Opinión

El valor diferencial se forja en la dificultad

Las habilidades más valiosas de una persona nunca se gestan en la comodidad. Nacen en la grieta que, cuando es mirada con conciencia, no se vuelve debilidad, sino destino.

Tatiana Ravé Obando
13 de junio de 2025, 6:19 p. m.
Las dificultades que surgen de las grietas en la vida forjan el verdadero diferencial.
Las dificultades que surgen de las grietas en la vida forjan el verdadero diferencial. | Foto: 123RF

Vivimos tiempos en los que se valora la superación, la eficiencia y los logros visibles. Pero detrás de cada historia de crecimiento auténtico hay algo más profundo: una historia completa, con luces y sombras. Una historia que incluye no solo lo que hemos logrado, sino también lo que hemos tenido que atravesar.

Aceptar esa historia en su totalidad -sin saltarnos los momentos incómodos, sin ocultar las heridas- es lo que nos da profundidad. Lo que verdaderamente nos edifica no es solo lo que nos salió bien, sino también lo que dolió, lo que nos puso a prueba, lo que nos hizo detenernos y volver a empezar.

 

No se trata de romantizar el dolor, sino de reconocer que en medio de lo difícil es donde muchas veces aprendemos lo esencial: quiénes somos, qué valoramos, cómo nos levantamos. Y desde ahí, desde ese proceso íntimo de transformación, emerge lo que nos hace diferentes, únicos, necesarios. El valor diferencial de una persona nunca se gesta en la comodidad. Nace en la grieta. En esa grieta que, cuando es mirada con conciencia, no se vuelve debilidad, sino destino.

Una marca personal que impacta no se construye sobre la apariencia, sino sobre la autenticidad. No se trata de crear una imagen, sino de revelar una verdad. En el mundo de la marca personal, muchos buscan destacar construyendo hacia afuera: títulos, estrategias, estética. Pero la verdadera diferencia nace adentro, desde el reconocimiento valiente de nuestras heridas. No aquellas heridas escandalosas, sino las silenciosas, las que sembraron inseguridad, miedo o desconexión. Las que nos enseñaron a sobrevivir y, si elegimos transformarlas, a servir. Es ahí donde está el núcleo del propósito: en lo vivido y lo comprendido.

Esta no es solo una mirada psicológica. Es una verdad espiritual que atraviesa culturas. En el cristianismo, la cruz no es el símbolo del final, sino el punto de partida. Jesús no evade el sufrimiento; lo abraza y lo trasciende. Es desde esa herida donde emerge el propósito. Y en ese acto de entrega, de vulnerabilidad convertida en servicio, se abre un nuevo camino.

En el budismo, el dukkha -el sufrimiento inherente a la vida- no se niega, se atraviesa con lucidez. El dolor no es un castigo, es una puerta. No evolucionamos a pesar de nuestras heridas. Evolucionamos a través de ellas. Cada grieta es una invitación a crecer, a abrirnos, a soltar lo que ya no somos y abrazar lo que estamos llamados a ser.

Yo también lo viví. De niña fui temerosa. No por grandes tragedias, sino por vacíos emocionales sutiles: la duda constante, la necesidad de aprobación, el hábito de confiar más en los otros que en mí. Aprendí a mirar con atención, a valorar a los demás, a callarme. Sin saberlo, mi herida ya era semilla. Esa forma de observar, de escuchar entre líneas, de notar lo que otros pasaban por alto, se convirtió con el tiempo en una habilidad valiosa.

Hoy sé que mi capacidad de ver lo valioso en los otros, de ponerles un espejo donde reconocen su luz, nació de ahí. De ese lugar en el que yo misma no me sentía suficiente. Donde antes hubo miedo, ahora hay empatía. Donde hubo duda, ahora hay certeza de que cada ser humano tiene algo único que entregar. Hoy sé que ver el valor en los demás es también una forma de sanar lo que antes me dolía de mí.

Reconocer mis heridas no solo me sanó. Me dio dirección. Me dio un lugar en el mundo. Me permitió ejercer mi profesión con propósito. He acompañado a líderes que, al abrazar su historia, descubrieron que lo que más les dolía era también lo que más tenían para dar. He visto profesionales convertir fracasos en propuestas de valor. Heridas convertidas en legado.

Lo he visto una y otra vez: cuando una historia se honra, se vuelve motor de transformación. ¿La clave? Integrar. No ocultar. No disfrazar. Lo que has vivido no te resta autoridad: te da profundidad. Lo que has entendido desde tu historia no es un adorno: es tu ventaja. Lo que estás dispuesta a ofrecer desde tu verdad, es tu marca. ¿Qué herida te enseñó a mirar diferente? ¿Qué dolor se convirtió en habilidad, en visión, en empatía? ¿Qué fragmento de tu historia aún no has reclamado como tuyo? Tal vez ahí está tu mayor tesoro.

Tatiana Ravé Obando, directora WT consultoría de marca personal y marca empleadora