Economía
“La relación con China no ha sido recíproca ni ha generado beneficios proporcionales para Colombia”: María Claudia Lacouture
Para la presidenta de la Cámara de Comercio Colombo Americana, AmCham Colombia, firmar un memorando de entendimiento para unirse a la Ruta de la Seda, constituye un gesto de alineamiento estratégico con un país que no opera bajo los principios de una economía de mercado. “La decisión debe sopesarse con rigor, sin comprometer su tejido productivo ni sus relaciones históricas”.

SEMANA: ¿Qué es la Ruta de la Seda?
MARÍA CLAUDIA LACOUTURE: La Nueva Ruta de la Seda, formalmente conocida como la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI, por su sigla en inglés), es una estrategia global lanzada por China en 2013 que busca fortalecer la conectividad comercial y logística entre Asia, Europa, África y América Latina, mediante grandes inversiones en infraestructura de transporte, energía y comunicaciones. Para los países participantes, implica abrir la puerta a inversiones chinas en sectores estratégicos como infraestructura, energía, tecnología y transporte; fortalecer las relaciones diplomáticas con China; explorar esquemas de cooperación en comercio, cultura, educación o salud; y enviar una señal política de apertura o alineamiento con la visión global de desarrollo impulsada por Beijing.
SEMANA: ¿Cuál es la preocupación de Estados Unidos y las advertencias que hace ese país, frente a la Ruta de la Seda y las relaciones con China?
M.C.L.: Colombia ha mantenido relaciones diplomáticas con China por más de 45 años, avanzando en distintos frentes sin comprometer su autonomía ni sus alianzas estratégicas tradicionales. A lo largo de este tiempo se han suscrito acuerdos de cooperación que han derivado en más de 40 proyectos de inversión, la mayoría en los últimos tres años. Sin embargo, muchos de ellos han presentado retrasos o dificultades de ejecución, y los beneficios reales para el país aún no se evidencian de manera clara.
En términos comerciales, la relación con China presenta un fuerte desbalance. En 2024, Colombia exportó apenas 2.377 millones de dólares frente a importaciones por 15.936 millones de dólares, generando un déficit superior a los 13.500 millones de dólares. Además, esas exportaciones están altamente concentradas en tres productos (petróleo crudo, hullas térmicas y ferroníquel), que representan el 71 % del total. Del sector no minero-energético, apenas 30 productos superan el millón de dólares en ventas, lo que evidencia una relación comercial poco diversificada y sin acceso relevante para bienes de mayor valor agregado.

SEMANA: ¿Y Colombia qué importa de China? ¿Qué pasa cuando se compara con Estados Unidos?
M.C.L.: Por el contrario, las importaciones desde China están dominadas por productos industriales y tecnológicos de alto valor: teléfonos móviles (1.436 millones de dólares), maquinaria, motocicletas y vehículos eléctricos. Esta asimetría no solo limita las oportunidades de inserción competitiva para el aparato productivo colombiano, sino que refuerza la dependencia en sectores donde el país no tiene capacidad de competencia similar.
Adicionalmente, las exportaciones hacia China cayeron 22 % en el primer trimestre del año, mientras que hacia Estados Unidos crecieron 15%, con un desempeño notable en sectores no minero-energéticos (25%) y agroindustriales (40%). Esto demuestra que, más allá de la apertura diplomática, la relación con China no ha sido recíproca ni ha generado beneficios proporcionales para Colombia.
Firmar un memorando de entendimiento para unirse a la Ruta de la Seda —aunque no vinculante jurídicamente— constituye un gesto de alineamiento estratégico con un país que no opera bajo los principios de una economía de mercado. La decisión, por tanto, debe sopesarse con rigor, asegurando que cada paso sume valor real y recíproco para Colombia, sin comprometer su tejido productivo ni sus relaciones históricas.
SEMANA: ¿Cuál es la situación de la ‘expansión china’ en otros países de América Latina?
M.C.L.: La expansión de China en América Latina se ha intensificado en los últimos 25 años, principalmente a través del comercio, la inversión directa y el financiamiento de proyectos estratégicos en sectores como minería, energía, infraestructura, telecomunicaciones y agricultura. Países como Brasil, Argentina, Perú, Chile, Ecuador y Bolivia han sido receptores de capital chino, en muchos casos a través de préstamos estatales condicionados.
Sin embargo, junto con estas oportunidades han surgido inquietudes sobre la sostenibilidad de esta relación. Se ha advertido una creciente dependencia económica basada en un patrón comercial asimétrico: exportación de materias primas e importación de bienes manufacturados. Además, el financiamiento de infraestructura ha estado sujeto, en varios casos, a cláusulas que limitan la participación local y condicionan la ejecución a empresas chinas.
Por ejemplo, en Argentina, el Parque Solar Cauchari fue financiado por el Eximbank de China con un crédito de 331,5 millones de dólares, condicionado a la contratación de firmas chinas para su construcción. En Perú, el Puerto de Chancay, desarrollado por Cosco Shipping Ports, ha generado controversias legales por cláusulas de exclusividad operativa, además de preocupaciones geopolíticas debido a su posible uso dual (comercial y estratégico).
En resumen, aunque la presencia china representa una fuente de recursos y cooperación, también plantea desafíos en términos de autonomía económica, competencia local, endeudamiento y alineamientos estratégicos que deben ser gestionados con cuidado y bajo principios de transparencia y reciprocidad.
SEMANA: Además del tema comercial con China, ¿qué otros factores preocupan en la posible alienación estratégica con ese país? Por ejemplo, en temas de protección industrial o patentes, o inversión, entre otros.
M.C.L.: Se debe tener en cuenta que China no es reconocida internacionalmente como una economía de mercado, lo que implica que no aplica principios básicos del libre comercio como la transparencia, la competencia leal y la igualdad de condiciones. Esta situación plantea desafíos estructurales que deben ser cuidadosamente evaluados.
Una relación más estrecha con China debe analizarse más allá del comercio, considerando su impacto en áreas como inversión, industria, propiedad intelectual y tecnología. La participación creciente de capital chino en sectores estratégicos puede generar dependencias que limiten la autonomía económica y fiscal. Además, el apoyo estatal a sus empresas distorsiona la competencia, y la cooperación tecnológica plantea riesgos en ciberseguridad, transferencia de conocimiento y soberanía digital.
Por ello, cualquier acercamiento debe regirse por principios de transparencia, reciprocidad y sostenibilidad, protegiendo el interés nacional sin comprometer la autonomía del país.

