Letras

José Luís Peixoto en cinco poemas de ‘regreso a casa’, editado por Isla de libros

En el día mundial de la poesía, compartimos los versos del portugués, que visitará el país en el marco de la FILBo 2025.

21 de marzo de 2025, 9:24 p. m.
regreso a casa - Isla de libros - José Luís Peixoto
regreso a casa - Isla de libros - José Luís Peixoto | Foto: Patrícia Santos Pinto - Isla de libros

Aprovechando la celebración del día mundial de la poesía, el escritor portugués José Luís Peixoto lanza en Colombia regreso a casa, un libro escrito en plena pandemia; un viaje íntimo por las incertidumbres del presente y los refugios de la memoria. Entre otros temas, la obra convierte el confinamiento vivido durante la pandemia del covid-19 en una odisea contemporánea, donde el hogar, la rutina y las relaciones personales se redescubren bajo una luz poética.

En versos como Nos miramos a los ojos por internet o El poema es como una casa, tiene paredes y ventanas, está habitado por el presente, el autor transforma el aislamiento en un espacio de reflexión y conexión con los otros y con el universo. Este poemario nos invita a redescubrir el día a día y a entender la poesía como una vuelta a la casa de la palabra. Aquí, ese regreso no es solo físico, también es emocional y simbólico, una búsqueda de lo que nos define, nos mueve y nos sostiene.

Una voz notoria y presente

José Luís Peixoto (4 de septiembre de 1974, Galveias, Portugal) es uno de los autores más destacados de la literatura portuguesa contemporánea. Su trabajo incluye poesía, narrativa, teatro, libros de viajes y cuentos infantiles. Su primera novela, Nadie nos mira, fue galardonada con el Premio José Saramago en 2001. Desde entonces ha publicado Cementerio de pianos (Premio Cálamo Otra Mirada, 2007), Gaveta de Papéis (Premio de Poesía Daniel Faria, 2008), Libro (Premio Libro de Europa, 2013), A Criança em Ruínas (Premio da Sociedade Portuguesa de Autores al mejor libro de poesía, 2013), Galveias (Prémio Oceanos en Brasil, 2016, y Best Translation Award por su versión en japonés), Autobiografía (2019) y Comida de domingo (2021), Regreso a casa (Prémio Livro do Ano Bertrand en Brasil, 2021), entre otros títulos. Su obra se ha traducido a más de treinta idiomas.

A continuación, compartimos cinco poemas de regreso a casa (traducidos al español por Diana Alcaraz).

regreso a casa - Isla de libros - José Luís Peixoto
'regreso a casa', editado por Isla de libros, ganó el Premio Bertrand libro del año, un galardón que reconoce a los mejores libros de ficción y no ficción lusófonos y extranjeros (elegido por lectores y libreros). | Foto: Patrícia Santos Pinto - Isla de libros

Regreso a casa

Observa la mañana que nos rodea.

Abraza esta claridad, es un hálito

que recorre nuestras venas. Hace un tiempo

escribí: cuando me cansé de mentirme

a mí mismo, comencé a escribir

un libro de poesía. Hoy de nuevo

aprendí esa lección y por eso

estoy aquí, estamos aquí. Por eso

avivé la existencia que nos rodea

y que nos llena, que está presente en todas

partes simplemente porque nos detenemos

frente a esta palabra:

manhã [mañana].

Observa la lejanía que se extiende

en el interior de la letra a, ella resplandece,

salúdala. Repara en la tilde, tan tímida

como ciertas sonrisas nuestras.

Un libro de poesía, otra vez.

Una pequeña casa, habitada

por nuestro tiempo, por los gestos

que hacemos en nuestro interior,

reflejos o sombras invisibles,

recuerdos y todo este esplendor.

Estamos vivos, date cuenta. Un libro

de poesía como una tregua secreta,

una ventana, como tus ojos

que me miran en silencio, o mis ojos

mirándote. Un libro de poesía,

como un regreso a casa.

Cuarentena

Nos miramos a los ojos por internet.

Yo te transmito este domingo por la tarde,

la voz del vecino a través de la pared.

Tú me transmites la distancia que existe

después de lo que logro ver por la ventana.

Durante la noche cambió la hora y, sin embargo,

continuamos en el tiempo de ayer.

Qué extraño es este domingo, no podemos

garantizar que mañana sea lunes.

El futuro se perdió en el calendario, existe

después de lo que logramos ver por la ventana.

El futuro dice algo a través de la pared,

pero no entendemos las palabras.

Nos lavamos las manos para evitar ciertas palabras.

Y aun así, en este tiempo extraño, observa:

tú y yo estamos juntos en este verso.

El poema es como una casa, tiene paredes

y ventanas, está habitado por el presente.

Nos miramos a los ojos por internet,

estamos verdaderamente aquí.

El poema es como una casa

y la casa nos protege.

