Laura Victoria García Matamoros, profesora titular Universidad del Rosario

Opinión

De las aulas universitarias al liderazgo: el camino que falta para la equidad de género

Las mujeres representan más de la mitad de la población estudiantil de las universidades en Colombia. Sin embargo, el acceso masivo a las aulas no ha significado un acceso igualitario al poder académico, a la investigación de alto nivel o a los cargos de liderazgo.

Por: Laura Victoria García Matamoros
14 de agosto de 2025

Durante siglos la universidad fue un club cerrado para los hombres. Las mujeres, relegadas a la esfera doméstica, apenas podían soñar con un título académico. No fue sino hasta el siglo XIX, y en el caso colombiano hasta bien entrado el siglo XX, cuando comenzaron a abrirse las puertas de la educación superior para ellas. En 1933, un decreto permitió su ingreso en igualdad de condiciones y, en 1936, Gabriela Peláez se convirtió en la primera abogada del país, marcando un hito que parecía anunciar un cambio imparable.

Hoy, las cifras demuestran que ese cambio es real. En Colombia, para 2025, el Ministerio de Educación Nacional reporta que las mujeres constituyen el 54,89 por ciento del total de la población estudiantil universitaria e, históricamente, en áreas como ciencias sociales y humanidades, representan casi tres cuartas partes de las graduadas. Sin embargo, la historia no se cuenta solo con números. El acceso masivo a las aulas no ha significado, necesariamente, un acceso igualitario al poder académico, a la investigación de alto nivel o a los cargos de liderazgo.

En cuanto a la gestión universitaria, mientras ellas asumen con frecuencia tareas administrativas o de soporte, los puestos de mayor visibilidad y toma de decisiones continúan en manos mayoritariamente masculinas. Si bien no existen datos públicos concluyentes para todos los altos cargos universitarios, basta revisar el porcentaje de mujeres en las rectorías de las instituciones de educación superior: entre 2020 y 2023 hubo un incremento importante, pasando del 18 por ciento al 23 por ciento, pero la desigualdad sigue siendo evidente. De manera similar, el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación reporta que solo el 34 por ciento de los grupos de investigación del país están liderados por mujeres.

Esta realidad tiene múltiples causas. Algunas son estructurales: la distribución desigual de las responsabilidades domésticas, la escasez de redes de mentoría y los sesgos en la evaluación del mérito académico. Otras son culturales: estereotipos que desalientan a las niñas a elegir carreras científicas o que minimizan la autoridad de una mujer en un cargo de poder. Incluso el acceso a financiamiento para proyectos de investigación suele ser más limitado para las investigadoras que para sus pares hombres.

En el sector legal, el panorama es similar. La presencia femenina en las facultades de Derecho y en la Rama Judicial ha crecido, pero en las altas cortes y en las posiciones de mayor jerarquía los hombres todavía dominan. Esto no se debe a una falta de talento —abundan las juristas brillantes—, sino a un sistema que no ha eliminado del todo sus barreras invisibles.

Frente a esta realidad, para lograr la equidad de género la academia requiere políticas activas: igualdad salarial garantizada por ley y respaldada por mecanismos de control efectivos; estatutos docentes que, en sus normas sobre promoción, reconozcan las realidades de vida de las mujeres y apoyen a aquellas con potencial de liderazgo; licencias de paternidad robustas que equilibren las cargas de cuidado y una apuesta decidida por la mentoría intergeneracional, donde la experiencia de unas y la energía de otras se retroalimenten.

También hace falta un cambio cultural profundo. La equidad no se enseña solo con normas, sino con educación desde la infancia y con conversaciones honestas entre generaciones. Las jóvenes generaciones, más familiarizadas con el lenguaje de la inclusión, deben tender puentes con quienes crecieron en otros contextos, evitando el juicio y apostando por el diálogo. Aquí, los medios juegan un papel clave: mientras las redes sociales informan y movilizan a los más jóvenes, la televisión y la radio siguen siendo canales influyentes para las generaciones mayores.

No se trata de alentar una lucha entre supuestos tipos de liderazgo femenino o masculino —cuya existencia merece discusión—, sino de construir una sociedad donde el liderazgo femenino sea tan común como el masculino, para que la toma de decisiones sea más diversa en perspectivas, más justa en sus resultados y, en consecuencia, más eficiente.

El día en que la equidad deje de ser un objetivo y se convierta en una realidad incuestionable, ese día no estaremos hablando de avances, sino de una sociedad que finalmente entendió que el talento no tiene género.

Laura Victoria García Matamoros, profesora titular de la Facultad de Jurisprudencia, Universidad del Rosario

Noticias relacionadas