Adriana Bocanegra, CEO de Abogados Corporativos Bocanegra Triana

Opinión

¿Cómo formar una familia reconstituida y no morir en el intento?

En Colombia hay más de dos millones y medio de familias conformadas por parejas que se unieron con hijos previos de otras relaciones. Este panorama exige, además de amor, conversaciones, definición de roles y acuerdos claros para convivir en armonía.

Por: Adriana Bocanegra Triana
27 de agosto de 2025

Muchos creen que el amor es suficiente para unir una familia. Pero en las familias reconstituidas —esas donde uno o ambos integrantes de la pareja llegan con hijos de relaciones anteriores—, el amor sin acuerdos se desgasta rápido. No alcanza para resolver diferencias de crianza, expectativas heredadas y heridas emocionales que aún respiran en la cotidianidad. Lo que sostiene a estos hogares no es la improvisación, sino las normas de convivencia y los acuerdos claros entre la pareja.

Según la Encuesta Nacional de Demografía y Salud (ENDS), el 14 por ciento de las familias en Colombia convive con hijos de uniones anteriores. El mayor grupo etáreo donde se registran estas nuevas uniones está entre los 40 y 49 años. Este porcentaje se traduce en 2.4 millones de hogares reconstituidos en el país.

Mi experiencia personal, al ser madre de crianza de los dos primeros hijos de mi esposo, y madre biológica de su tercer hijo, además de abogada y docente en derecho de Familia, me inspiró a escribir ‘La valentía de ser madrastra’, un libro que es bestseller de Amazon en Colombia, México y Estados Unidos. Este éxito me deja ver que hablar del tema es tan escaso como necesario.

Conversaciones que le cierran la puerta a la confusión

Cuando dos adultos deciden convivir, la conversación más difícil suele ser la más necesaria: ¿cómo se educará a los hijos?, ¿qué valores se transmitirán?, ¿qué papel tendrá cada uno en la disciplina?, ¿cómo se manejarán los inevitables roces con el padre o la madre biológicos que no vive en casa? Evadir esas preguntas es abrir la puerta a la confusión. En cambio, hablarlas con anticipación es un acto de amor y respeto hacia la pareja y hacia los niños.

Y es que las normas de convivencia no son un capricho, son el mapa que ordena la vida diaria. Reglas básicas de respeto, rutinas compartidas, distribución de responsabilidades y acuerdos sobre tiempos en familia o uso de dispositivos crean un lenguaje común. Cuando los adultos las definen juntos y luego las cumplen con coherencia, transmiten seguridad y enseñan con el ejemplo.

La disciplina es quizás el terreno más delicado. Pretender que la nueva pareja ejerza una autoridad inmediata es un error. La experiencia muestra que el padre o madre biológico debe liderar las correcciones más complejas, mientras la nueva pareja respalda y acompaña. Lo que jamás debe ocurrir es desautorizarse mutuamente frente a los hijos: la autoridad compartida se construye con respaldo y paciencia, no con imposiciones.

Otro principio vital es entender que los acuerdos no son estáticos. La convivencia revela situaciones que no siempre se previeron en las conversaciones iniciales. De ahí la importancia de tener espacios periódicos de ajuste: reuniones de pareja semanales o quincenales donde se hable de lo que funciona, lo que incomoda y lo que necesita cambiar. Estos encuentros deben ser lugares de escucha, no de reproche, y también de reconocimiento a los logros alcanzados.

Escuchar a los hijos es otro factor decisivo. Cuando participan en la definición de algunas normas, cuando entienden las razones detrás de ellas y tienen espacio para expresar cómo se sienten, el compromiso aumenta y la resistencia disminuye. Se trata de explicar con empatía, no de imponer con autoritarismo.

Las familias reconstituidas que logran sostenerse no son las que ignoran la complejidad de su estructura, sino las que la gestionan con madurez. Las normas y acuerdos, lejos de ser cadenas que atan, son puentes que conectan. Brindan seguridad a los niños y le recuerdan a la pareja que la crianza no es tarea de uno solo, sino un proyecto compartido.

En un contexto donde cada vez son más comunes las segundas oportunidades en el amor, reconocer el valor de estas conversaciones se vuelve urgente. Porque criar en familia reconstituida no significa replicar el modelo de la familia tradicional, sino construir un hogar emocionalmente seguro desde la realidad que se tiene.

El amor, por sí solo, no basta. Pero cuando se acompaña de comunicación constante, límites claros y voluntad de actuar como equipo, se convierte en un legado de confianza y fortaleza para los hijos. Ese es el verdadero éxito de las familias reconstituidas: demostrar que un hogar puede formarse no solo con lazos de sangre, sino también con compromiso, respeto y la valentía de crecer juntos.