Opinión
Cuando el cuerpo duele en silencio
Vivimos en una cultura que constantemente lanza mensajes contradictorios a las mujeres: “ámate como eres”, pero cambia todo lo que puedas. Vivir con un trastorno alimentario es habitar un cuerpo en guerra constante como una respuesta a una sociedad que impone ideales inalcanzables.

He aprendido que los trastornos alimentarios no siempre se notan. A veces se ocultan detrás de una sonrisa, un “ya comí” o una rutina estricta de ejercicios. Otras veces, detrás del silencio incómodo que produce hablar del cuerpo. Porque hablar del cuerpo, sobre todo si eres mujer, es tocar un terreno oscuro: desde los estereotipos, el juicio y la exigencia constante.
Desde muy joven entendí que para muchas mujeres el cuerpo no es simplemente un vehículo, sino una carga. Una batalla diaria entre lo que somos y lo que se espera que seamos. La sociedad nos enseña a medir nuestro valor en kilos, tallas y centímetros. Nos dicen que debemos vernos “saludables”, pero no tanto como para ocupar espacio; fuertes, pero sin dejar de ser “femeninas”; delgadas, pero con curvas en los lugares correctos. Todo esto nos atraviesa de forma silenciosa, pero poderosa.
Los trastornos de la conducta alimentaria (TCA), como la anorexia, la bulimia y el trastorno por atracón, no son simplemente problemas de “vanidad” ni un capricho. Son enfermedades complejas con raíces profundas: baja autoestima, presión social, traumas, ansiedad, necesidad de control. Y, sin embargo, siguen siendo invisibilizados o malinterpretados. Muchas veces, quienes los padecen no reciben ayuda a tiempo porque son juzgadas antes de ser escuchadas.
En Colombia y en el mundo, la mayoría de las personas con TCA son mujeres. Esto no es casualidad. Vivimos en una cultura que constantemente nos lanza mensajes contradictorios: “ámate como eres”, pero cambia todo lo que puedas. Las redes sociales, y la publicidad nos bombardean con imágenes irreales que moldean una idea distorsionada de belleza.
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La prevención comienza con la educación. Necesitamos hablar de alimentación sin caer en discursos de culpa o control. Necesitamos enseñar a niñas y niños a cuidar su cuerpo desde el respeto, no desde la obsesión. Necesitamos más espacios de conversación, menos filtros y más empatía.
Yo no escribo esto desde la distancia, lo escribo como alguien que ha sentido en carne propia esa batalla interna. Y también como alguien que ha visto a otras mujeres queridas atravesar ese dolor invisible. Por eso creo que es fundamental dejar de romantizar ciertas conductas, dejar de normalizar el autocastigo disfrazado de disciplina. Porque no, no es normal tenerle miedo a la comida. No es normal odiar el reflejo en el espejo. No es normal medir tu valor por lo que marca una balanza.
Vivir con un trastorno alimentario es habitar un cuerpo en guerra constante. No es solo una lucha interna, es una respuesta a una sociedad que impone ideales inalcanzables. Desde niñas, las mujeres somos moldeadas por estereotipos que valoran más la figura que la salud, más la apariencia que el bienestar. La cultura de la delgadez nos aplaude el hambre y nos culpa por comer. Es hora de reconocer que los trastornos no nacen en el espejo, sino en una sociedad que enferma. Romper el silencio es el primer paso para sanar.
Hablar de esto también es una forma de sanar. Ponerle palabras a lo que muchas viven en silencio puede abrir caminos hacia la comprensión, hacia el cuidado mutuo, hacia una sociedad más consciente y menos dañina.
Que este sea un llamado a mirar más allá del cuerpo. A reconocer que el verdadero bienestar no se mide en tallas, sino en equilibrio, salud mental y libertad. Porque todas merecemos vivir en paz con nosotras mismas. Sin miedo, sin culpa, sin dolor.
Y sí, se puede salir de ahí. Se puede reconstruir la relación con el cuerpo, paso a paso, con apoyo, con información, con amor propio, aunque al principio parezca imposible. Se puede volver a mirar el espejo sin dolor. Se puede comer sin culpa. Porque dentro de cada historia de lucha hay una fuerza que no se rinde. Y esa fuerza, aunque a veces se esconda, también eres tú.
Alejandra Paredes Goicochea, directora de Sostenibilidad de Fe y Alegría de Colombia