Opinión
La tiranía de la perfección: ¿qué futuro estamos construyendo?
Estudios recientes muestran que la generación Z y los millennials presentan altos niveles de perfeccionismo autoimpuesto y socialmente prescrito. La consecuencia directa es mayor ansiedad, menor autoestima y una productividad emocionalmente insostenible.

Vivimos en una sociedad que idolatra la perfección. Una sociedad en la que no se permite envejecer, lucir diferente o equivocarse. La tecnología, nuestra gran aliada, nos ha impuesto estándares inalcanzables, porque con ella no hay arruga que no se borre, frase que no se corrija o idea que no se perfeccione. ¿Cómo podemos darnos el lujo de no ser perfectos?
Las redes sociales también juegan su parte. No solo nos permiten poner filtros para que el mundo no vea nuestras imperfecciones, sino que nos invitan a compararnos con esos mismos modelos “perfectos”, olvidando que ellos también usan filtros. Buscamos reconocimiento de desconocidos, traducido en likes, y construimos amistades a partir de fotos o videos cortos. Hemos convertido la aprobación en la mayor recompensa. Y esto, aunque parezca absurdo, no es tan extraño: el ser humano, como animal social, siempre ha necesitado pertenecer. La pregunta es: ahora que tenemos “acceso al mundo”, pero no un acceso real a él, ¿a dónde estamos buscando pertenecer?
Los que crecimos sin celulares, con computadores enormes que solo tenían Paint como juego y discos de enciclopedia virtual, entendemos que esto solo es una parte de la vida. Sabemos que somos imperfectos y, aunque podemos contaminarnos con esta nueva cultura, algo de lo otro aún nos queda. Nuestros jóvenes, en cambio, ¿en qué entorno están creciendo?
La fórmula es clara: si no eres perfecto, no eres suficiente.
Lo más leído
Esto no es una exageración. Estudios recientes muestran que la generación Z y los millennials presentan niveles más altos de perfeccionismo autoimpuesto y socialmente prescrito que generaciones anteriores. La consecuencia directa: mayor ansiedad, menor autoestima y una productividad emocionalmente insostenible. No sorprende entonces que esta generación esté enfrentando más retos de salud mental. ¿Cómo no? Si el que trabaja en oficina se compara con el freelancer “feliz, exitoso y libre”, y ese mismo freelancer añora la estabilidad, estructura y sentido de propósito del que trabaja en oficina. Ambos idealizan lo que no tienen, sin saber que el otro desea exactamente lo que ellos poseen. Ninguno se siente lo suficientemente perfecto, y todos proyectan en el otro una perfección inalcanzable.
Me pregunto: ¿Cómo se traduce esto en nuestras organizaciones? ¿Qué tipo de líderes podrán ser estos jóvenes?
Podemos anticiparlo: serán líderes brillantes en lo técnico, pero profundamente inseguros al momento de soltar el control. Incapaces de delegar, porque temen que otro no logre el resultado “perfecto”, con baja resiliencia y pocas habilidades de afrontamiento. Líderes más interesados en ser aprobados que en liderar con propósito. Más concentrados en cómo se ve su gestión que en su impacto real. No delegan por miedo al error, y al mismo tiempo necesitarán con urgencia el reconocimiento de sus equipos. El coctel perfecto para la frustración.
Estamos criando jóvenes con acceso a todo, menos al permiso de fallar. Y si no lo corregimos a tiempo, el precio lo pagarán nuestras organizaciones, nuestros equipos y la sociedad en su totalidad.
Pero aún estamos a tiempo.
Necesitamos volver a enseñar que errar no es fracasar, sino aprender. Que ese aprendizaje, cuando se convierte en experiencia, es la base sobre la cual realmente se construye. Porque solo así —cuando entendemos que delegar no debilita sino potencia, que equivocarse no hunde sino enseña— podremos formar líderes capaces de crecer, de hacer crecer a otros y de construir organizaciones más humanas, más valientes y verdaderamente sostenibles.
Por Pilar Acevedo Figueroa, Vicepresidente de estrategia en Correcol