
Opinión
El privilegio de no hablar de política
En democracia, quedarse callado no es neutralidad: es un voto silencioso a favor del statu quo.
Evitar hablar de política es una de las reglas de oro de la etiqueta social tradicional. Los manuales de cortesía insisten: si quieres evitar problemas, mantente lejos del tema. Y, en parte, tienen razón. La política despierta pasiones, genera discusiones incómodas e interrumpe tu tranquilidad.
Si te identificas con esta idea, déjame decirte algo que quizá no hayas considerado: tu tranquilidad no es más que un privilegio. Y te lo voy a explicar con un ejemplo muy sencillo.
La vida en el “primer piso”
Imagina que vives en un edificio donde siempre pagas puntualmente la cuota de administración, pero jamás asistes a las reuniones de copropietarios porque “no te interesa” o “no quieres perder tiempo en discusiones”.
Lo más leído
Un día, el ascensor se daña. A ti no te afecta: vives en el primer piso, así que puedes seguir entrando y saliendo como si nada.
Otro día, te enteras de que el administrador decidió eliminar el presupuesto para el vigilante. Como no quieres preocuparte, contratas tu propia seguridad privada. Ahora incluso te sientes más tranquilo porque puedes decidir el nivel de cobertura que recibes.
Semanas después, llega un comunicado: los parqueaderos de visitantes quedarán inhabilitados indefinidamente. Igual nunca los usabas, porque tu apartamento incluía uno exclusivo justo al lado del tuyo.
¿Puedes ver el privilegio?
Tu vida sigue casi igual porque tienes los recursos para sortear cualquier decisión que tomen sin ti. Pero para la mayoría de tus vecinos, esas decisiones son la diferencia entre vivir bien o vivir mal. Ellos no tienen un “plan B”.
El costo invisible de la indiferencia
Que te afecte menos no quiere decir que no te afecte. Lo que en realidad ocurre es que otros están tomando decisiones por ti y tú las aceptas, sumisamente, pagando el precio.
En el mundo real, esto significa que alguien define las leyes que regulan tu trabajo, los impuestos que pagas, el precio del transporte que usas, la seguridad de tu barrio, la calidad del agua que bebes e incluso el tipo de alimentos que llegan a tu mesa.
La responsabilidad que viene del privilegio
Si hasta este momento no te he convencido déjame decirte que hay un fundamento filosófico bajo la doctrina de Aristóteles que reafirma la responsabilidad moral y cívica que tienes como ser humano de participar en las decisiones que definen el bien común, especialmente si eres del grupo que puede decidir no involucrarse.
Si tienes educación, ingresos estables, acceso a información y capacidad para sortear las crisis, participar no es un acto opcional de cortesía sino tu responsabilidad moral de influir en las condiciones bajo las que todos vivimos.
Participar para poder exigir
Tu capacidad de reclamar y fiscalizar decisiones públicas se legitima en la medida en que participas. Quien no vota, no opina o nunca interviene se autoexcluye moralmente de la posibilidad de exigir cambios. En palabras simples: si no estás dispuesto a tomar parte en las decisiones, estás aceptando tácitamente que otros las tomen por ti.
Y si nadie te representa…
Aquí viene la parte que muchos evitan: también puedes postularte. No, no tienes que empezar por la presidencia (aunque la Constitución no te lo prohíba), pero sí podrías aspirar a un cargo local, comunitario o sectorial.
Es curioso cómo las personas con mayor capacidad, experiencia o preparación deciden quedarse en la falsa neutralidad, y así dejan la puerta abierta para que personas menos competentes o con intereses cuestionables tomen el control.
Negar lo que somos
Si después de leer esto todavía piensas que nunca debes involucrarte, recuerda: eres un ser político por naturaleza. Negarte a participar es, en cierto modo, negar quién eres y renunciar a tu derecho —y tu responsabilidad— de influir en el rumbo de tu comunidad.
En democracia, quedarse callado no es neutralidad: es un voto silencioso a favor del statu quo. Y como decía Pericles, uno de los grandes líderes de la Atenas clásica:
“Un hombre que no se interesa en los asuntos públicos no es un ciudadano apacible, sino un ciudadano inútil.”
Por Juliana del Sol Bastidas, CEO Colcda