Silvia Aristizábal, vicepresidente de Recursos Humanos de Koaj Permoda

Opinión

El éxito no se persigue: se rinde a quienes aman lo que hacen

Cuando alineas tu trabajo con tus valores más profundos, la gratitud transforma la rutina en oportunidad y lo cotidiano en extraordinario.

Por: Silvia Aristizábal
8 de septiembre de 2025

“Me siento estancada”. “Ya no encuentro sentido en lo que hago”. Son frases que escucho con frecuencia, dichas con la voz apagada y el brillo perdido. Palabras que pesan más de lo que liberan. Nos educaron con la idea de que la plenitud llegaría el día que encontremos ‘el trabajo soñado’, como si fuera un trofeo escondido tras años de sacrificio.

Pero, ¿y si todo fuera al revés? ¿Y si el propósito no se encuentra allá afuera, sino que se construye aquí, en lo que ya hacemos?

Hace unos meses, en una de esas conversaciones de café que se quedan contigo, una amiga me confesó que llevaba tres años postergando la decisión de renunciar. “Tengo todo lo que se supone que debo querer”, me dijo. “Pero siento que estoy viviendo la vida de otra persona”. La escuché, reconociendo en sus palabras algo que muchas veces hemos sentido: esa extraña melancolía de tenerlo todo y al mismo tiempo no tener nada.

Muchos describimos el propósito como una ‘estrella del norte’, esa brújula interna que da dirección. Y todos lo hemos sentido alguna vez: cuando actuamos con propósito, la energía cambia. La rutina se vuelve impulso y lo ordinario empieza a tener sentido. Sin embargo, la paradoja es brutal: la mayoría de las personas quiere guiarse por un propósito en su vida, pero pocos sienten que lo reciben del trabajo. Entonces me surge una duda: ¿si tu propósito y tu trabajo no se cruzan, probablemente estás viviendo en piloto automático?

Aquí viene una verdad incómoda: no todos buscan propósito en lo que hacen. Algunos trabajan solo por cobrar un cheque a fin de mes y está bien. Es válido que el trabajo sea un medio para financiar lo que realmente amas fuera del horario laboral. Pero, si eres de los que quiere que su trabajo importe, que resuene, que deje huella, entonces sigamos conversando.

Muchos vivimos en una jaula dorada: cargos ‘privilegiados’, empresas reconocidas, estatus y comodidad. Y aun así, algo nos incomoda. La pregunta que siempre vuelve es: ¿esto que hago hoy está alineado con lo que de verdad valoro?

No se trata solo de hacer lo que amas. Se trata de amar lo que haces. Y esa diferencia lo cambia todo.

El consejo romántico de “haz lo que amas” suena hermoso, pero no siempre es practicable. La vida real tiene deudas, hipotecas, responsabilidades, compromisos, hijos. La clave pragmática es otra: elegir deliberadamente amar lo que haces. Y no es autoengaño: es una decisión consciente de ver el impacto real de tu aporte.

Porque el entorno nunca es perfecto. He escuchado a muchos mencionar: el jefe no inspira, el equipo no colabora, los compañeros son difíciles, las tareas se repiten, el reconocimiento tarda demasiado. Esperar condiciones ideales nos paraliza. Pero cuando eliges ver el impacto de lo que haces, cuando entiendes que tu trabajo contribuye, transforma o alivia la vida de alguien más, algo se enciende en ti.

En ese instante, el éxito deja de medirse en cargos y títulos y empieza a expresarse como conexión: entre lo que entregas y lo que representa.

Recuerdo una época en la que todo era urgencia. Un día, en medio de correos y reuniones, alguien se me acercó para agradecerme por unas palabras que yo había dicho casi sin importancia. Para mí fue solo un momento más en la rutina; para esa persona, fue decisivo. Ese día comprendí algo: el trabajo no siempre cambia, lo que cambia es la mirada con la que lo vivimos. El mundo seguía siendo el mismo, pero esa persona tomó mi comentario para elegir ver su situación de otra manera y, al hacerlo, me mostró que yo también podía ver el mundo distinto.

Cuando alineas tu trabajo con tus valores más profundos, la gratitud transforma la rutina en oportunidad y lo cotidiano en extraordinario. Y no es discurso motivacional: es evidencia. Investigaciones de McKinsey muestran que cuando las personas sienten que su trabajo satisface su propósito, sus resultados laborales y personales son entre dos y cinco veces más altos que aquellos que se sienten insatisfechos. El propósito no es un lujo: es una ventaja real.

Cuatro preguntas que transforman tu experiencia laboral

Quizá no necesites cambiar de trabajo, sino cambiar tu mirada sobre él. No busques respuestas ‘bonitas’, busca respuestas honestas.

1. ¿Estoy aportando valor real o solo apagando incendios? Revisa tu agenda y marca qué tareas generan impacto real. El propósito se alimenta de contribución, no de activismo sin dirección.

2. ¿Qué parte de mi trabajo conecta con lo que más me importa en la vida? A veces no está en tu descripción de cargo, sino en esas cosas que haces más allá de tu rol: cuando dedicas 15 minutos a aconsejar a un colega, cuando tu experiencia destraba un problema que tenía a todos estancados, cuando te aseguras de que cada persona de tu equipo reciba el reconocimiento que merece, o cuando tomas algo técnico y lo explicas de manera humana.

3. ¿Trabajo por costumbre o por convicción? La inercia anestesia. La convicción exige presencia y criterio. Si tu respuesta favorita es “siempre se ha hecho así”, es momento de revisar el piloto automático.

4. ¿Cómo cambiaría mi energía si viera mi trabajo como servicio? Servicio no es servilismo; es comprender que lo que haces es un eslabón real en una cadena que beneficia a personas concretas.

Las respuestas pueden incomodar, pero también liberan. Porque cuando las descubres, algo cambia: tu energía se expande, tu voz se afirma y tu impacto se multiplica.

No vinimos a esta vida solo a cumplir funciones. El trabajo, cuando se vive con propósito, se convierte en vehículo de evolución personal y colectiva. Puedes usar tu talento para generar riqueza, claro, pero también para servir, inspirar y conectar. La verdadera riqueza es esa: alinear lo que haces con quién eres.

Y aquí el secreto que no falla: cuando amas genuinamente lo que haces, inevitablemente lo haces mejor. Cuando lo haces mejor, tu impacto crece. Cuando tu impacto crece, las oportunidades te encuentran. El éxito deja de ser una persecución ansiosa y se rinde ante quienes conectan su esencia con su labor diaria.

Hoy, en medio de una agenda llena y de una vida que no se detiene, te invito a una pausa. Mira tu trabajo con nuevos ojos. Pregúntate no solo qué haces, sino por qué lo haces.

Encuentra el hilo que conecta tu tarea con algo más grande que tú. Porque cuando lo descubres, algo mágico sucede: el lunes deja de dolerte. Las horas se vuelven aliadas, no enemigas. Y sin darte cuenta, dejas de trabajar para sobrevivir y empiezas a trabajar para trascender.

En ese momento preciso, el éxito para de huirte y se rinde. No porque lo hayas perseguido, sino porque finalmente te has encontrado.

Silvia Aristizábal, vicepresidente de Recursos Humanos de Permoda