[29 de marzo de 2020]

Cuarentena

Confío en que estoy aquí, rodeado por la realidad

y la temperatura, tengo en la boca un sabor acre,

tal vez debería beber un vaso de agua; no sé

si me es asombrosa esta verdad existencial,

en apariencia simple e inmediatamente tan hecha

de milagros, esta realidad compuesta por imágenes

a pocos metros de mí, moldes completos y

colores sin falta de luz tendrían la misma nitidez

si estuvieran reflejadas en un espejo y, sin embargo,

no me cuesta creer que estoy aquí, mi cuerpo

pesa sobre el lugar que ocupa, mi nombre pesa

sobre cada una de estas palabras, mis cejas

pesan sobre mis ojos, confío en que estoy

aquí y, por eso, confiando en la lógica, confío en que

este tiempo existe, existencia que imita el tono diario

con el que se anuncia el número de infectados y de

muertos, 295 hasta ahora, el silencio de la calle vacía

es un silbido continuo en los oídos, el aire mantiene

su talento transparente para separar las cosas.

Confío en que estoy aquí, rodeado por el mobiliario,

volúmenes de poesía completa en los estantes, un perro

viejo durmiendo profundamente, un té que se enfrió

hace mucho tiempo y se transformó apenas en la calma

fluctuante de su perfume. Inspiro este momento con

toda la fuerza de mis pulmones, aquello que siento

es un mundo, estoy en el centro de su interior, inspiro

aquello que siento con toda la fuerza de mis pulmones.

Miro hacia lo lejos, a la distancia de un mes, de un año,

pero mi mirada colisiona contra un muro opaco, los ladrillos

son preguntas, los cimientos son preguntas ¿futuro?

las respuestas se averiaron como juguetes antiguos

de cuerda o de pilas, las respuestas canceladas,

vuelos cancelados hacia países que dejaron de existir.

No obstante, llegará un tiempo, rodeado por otras

certezas, y recordaré este invierno que no quería

acabar, la edad que tenía mi hijo en este momento,

la edad que yo mismo tenía, y esta experiencia que

ahora es novedad a cada segundo se irá transformando

en un increíble convencimiento. Es verdaderamente increíble

imaginar ese tiempo ahora, pero será así a la fuerza,

ese tiempo existirá con la loca arrogancia del futuro,

y toda esta sacudida será inofensiva como una lata

de fruta que pasó de la fecha de caducidad, como una

anciana que fue una mujer muy bonita, como los ojos

de esa anciana brillando todavía en medio de su rostro,

sepultados por él, como el inútil recuerdo de enero

en el epicentro ardiente de una tarde infinita de agosto.

Entonces, solo seré capaz de recordar que este perro todavía

estaba vivo porque lo refiero en el poema, este perro concreto que

ronca en un rincón de la sala y en un rincón del poema,

sus costillas llenándose y vaciándose de aire,

este perro exhausto, ladrando a veces en sueños agitados.

Confío en que estoy aquí y, sin propósito, confiaré

en que estuve aquí, no me afeito hace más de un mes,

me transformo lentamente en otra persona.

[6 de abril de 2020]

Me inclino en las curvas, soy impulsado hacia atrás

en los arranques de la aceleración, me agarro bien,

voy en mototaxi por el tránsito de Bangkok,

escucho black metal escandinavo, batería de

doble bombo, el conductor es un desconocido

de rostro cubierto, avanza al interior de un túnel,

todo recto aun cuando sea necesario

contornear un laberinto de carros, somos un

ejército de vikings negros, pasamos por los callejones

de Chinatown, atravesamos puentes sobre canales,

nos lanzamos en enormes avenidas, diminutos

de repente debajo de los rascacielos, pasamos

por patios privados, familias almorzando que

no se dignan a mirar hacia nosotros, gatos y gallinas

saltan a nuestro paso, atravesamos un estacionamiento,

y la batería siempre, los pies del

baterista en los pedales, ráfagas de ametralladora,

las guitarras como hélices de helicópteros, esta

es nuestra locura, este es un grito desde el fondo

de la garganta, las imágenes de Bangkok duran

menos de un segundo, las ideas no llegan

a terminar, son atropelladas por otras, la ciudad

sucede a la ciudad, black metal sinfónico, caos

minuciosamente organizado, sin miedo al fuego,

arrastrando el fuego y plantando un incendio a su

paso, la calle quemada por el sol, por esta

hora inclemente, arden los tejados dorados

de los templos, me inclino en las curvas, soy impulsado

hacia atrás en los arranques de la aceleración, termino

aplastado contra la espalda del conductor en el último

frenado. Que no haya ninguna duda:

estoy vivo.

Aldea de la tribu Mlabri

La aldea entera estaba entregada a una anciana.

Hombres, mujeres y niños habían salido temprano

por la calle de tierra y piedras por donde llegué.

Suponer que atraparía a una tribu nómada en su casa,

he ahí mi ingenuidad. La anciana no desvía la mirada,

aquella le parece una buena manera de pasar la mañana.

Media docena de perros anestesiados, demasiado calor,

ropas secándose, ya secas, lanzadas sobre bambúes,

montañas que nos rodean de sonidos naturales.

En la ciudad me contaron que los miembros de la tribu Mlabri

cambian de lugar en cuanto amarillecen las hojas

del banano que usan para cubrir los tejados.

La consideré una bella historia, antropológica, pero la vida

no se compadece. Los tejados cubiertos por hojas de zinc

tardan mucho más tiempo en amarillecerse.

Los niños están en la escuela. Los hombres y las mujeres

están en las plantaciones de maíz, dejaron casas desiertas,

vestigios de hogueras y pedazos de motonetas.

La anciana y yo formamos una tribu inédita. Nos miramos

uno al otro. A veces pasa una brisa muy leve,

arrastra envolturas vacías de dulces y polvo.

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