
Opinión
Confianza: el activo invisible que Colombia necesita reconstruir
Construir confianza es una inversión estratégica para las personas, las organizaciones y los países. Y se construye con actos pequeños, consistentes, visibles.
En Colombia, hablar de confianza puede sonar ingenuo. Pero no lo es. Es, de hecho, una urgencia. La confianza no es un lujo blando ni un ideal abstracto: es un activo económico, una condición para que los negocios prosperen, las comunidades cooperen y las instituciones funcionen. Hoy, ese activo está en crisis y estamos empezando a normalizar la falta de confianza en nuestro día a día, asumiendo que las cosas simplemente no van a cambiar.
En el mundo empresarial, sabemos que la confianza es la base de cualquier transacción. Sin ella, los contratos se vuelven más largos, los seguros más caros, los pagos más lentos. Y no solo se trata del entorno laboral, sino de la realidad fuera de las oficinas, en las calles, en las redes sociales, en los barrios, donde la confianza también se erosiona. Vamos a los datos. Según Mental Health America (2024), en entornos donde la confianza es baja, se duplican los niveles de ansiedad y estrés, mientras la sensación de pertenencia y apoyo social disminuye hasta 4 veces, impactando la salud mental y la cohesión familiar y comunitaria. Y cuando eso ocurre, el impacto llega, tarde o temprano, a las empresas.
Aquí es donde entra la teoría de las ventanas rotas. Esta teoría, nacida en la criminología, sostiene que cuando se permite que pequeños actos de desorden —como una ventana rota— permanezcan sin reparar, se envía un mensaje: “aquí no importa”. Ese mensaje, repetido, genera más desorden, más abandono, más violencia. Hoy, en Colombia, nuestras “ventanas rotas” no son solo físicas, son también simbólicas. Son los discursos de odio que se normalizan en redes sociales, los comentarios que deshumanizan al otro por pensar distinto, las narrativas que siembran desconfianza entre regiones, entre sectores, entre ciudadanos.
Y si volvemos al entorno organizacional, cada vez que una empresa guarda silencio ante estos discursos, cada vez que se normaliza el desprecio se rompe otra ventana. Con cada ventana rota, se debilita el tejido social que permite que los negocios florezcan. Y ojo, no se trata de entrar en debates políticos, sino de asumir una responsabilidad empresarial más amplia: la de ser constructores de confianza.
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No consiste en ponerse en piloto automático y ejecutar acciones “by the book”, con comunicados vacíos o posturas ideológicas. Significa, por ejemplo, promover entornos laborales donde se escuche y respete la diferencia, invertir en comunidades con las que se trabaja, usar el poder de la comunicación corporativa para amplificar mensajes que unan, no que dividan.
La confianza no se decreta. Se construye. Y se construye con actos pequeños, consistentes, visibles. Así como una ventana reparada puede evitar que un edificio entero se deteriore, una narrativa de respeto puede evitar que una sociedad se fracture.
Colombia necesita más que crecimiento económico. Necesita cohesión. Y el empresariado tiene un rol clave en esa tarea. No como salvador, sino como actor consciente de que su éxito depende, en última instancia, de la salud del entorno en el que opera. Porque sin confianza, no hay futuro. Y construirla es, hoy, una inversión estratégica.
María Carolina Cortés Arce, vicepresidenta de Comunicaciones Corporativas y Reputación de Avianca.