Opinión
El emprendimiento femenino no es una moda, es una necesidad
El emprendimiento liderado por mujeres no responde a una moda pasajera, sino a una necesidad estructural que exige respuestas colectivas y sostenibles.

En los últimos años, hemos visto cómo el término ´emprendimiento femenino´ ha ganado visibilidad en medios, redes sociales, eventos y políticas públicas. Sin embargo, a veces me pregunto si realmente comprendemos lo que está en juego cuando hablamos de mujeres emprendedoras. Porque no, no es una tendencia pasajera ni una etiqueta bonita para llenar convocatorias. Es una respuesta urgente a realidades estructurales que siguen frenando el potencial de millones de mujeres en nuestro país y en toda América Latina.
Emprender no es una opción romántica ni glamorosa para muchas mujeres; es, muchas veces, la única puerta disponible. Según datos del BID, una de cada tres mujeres emprende por necesidad, no por oportunidad. Eso quiere decir que detrás de cada marca hecha a mano, cada tienda online casera o cada idea convertida en negocio, hay historias de mujeres y madres que no pudieron volver a un empleo formal, de profesionales a quienes se les cerraron puertas por ser “demasiado jóvenes”, “demasiado viejas”, “demasiado preparadas”, “no tan preparadas” o “demasiado madres”, de mujeres que necesitaban generar ingresos sin sacrificar su rol en el hogar.
Y, sin embargo, a pesar de estas condiciones adversas, las mujeres emprendedoras mueven economías locales, crean empleos, solucionan problemas sociales y sostienen comunidades enteras. Lo hacen con creatividad, con resiliencia, con lo que tienen a mano. Pero también lo hacen, muchas veces, en solitario, sin acceso a redes de apoyo, a capital, a formación o a condiciones mínimas de sostenibilidad.
Ahí es donde el emprendimiento femenino deja de ser una causa individual y se convierte en una causa colectiva. Porque impulsar a las mujeres emprendedoras no es solo una cuestión de equidad: es una decisión estratégica. Una economía que ignora el potencial de la mitad de su población nunca va a prosperar de forma justa ni duradera. Las mujeres invierten hasta el 90 % de sus ingresos en sus familias y comunidades. Por eso, cuando una mujer crece, el impacto se multiplica.
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Hoy más que nunca necesitamos pasar del discurso a la acción. No basta con hashtags o con dar visibilidad por el mes de la mujer. Necesitamos espacios masivos que reconozcan el rol económico de las mujeres. Necesitamos programas de financiamiento con enfoque de género, mentorías, redes colaborativas, guarderías accesibles, educación financiera y digital. Necesitamos dejar de asumir que una mujer que emprende “desde casa” no está generando valor.
El emprendimiento femenino también debe dejar de ser abordado desde la lógica de la competencia y empezar a entenderse como una oportunidad para co-crear. Las redes de mujeres son potentes cuando se basan en la colaboración y no en la comparación. Y para eso también se necesitan espacios seguros donde podamos compartir desde la vulnerabilidad, no solo desde el logro.
Desde mi experiencia, acompañando a cientos de mujeres emprendedoras y formando un ecosistema completo desde el mercado para ellas, he aprendido algo poderoso: las mujeres no están esperando que las salven; están esperando que las escuchen, que les den herramientas reales, que les abran la puerta sin pedirles que escondan su maternidad, su edad o su historia. Que les den una oportunidad de mostrar lo que hacen y todo lo que pueden aportar para que todos crezcamos.
El emprendimiento femenino llegó para quedarse. No es una moda. No es una categoría más. Es una respuesta viva y urgente frente a las desigualdades. Y, si lo apoyamos como sociedad, como gobierno, como empresas y como consumidores, no solo ganamos todos, sino que empezamos a construir el tipo de país que queremos ver: uno donde soñar, crear y liderar no dependa de tu género, sino de tu talento, tus habilidades y tu determinación.
María Paula Cárdenas, codirectora de Mompreneurs Colombia