Opinión
Síndrome del impostor o desconfianza: ¿nos falta seguridad o el sistema nos hace dudar?
El verdadero cambio no vendrá solo de políticas o cuotas; comienza por nosotras, creer en nuestras capacidades es el punto de partida para abrirnos camino hacia roles cada vez más influyentes.

Las políticas actuales de igualdad e inclusión han abierto espacio para que más mujeres accedamos a posiciones de liderazgo, desde las cuales escuchamos, transformamos y generamos un impacto real. Sin embargo, a medida que conquistamos estos escenarios históricamente dominados por hombres, también enfrentamos una presión persistente: la necesidad de demostrar, una y otra vez, que merecemos estar ahí, incluso cuando nuestros resultados hablan por sí solos.
Este sentimiento se conoce como síndrome del impostor: esa voz interna que cuestiona nuestros logros, minimiza nuestras capacidades y nos hace sentir que no somos suficientemente buenas, aun cuando las evidencias contradicen esa percepción. Eso que muchas veces no decimos en voz alta, no es solo una sensación individual; es en parte, un reflejo de un sistema que no siempre ha sido diseñado para nosotras.
Por eso, más allá de enfrentarlo como un reto personal, debemos mirar también al entorno organizacional. Las dinámicas laborales, los sesgos inconscientes y las expectativas desproporcionadas hacia las mujeres líderes han sido caldo de cultivo para estas inseguridades. Pero también es ahí, en medio de ese mismo entorno, donde podemos construir algo distinto.
Según la Plataforma de Colaboración Regional de las Naciones Unidas, en 2021 el 36,2 % de los cargos directivos en América Latina y el Caribe estaban ocupados por mujeres. En Colombia, la Encuesta Nacional de Equidad, Diversidad e Inclusión de la ANDI indica que el 40 % de los cargos de primer nivel en empresas están en manos de mujeres, y el 33 % de las juntas directivas también cuentan con su participación. Estas cifras nos muestran avances, sí, pero también la necesidad de acelerar el paso.
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El verdadero cambio no vendrá solo de políticas o cuotas; comienza por nosotras, creer en nuestras capacidades es el punto de partida para abrirnos camino hacia roles cada vez más influyentes. La autoconfianza no es un lujo, es una herramienta poderosa de liderazgo. A lo largo de mi carrera he comprobado que cuando una mujer se reconoce como valiosa, capaz y merecedora de estar donde está, no solo rompe sus propias barreras mentales: inspira a otras a hacer lo mismo.
Claro, este proceso es tanto individual como colectivo. Mientras cada una de nosotras trabaja en fortalecer su seguridad personal, las organizaciones también deben comprometerse a construir entornos laborales empáticos, justos y realmente inclusivos. Desde mi rol en FGA Fondo de Garantías, me enorgullece liderar una organización en la que el 77 % de nuestro equipo está conformado por mujeres, de las cuales tres ocupamos vicepresidencias y siete ejercen como directoras. Esto no es casualidad, es resultado de una fuerte convicción: el liderazgo femenino inspira y transforma.
En conclusión, el síndrome del impostor puede ser combatido, pero no solo con fuerza interior, sino con estructuras externas que acompañen y valoren el talento sin sesgos ni estigmas. Cada vez que una mujer se atreve a creer en sí misma, abre un camino para muchas más. Y cada vez que una organización apuesta por ellas, da un paso firme hacia un futuro más equitativo, justo y lleno de posibilidades.
Por: Johana Neira, vicepresidenta de Negocios en FGA Fondo de Garantías