Opinión
El precio de ignorar las emociones en las organizaciones
“Lo que no se nombra, se actúa. Y lo que no se siente, se arrastra”. Esta frase me ha acompañado en cientos de sesiones con líderes, empresarios y equipos de alto nivel.

Cuando me preguntan cuál es el mayor obstáculo que enfrentan los líderes hoy, mi respuesta no está en la estrategia, ni en los KPIs, ni en los planes de acción. Para mí, el verdadero reto está en lo que no se dice: en las emociones que se callan, se reprimen, se contienen o se disfrazan… pero que, tarde o temprano, terminan saliendo a flote y se reflejan en los resultados.
Hace un tiempo trabajé con un CEO brillante. Tenía una gran fortaleza técnica, era carismático, visionario. Pero había algo que lo frenaba: no hablaba de cómo se sentía. Estaba, como suelo decir, en un estado de “contenido emocional”.
Su equipo lo describía como “cerrado”, “intenso”, “poco empático”. Y aunque nunca levantaba la voz y decía lo que era socialmente correcto, su tensión se sentía en el ambiente.
Sus silencios eran castigos. Su desconexión emocional, un muro. ¿El resultado? Alta rotación en su equipo, colaboradores desmotivados, reprocesos constantes y una creciente pérdida de confianza.
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Cuando comenzamos a trabajar juntos, me lo dijo con franqueza:
“Nunca nadie me enseñó a hablar de lo que siento. Me dijeron que eso no era de los líderes. Que si me exponía, si mostraba lo que sentía, me volvería vulnerable y revelaría mi punto débil”.
Y ahí entendí —una vez más— el gran dilema que enfrentamos: seguimos formando y promoviendo líderes técnicamente competentes, pero emocionalmente analfabetas.
La indiferencia también comunica (y cuesta caro)
Hay algo incluso más sutil —y a veces más dañino— que el maltrato verbal o el liderazgo impulsivo: la indiferencia.
Ese gesto que ignora un malestar, esa reunión en la que nadie preguntó cómo estaba el equipo, ese silencio ante una pérdida personal o una carga emocional evidente.
En el afán por alcanzar resultados, he visto a muchos líderes —y me he visto también, en algún momento— priorizando los números por encima de las personas. No por mala intención, muchas veces por desconocimiento o presión. Pero la indiferencia, aunque sea involuntaria, termina hiriendo el vínculo, inhibiendo la confianza y bloqueando la empatía.
La falta de interés genuino por las personas es una forma silenciosa de violencia emocional.
Una que no se grita, pero se siente. Una que no aparece en los reportes, pero se manifiesta en el ausentismo, la desmotivación, la falta de aportes y el bajo compromiso.
Un estudio de Harvard Business Review reveló que el 58 % de los empleados afirma confiar más en un extraño que en su jefe. Y no me sorprende. La indiferencia emocional tiene mucho que ver con esta desconexión. Cuando un líder no escucha ni se interesa, el vínculo se rompe. Y recuperar esa confianza no es tarea fácil.
Las emociones no gestionadas tienen un costo real
A veces se nos olvida —o preferimos ignorar— que las emociones no desaparecen solo porque no se hablan. Todo lo contrario: cuando no se gestionan, se acumulan, se transforman... y terminan pasando factura.
El estrés mal manejado genera desgaste cognitivo.
La rabia no expresada de forma sana se convierte en resentimiento. El miedo silenciado frena la innovación y la toma de decisiones. La falta de reconocimiento apaga el compromiso. La ausencia de ternura instala la inseguridad. El entusiasmo desmedido desemboca en equipos sobrecargados. La autoexigencia constante nubla la satisfacción y agota el propósito.
Y todo eso, tarde o temprano, se traduce en lo que los líderes sí suelen mirar: las métricas.
- Mayor rotación de personal
- Clima laboral tóxico
- Conflictos latentes
- Desgaste del liderazgo
- Pérdida de talento clave
- Reprocesos
- Demoras en las entregas
Según Gallup (2023), sólo el 23 % de los empleados a nivel global se sienten comprometidos con su trabajo.
Uno de los principales factores que afecta ese compromiso es la calidad de la relación emocional que mantienen con sus líderes.
Yo no sé a usted, pero a mí este porcentaje me parece un despropósito.
El liderazgo emocionalmente hábil no es un “lujo blando”
En una era donde lo técnico se automatiza, lo humano se vuelve, sin duda, una ventaja competitiva.
Las habilidades emocionales ya no son un “plus”; son una necesidad organizacional urgente.
Un líder que sabe nombrar lo que siente, escuchar con empatía, poner límites sin herir, ser directo sin intimidar y contener emocionalmente a su equipo, es un líder que genera seguridad psicológica y confianza, dos pilares para la productividad sostenible.
¿Y cómo se empieza a cambiar esto?
1. Formación emocional desde la alta dirección: cuando los de arriba se transforman, el cambio cultural se expande.
2. Espacios seguros de conversación: el feedback emocional no es opcional, es vital. No se trata únicamente de conversaciones de desempeño, se trata de honrar el “¿cómo estás?”.
3. Coaching ejecutivo con enfoque emocional: para dejar de liderar desde el personaje y empezar a hacerlo desde el ser.
4. Medir lo invisible: herramientas de diagnóstico emocional organizacional para saber qué emociones habitan en tu empresa (porque sí, las emociones también se miden). Conocer el estado de ánimo de los equipos y de la organización es un gran predictor del desempeño.
5. Cultivar la compasión organizacional: no se trata de ser blandos, sino de ser humanos con firmeza.
Llevo más de 25 años acompañando procesos de transformación humana y organizacional, y hay una certeza que no cambia: donde hay emocionalidad mal gestionada y/o —lo que yo llamo— indiferencia emocional, hay talento perdido y está la conexión rota.
Por esta razón, estoy convencida de que una empresa que cuida sus emociones y que se interesa por su gente, es una empresa que cuida su futuro.
Y si este mensaje te resonó, tal vez sea el momento de revisar:
¿Qué emociones estás evitando nombrar en tu liderazgo?
¿Qué relaciones podrías fortalecer solo con un poco más de interés genuino?
A veces se trata solo de parar y voltear a mirar a quien importa.
Luchy Mejía, CEO de Potencial Humano Integral y master coach experta en emociones.