Mujeres

Minería responsable: ni mano alzada ni manos atadas, sino soluciones con sentido común

La minería responsable, clave para el futuro de Colombia, implica encontrar un equilibrio entre la explotación de recursos naturales y la protección del medio ambiente.

Thyana Álvarez
4 de febrero de 2025, 10:22 p. m.
Thyana Álvarez
Con una visión de futuro, los esfuerzos industriales pueden convivir con la agricultura, la biodiversidad y el desarrollo social. | Foto: SEMANA

En Colombia, nos encanta debatir desde extremos irreconciliables: o nos quedamos de brazos cruzados frente al cambio climático, o sacrificamos nuestras áreas sensibles en nombre del progreso. El problema es que esas posiciones simplifican tanto la realidad que perdemos de vista lo esencial: nuestra casa común (el planeta) se está calentando y necesita soluciones concretas. Colombia no puede ignorar que el mundo demanda metales críticos, como el cobre, para acelerar la transición energética: paneles solares, vehículos eléctricos, redes de transmisión eficientes. Si no producimos con responsabilidad, alguien más lo hará—pero con estándares tal vez más laxos, mientras el reloj climático sigue corriendo.

¿Significa esto que hay que abrirle la puerta a cualquier tipo de minería? En absoluto. Significa que debemos impulsar un modelo que vaya más allá de las licencias y los discursos, y que se centre en el bienestar de la gente y de los territorios. Sobra repetirlo, pero muchas veces lo olvidamos: las mejores prácticas no son asunto de leyes dictadas desde un escritorio; nacen cuando las comunidades se sienten parte integral de las operaciones. Cuando los proyectos invierten en la formación de profesionales locales, en la contratación de proveedores de la zona y en una cultura de valores claros, el territorio deja de ser “objeto de extracción” y se convierte en un hogar que todos cuidan.

Porque, seamos francos: nadie cuida mejor un entorno que quienes viven allí. Un minero con raíces en su vereda le apuesta al largo plazo, exige rigor ambiental y social, y actúa como guardián de su propio patrimonio. Con una visión de futuro, los esfuerzos industriales pueden convivir con la agricultura, la biodiversidad y el desarrollo social. Existen referentes internacionales donde minería y conservación no se anulan mutuamente.

El verdadero riesgo no radica en la minería en sí, sino en la indiferencia y la falta de rigor. El agua y la biodiversidad no pueden protegerse con retórica, sino con planes de manejo ambiental sólidos, seguimiento constante y la participación activa de las comunidades. Es absurdo pensar que la opción sea “minería salvaje o nada”. Por el contrario, urge una postura inteligente: sí a la producción responsable de minerales estratégicos, sí a la sustitución gradual de hidrocarburos y sí a la generación de oportunidades para los colombianos, todo ello sin poner en jaque nuestros ecosistemas.

En lugar de quedarnos atrapados en la emocionalidad del debate, debemos apostar por un enfoque pragmático, ético y humano. Es hora de dejar de ver a Colombia únicamente como un país extractivista. Si fortalecemos nuestras cadenas de valor y avanzamos hacia la manufactura y exportación de productos elaborados, estaremos construyendo un modelo donde el respeto por el medio ambiente y la generación de oportunidades vayan de la mano. Una minería responsable que evoluciona hacia la transformación no solo responde a los desafíos actuales, sino que abre un horizonte de prosperidad para las próximas generaciones.

La solución no está en la inacción ni en la explotación descontrolada. Está en encontrar un punto medio que permita a Colombia ser un actor clave en la transición energética global sin comprometer sus ecosistemas estratégicos. Esto implica fortalecer la gobernanza del sector minero, adoptar tecnologías de extracción menos invasivas y garantizar que los beneficios económicos de la minería se traduzcan en una industrialización efectiva que transforme las regiones.

Quien defiende la inacción, olvidando que Colombia ya sufre inundaciones y sequías extremas, prefiere mirar para otro lado mientras el planeta hierve. Quien habla de sacrificarlo todo por un puñado de dólares también ignora que la gente—y la gente que vive en esas montañas—es el corazón de este país. El desafío es exigir minería con humanidad y con cabeza fría. Dejar la emocionalidad del “todo o nada” para apostar por soluciones reales y pragmáticas, donde cada paso se dé con respeto por nuestra casa común y la fuerza transformadora de las comunidades.

Es hora de dejar de lado los extremos y caminar juntos hacia un futuro donde el sentido común, la industrialización y la acción responsable sean las guías principales de nuestra transición energética justa.

Por: Thyana Álvarez, Country Manager y Vicepresidenta de empresas de exploración minera en Colombia