SEMANA: ¿Qué está en juego en la relación de Colombia con Estados Unidos ante la situación con China? ¿Qué ganamos y qué perdemos?
M.C.L.: Todo eventual acercamiento estratégico debe partir de una pregunta fundamental: ¿qué ganamos y qué arriesgamos? Las decisiones en política exterior deben sustentarse en hechos comprobables, no en expectativas aún por materializar.
En un contexto de alta sensibilidad geopolítica, donde Estados Unidos —principal socio comercial y aliado estratégico de Colombia— ha expresado preocupaciones frente a la expansión de China en la región, cualquier gesto político de alto nivel debe ser evaluado con responsabilidad y visión de largo plazo.
A la condición de que China no es reconocida como una economía de mercado —lo que implica ausencia de reglas claras en competencia, transparencia y trato equitativo— se suman cifras que invitan a la reflexión: en 2024, Colombia registró un déficit comercial con China superior a 13.500 millones de dólares. En contraste, las exportaciones a Estados Unidos crecieron 15 % en el primer semestre del año, mientras que las dirigidas a China disminuyeron 22 %, como lo señalé antes.
Sectores como el agro colombiano crecieron un 40 % hacia Estados Unidos, pero mantienen una participación marginal en el mercado chino. ¿Tiene sentido poner en riesgo una relación estratégica como la que Colombia mantiene con Estados Unidos —que respalda cientos de miles de empleos en frutas, textiles, flores, café y turismo— para avanzar hacia un mercado que, hasta ahora, no ha ofrecido resultados concretos ni condiciones recíprocas?
Las alianzas estratégicas deben fortalecer la estabilidad, el desarrollo y el empleo. Por ello, cualquier decisión debe sumar, no comprometer lo que hoy funciona y genera valor para el país.
SEMANA: ¿Qué tan importante es Colombia para Estados Unidos?
M.C.L.: Colombia es un aliado estratégico de Estados Unidos en América Latina, no solo por su compromiso con los principios de la economía de mercado y la democracia, sino también por su papel activo en la estabilidad regional y la cooperación bilateral en múltiples frentes.
Colombia y Estados Unidos mantienen una relación comercial complementaria y mutuamente beneficiosa, fortalecida por el Tratado de Libre Comercio vigente desde 2012. Este acuerdo ha facilitado la diversificación de las exportaciones no minero-energéticas de Colombia y le ha otorgado condiciones preferenciales frente al reciente arancel del 10 %, incluso por encima de otros países. Para Estados Unidos, Colombia es un destino clave para sus exportaciones en maquinaria, tecnología, insumos agrícolas, vehículos y bienes de consumo.
Más allá del comercio, Colombia tiene un valor geopolítico relevante por su ubicación estratégica con acceso a dos océanos, facilitando cadenas logísticas y cooperación regional. Además, ha sido un socio confiable en temas de seguridad, con una alianza histórica en la lucha contra el narcotráfico y el crimen organizado, consolidada desde el Plan Colombia.
En materia migratoria, Colombia ha asumido un papel de corresponsabilidad regional al acoger a millones de migrantes venezolanos y colaborar activamente en la gestión de flujos migratorios irregulares. Todo esto posiciona a Colombia como un socio integral para Estados Unidos, no solo por razones comerciales, sino también por su liderazgo regional y compromiso con la gobernabilidad democrática.
Lo que se ha construido —y que ha generado beneficios concretos para millones de colombianos— debe preservarse y fortalecerse a través de los canales del diálogo y los conductos formales de la diplomacia.

