
Opinión
El avión: un elemento transformador de realidades
En ciudades como Leticia, Arauca o Quibdó volar no es un lujo, es una necesidad. Es el puente que conecta a un paciente con un tratamiento médico o a una comunidad con el resto del país. Se necesitan políticas públicas que incentiven el acceso a regiones remotas para propiciar el desarrollo de Colombia.
En América Latina hay muchas palabras que usamos todo el tiempo, pero pocas tan poderosas como ‘acceso’. Acceso a la educación, a la salud, al empleo, a servicios públicos, etc. Y en ese sentido, quienes trabajamos en la industria de la aviación podemos afirmar con absoluta certeza que, sin conectividad, no hay acceso. Y sin acceso, no hay desarrollo.
Durante estos años trabajando en el mundo de la aviación — y sobre todo, desde la visión de un país tan geográficamente diverso como Colombia— cada vez me convenzo más de algo: cuando un avión despega y una persona vuela por primera vez, el acceso se convierte en una herramienta que cierra brechas. Cuando llevamos vuelos a regiones apartadas, no estamos simplemente transportando pasajeros, estamos conectando negocios, abriendo puertas al empleo, al crecimiento económico, y a un mundo de nuevas oportunidades para la región que durante muchos años permaneció aislada.
No se trata de una percepción personal, las cifras lo respaldan. En América Latina y el Caribe, la aviación genera más de 4,9 millones de empleos y aporta alrededor de 153 mil millones de dólares al PIB regional. En Colombia, el sector representa cerca del 2,7 por ciento del PIB y genera cerca de 600.000 empleos. Según la IATA, cada 100 nuevos pasajeros movilizados generan, en promedio, 98 empleos directos e indirectos. ¿El mensaje? Acceso, acompañado de conectividad es sinónimo de impacto económico y social.
Cuando hablamos de ciudades como Leticia, Arauca o Quibdó, estamos hablando de territorios donde volar no es un lujo, es una necesidad. Ahí es donde la aviación hace la diferencia entre el aislamiento y la posibilidad. Es el puente que conecta a un paciente con un tratamiento médico, a un agricultor con un mercado, a una comunidad con el resto del país.
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Y con cada nueva operación se activa una cadena de valor: transportes, hoteles, comercio, turismo, agricultura, cultura, entre otros. El avión no solo aterriza, siembra.
Ahora bien, el gran reto —y también la gran oportunidad— es lograr que este acceso se mantenga, más frecuente, más consistente. Que volar no sea solo una opción para unos pocos, sino una herramienta cotidiana para miles.
Desde la aviación tenemos la responsabilidad —y la satisfacción— de abrir caminos. Pero también necesitamos del apoyo de todos: de políticas públicas que incentiven el acceso y operación en regiones remotas, de infraestructura que esté a la altura del desafío, y de un compromiso colectivo por entender que volar es, ante todo, una forma de transformar.
Hoy, más que nunca, hablar de acceso no se reduce a una conversación técnica o económica. Es una conversación profundamente humana porque cuando hay acceso, hay oportunidades. Cuando hay conectividad, hay futuro. Y cuando hay decisión de llegar a todos los rincones, nace un país más equitativo, más visible y fuerte.
Ese es el vuelo que vale la pena seguir tomando. Y debemos abrir oportunidades para llevarlos a todos a bordo.
María Carolina Cortés Arce, vicepresidente de Comunicaciones Corporativas y Reputación de Avianca