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Hacia la resiliencia colectiva
Las organizaciones deben priorizar la gestión de riesgos de desastres, integrando estrategias de prevención y resiliencia en su núcleo operativo y cadenas de valor. La inversión en adaptación sigue siendo insuficiente, lo que perpetúa enfoques reactivos costosos e ineficientes.
Si bien son diversos los desafíos que enfrentan hoy las organizaciones, independiente de su actividad económica, ubicación o tamaño, uno de los aspectos clave a priorizar en la estrategia empresarial es la capacidad de anticipar, mitigar y afrontar los posibles impactos frente al cambio climático, con el propósito de asegurar operaciones sostenibles.
En su Informe sobre Riesgos Globales de 2024, el Foro Económico Mundial aseguró que una de las amenazas más dominantes será la ambiental. Encabezan la lista los fenómenos climáticos extremos, los cambios críticos en los sistemas terrestres, la pérdida de biodiversidad y el colapso de los ecosistemas.
Por ello, la gestión de riesgos de desastres se convierte en un imperativo de las acciones del sector privado al hablar de resiliencia empresarial. Adaptarse a estos fenómenos garantiza no solo la continuidad operativa, sino que, también, es una ventaja competitiva en un entorno global cada vez más incierto.
No obstante, las inversiones en adaptación y reducción de riesgos de desastres siguen siendo insuficientes, mientras que los costos derivados por la materialización de estos fenómenos van en aumento. De acuerdo con la Oficina de Naciones Unidas para la Reducción de Riesgo de Desastres (UNDRR), según cifras 2024, por cada 100 dólares estadounidenses de asistencia oficial para desastres, tan solo se invierten 50 centavos en proteger del impacto de los mismos. Esto indica una falta de iniciativas privadas y públicas para inversión en prevención, adaptación y resiliencia en todos los ámbitos y, aún más, en los sectores productivos.
Tendencias
Integrar la gestión del riesgo de desastres y la adaptación al cambio climático en los procesos de toma de decisiones no puede seguir siendo un enfoque aplazado y, mucho menos, ignorado.
Esto nos habla de anticipación más que de reacción. El enfoque reactivo, basado en la asistencia y reconstrucción después del desastre, debe quedar atrás. No solo perpetúa el ciclo de vulnerabilidad, sino que también resulta mucho más costoso que implementar estrategias de prevención y adaptación desde el inicio.
Por ello, la gestión del riesgo debe permear el funcionamiento interno y externo de las organizaciones: no se trata únicamente de contar con planes de contingencia y protocolos, sino de involucrar activamente a las personas, como eje de toda estrategia corporativa. Por lo tanto, compromete el core del negocio y su cadena de valor, abarcando aspectos como la gestión financiera, la administración del talento humano y el trabajo colaborativo con socios estratégicos y comunidades vecinas.
De ahí que la gestión de las cadenas de suministro y el trabajo articulado con proveedores y contratistas resulte ser un elemento crucial para garantizar la estabilidad operativa en momentos de crisis, minimizar las vulnerabilidades y asegurar una respuesta coordinada en pro de la continuidad de los negocios. Ello requiere transferencia de tecnologías, intercambio de conocimientos y buenas prácticas, inversiones focalizadas y una búsqueda conjunta de soluciones a los retos, considerando las particularidades de cada territorio.
La creación de «resiliencia colectiva» debe ser un objetivo estratégico en el que todas las partes involucradas estén alineadas y preparadas para responder ante cualquier adversidad. Esta visión holística no solo fortalece la capacidad de adaptación y recuperación, donde el éxito y la continuidad del negocio dependen del esfuerzo conjunto y de la responsabilidad compartida en la gestión integral de los riesgos.
De lo contrario, si no existe una comprensión profunda entre los diversos actores sobre la importancia de desarrollar resiliencia y afrontar estos desafíos de manera conjunta, los esfuerzos del sector privado serán insuficientes.
Por: Adriana Solano Luque, presidenta ejecutiva del Consejo Colombiano de Seguridad (CCS) y miembro de la junta directiva global de la Alianza del Sector Privado para las Sociedades Resilientes a los Desastres – ARISE.