SEMANA: No es un contrasentido que, ante las señales comerciales de Estados Unidos y la necesidad de Colombia de diversificar mercados, ¿se limiten las posibilidades con otros países hacia el futuro?
M.C.L.: No se trata de limitar posibilidades ni de cerrar puertas. Por el contrario, Colombia debe seguir diversificando sus relaciones económicas a través de los 13 acuerdos comerciales vigentes. Lo esencial es que cada decisión sume —y no reste—, con reciprocidad, transparencia y beneficios reales para los colombianos.
Desde AmCham Colombia consideramos legítimo cuestionar y abordar con rigurosidad temas como: ¿Qué beneficios concretos han recibido otros países al adherirse a la Ruta de la Seda? ¿Qué implicaciones económicas y geopolíticas tendría para Colombia sumarse a esta iniciativa? ¿Cómo contribuiría a una relación comercial más equilibrada? ¿Y qué garantías ofrecería China para evitar distorsiones de mercado que afecten el empleo y la industria nacional?
Cualquier decisión en esta materia debe estar orientada a corregir asimetrías, proteger nuestros sectores productivos y asegurar que todas las relaciones bilaterales, sin excepción, respondan al interés estratégico y al bienestar de Colombia.
SEMANA: ¿Cuál debe ser la estrategia de Colombia para no perder un mercado como el chino, pero mantener el estrecho vínculo con Estados Unidos? ¿Cuál debe ser ese equilibrio? ¿O, definitivamente, las relaciones son excluyentes?
M.C.L.: La experiencia de Brasil demuestra que no es necesario adherirse formalmente a iniciativas como la Ruta de la Seda para construir una relación sólida y mutuamente beneficiosa con China. Brasil ha consolidado una relación comercial robusta, con flujos de inversión significativos y una cooperación política activa, sin comprometer su autonomía estratégica ni enviar señales de alineamiento geopolítico. Lo ha hecho sin firmar un memorando de entendimiento con la BRI, evitando tensiones con socios como Estados Unidos o la Unión Europea.
Colombia puede seguir un camino similar. El reto no está en elegir entre China y Estados Unidos, sino en definir una estrategia de política exterior coherente, que diversifique sin ceder soberanía ni comprometer relaciones históricas clave. Esto implica mantener una relación madura con China, centrada en comercio e inversión con condiciones claras de reciprocidad, y al mismo tiempo fortalecer el vínculo con Estados Unidos, que ha sido el principal motor de desarrollo exportador, inversión, cooperación en seguridad y fortalecimiento institucional.
SEMANA: Dentro de los temas prioritarios del Gobierno de Estados Unidos están el migratorio, el narcotráfico, el comercio y China. ¿Existen vasos comunicantes entre ellos, es decir, la certificación podría tener relación con el acercamiento de China a Colombia? ¿Hay algo que los una?
M.C.L.: Sí, hay un factor común que conecta estos temas en la visión estratégica de Estados Unidos: la seguridad nacional. La migración irregular, la expansión de China en el hemisferio y el narcotráfico son considerados amenazas directas, y el comercio internacional —especialmente cuando involucra a China— se analiza cada vez más desde una perspectiva geopolítica y de seguridad.
En ese contexto, un eventual acercamiento político o estratégico de Colombia hacia China podría ser percibido en Washington como un giro que afecta la relación bilateral en su conjunto. La certificación antinarcóticos, si bien se enfoca formalmente en los esfuerzos contra las drogas, no ocurre en un vacío. Puede estar influenciada por el entorno político más amplio, incluyendo señales que sugieran alineamientos con actores que Estados Unidos considera adversarios estratégicos.

SEMANA: ¿Podría darse algún tipo de sanción a Colombia? ¿Qué implicaciones tendría?
M.C.L.: Existe una posibilidad latente de que surjan tensiones entre Colombia y Estados Unidos, especialmente considerando las marcadas diferencias ideológicas entre los actuales liderazgos de ambos países. En ese contexto, decisiones políticas o señales estratégicas pueden tener implicaciones más amplias que trascienden lo bilateral.
Un antecedente reciente es el del 26 de enero, cuando el expresidente Donald Trump anunció —en medio de una crisis migratoria— su intención de imponer sanciones a Colombia, incluyendo restricciones al sector financiero y aumentos arancelarios a productos clave. Estas medidas, de haberse implementado, habrían tenido consecuencias económicas severas.
Estados Unidos cuenta con instrumentos legales como la Ley de Facultades Económicas en Emergencias Internacionales (IEEPA), que otorga al presidente la capacidad de aplicar sanciones unilaterales cuando perciba amenazas a la seguridad nacional. En ese marco, factores como un deterioro en la cooperación antidrogas o un acercamiento estratégico a China podrían ser interpretados como riesgos geopolíticos.
Lo más importante en materia comercial siempre será tener una visión clara de lo que está en juego. Perder a Estados Unidos como aliado estratégico sería devastador para Colombia, no solo por su papel como principal destino de exportaciones, sino por su peso en inversión, cooperación institucional y apoyo al desarrollo económico. Un deterioro de esta relación tendría impactos directos en el empleo, el crecimiento económico y la estabilidad de precios, lo que inevitablemente afectaría el bienestar de los colombianos.