíos intensos. El vínculo con el hijastro o la hijastra no siempre es fácil. Puede haber rechazo, confusión o silencio. También influyen factores como la edad del niño, la relación con la madre biológica, y el nivel de apoyo que ofrece la pareja. A eso se suman los prejuicios sociales: “Ella no es la verdadera mamá”, “no tiene derecho a opinar”, “está usurpando un lugar”.

Todo esto puede generar inseguridad, frustración y una sensación de invisibilidad que pocas se atreven a nombrar. A veces se espera que las madrastras den, cuiden y acompañen, pero sin los mismos derechos ni reconocimientos y eso desanima.

El padre: puente emocional, mediador necesario y constructor de vínculo:

En este tejido emocional que implica una familia reconstituida, el rol del padre es decisivo, no solo como vínculo biológico entre los hijos y la nueva pareja, sino como facilitador emocional y constructor de puentes, su papel es central y profundamente influyente en el bienestar emocional de todos los integrantes del nuevo hogar.

Cuando un hombre inicia una nueva relación teniendo hijos de una relación anterior, no solo comienza un nuevo proyecto de pareja: comienza también una compleja tarea de reestructuración emocional. Su responsabilidad no termina en elegir bien a su nueva compañera. Comienza, precisamente, en cómo la integra a su mundo familiar.

Un padre presente y consciente entiende que está en su mano mediar, explicar y legitimar. Él es quien puede traducir los sentimientos, facilitar la empatía entre sus hijos y su pareja, y establecer acuerdos claros. Si él se queda en silencio ante las resistencias de los niños, si evita los conflictos o no valida el esfuerzo de su pareja, la deja expuesta, a la deriva. La madrastra, sin ese respaldo activo, se convierte en una figura vulnerable, con un rol difuso, a merced de las circunstancias.

Pero, ¿cómo se construye este puente? No se trata de forzar la aceptación, sino de abrir puertas con respeto. No se trata de obligar a los hijos a querer a la madrastra de inmediato, sino de crear espacios para que la convivencia florezca naturalmente y sobre todo, no se trata de reemplazar a la madre biológica, sino de demostrar que el amor puede manifestarse de muchas formas y en distintos lugares.

Del mismo modo, acompañar a la pareja en este viaje, validar su presencia ante los hijos y el entorno, darle un lugar claro y respetado, fortalece el vínculo y previene tensiones innecesarias. La madrastra no necesita que el padre la ‘defienda’ con autoridad, sino que la acompañe con coherencia.

Cuando este puente está bien cimentado, cuando el padre ha cumplido su rol de mediador y constructor, entonces sí, puede florecer lo más hermoso: el respeto mutuo, la confianza que se gana día a día y con el tiempo, un cariño genuino que enriquece y da armonía a toda la familia.

Por eso, es apremiante reconocer su lugar, no para idealizarlo, sino para validarlo, cuando se construyen desde el afecto y la coherencia, los vínculos entre madrastras e hijastros pueden ser profundamente transformadores, desmontar estigmas y comprender la complejidad de estas familias reconstituidas, es parte de avanzar hacia una sociedad más realista, más humana y más inclusiva.

Porque al final, ser madrastra no es reemplazar a nadie, es sumar desde otro lugar, es decidir estar, incluso cuando no se es la madre biológica, es ser familia, sin necesidad de etiquetas tradicionales y eso merece ser contado con verdad y con dignidad.

Por último, quiero compartirles esta reflexión: el amor de una madre de crianza no nace de la biología, sino del coraje de elegir amar cada día. Ser madrastra es elegir amar sin garantía, es construir vínculos sin contratos y es poner el corazón donde otros no se atreven.

Adriana Bocanegra, CEO de Abogados corporativos Bocanegra Triana

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