Mariana Rodríguez Rodríguez, gerente General de HeLi Salud

Opinión

Ciudades compasivas para un fin de vida digno

Existe un movimiento silencioso que está cambiando la manera en que las comunidades entienden el final de la vida: desde hospitales que humanizan el cuidado, hasta barrios que acompañan el duelo. Este modelo busca garantizar algo tan esencial como olvidado: una muerte digna, acompañada, sin dolor y sin soledad.

Por: Mariana Rodríguez Rodríguez
9 de agosto de 2025

Hablar de la muerte sigue siendo un tabú. Aunque la muerte digna y los cuidados paliativos son derechos reconocidos legalmente en Colombia, su acceso real está lleno de vacíos. Solo el 41 por ciento de los pacientes que los necesitan los reciben efectivamente. Regiones como Amazonía y Orinoquía tienen una cobertura inferior al 30 por ciento y, en algunos departamentos, ni siquiera existen servicios disponibles.

Además, la atención suele centralizarse en grandes ciudades, dejando desprotegidas a comunidades rurales y periféricas. A esto se suma la falta de personal capacitado: apenas el 2 por ciento de los médicos tiene formación especializada en paliativos, y las decisiones sobre el final de la vida muchas veces se toman sin participación activa del paciente o su familia.

¿Qué es una ciudad compasiva?

Una ciudad compasiva es aquella que reconoce que el final de la vida no es solo un asunto clínico, sino social, espiritual y comunitario. Este enfoque propone articular redes de cuidado que incluyen hospitales, empresas, colegios, iglesias, grupos de vecinos, voluntarios y autoridades locales. El objetivo: que nadie muera solo, sin alivio o sin sentido.

En Medellín, por ejemplo, el proyecto Medellín, Ciudad Compasiva ha logrado entrenar a cientos de personas para acompañar a pacientes con enfermedades avanzadas y a sus familias. Lo hacen desde lo cotidiano: preparar una comida, ayudar con un traslado, leer un libro, orar juntos o simplemente escuchar. Este modelo, que ya ha inspirado a otras ciudades como Cali y Bucaramanga, demuestra que la compasión también puede ser política pública.

Hospitales, universidades, colegios y empresas también están llamadas a ser parte activa del cuidado compasivo. Algunas clínicas en Bogotá y Bucaramanga han empezado a implementar unidades de alivio del sufrimiento, adaptar protocolos de adecuación del esfuerzo terapéutico y formar equipos transdisciplinarios en humanización del final de la vida.

Además, algunas empresas están entendiendo que el duelo, el acompañamiento de un ser querido en fase terminal o la toma de decisiones anticipadas también deben ser respaldadas desde el entorno laboral. Se han empezado a ver iniciativas que incluyen días de licencia por duelo extendido, acompañamiento psicosocial a familias, formación en voluntades anticipadas y alianzas con redes comunitarias.

Barreras culturales y estructurales

Pero el camino no es fácil. En muchos contextos, la muerte sigue viéndose como un fracaso del sistema de salud o como un tema privado del que no se habla. El miedo a “soltar” tratamientos, la negación del dolor, el desconocimiento de las herramientas legales disponibles (como las directivas anticipadas o la adecuación del esfuerzo terapéutico) y la desarticulación entre los sectores salud, educación y comunidad son obstáculos reales.

También hay retos logísticos: falta de cobertura en zonas rurales, ausencia de políticas sostenibles en municipios pequeños, limitaciones de recursos humanos y financieros. Y, por supuesto, el desafío de formar profesionales no solo competentes, sino también compasivos.

Abordar este tema importa, porque la forma en que morimos habla del tipo de sociedad que somos. Una ciudad compasiva no se mide solo por su infraestructura o tecnología, sino por su capacidad de acompañar al ser humano en todas las etapas de la vida, incluida la muerte. Y una institución que cuida también en el dolor deja una huella que trasciende indicadores: construye tejido, sana vínculos, honra la vida.

Caminos posibles

  1. Crear políticas públicas locales que fomenten comunidades compasivas desde los gobiernos municipales y departamentales.
  2. Incluir la muerte digna en los currículos escolares, universitarios y clínicos, como parte del ciclo natural de la vida.
  3. Impulsar redes comunitarias de voluntariado y fortalecer la alianza entre el sistema de salud, la sociedad civil y el sector privado.
  4. Humanizar las instituciones, diseñando protocolos, espacios y narrativas donde la muerte no sea un enemigo, sino una etapa que también merece cuidado.

Colombia tiene una oportunidad única: ser referente latinoamericano no solo por regular la eutanasia, sino por construir territorios que cuidan el morir. Es hora de dejar de ver la muerte como un asunto que ocurre en silencio, detrás de puertas cerradas. Que nuestras ciudades hablen de ella, la abracen y la dignifiquen.

Porque el final también importa. Y una ciudad compasiva lo sabe.

Mariana Rodríguez Rodríguez, gerente General de HeLi Salud