Letras
José Luís Peixoto en cinco poemas de ‘regreso a casa’, editado por Isla de libros
En el día mundial de la poesía, compartimos los versos del portugués, que visitará el país en el marco de la FILBo 2025.

Aprovechando la celebración del día mundial de la poesía, el escritor portugués José Luís Peixoto lanza en Colombia regreso a casa, un libro escrito en plena pandemia; un viaje íntimo por las incertidumbres del presente y los refugios de la memoria. Entre otros temas, la obra convierte el confinamiento vivido durante la pandemia del covid-19 en una odisea contemporánea, donde el hogar, la rutina y las relaciones personales se redescubren bajo una luz poética.
En versos como Nos miramos a los ojos por internet o El poema es como una casa, tiene paredes y ventanas, está habitado por el presente, el autor transforma el aislamiento en un espacio de reflexión y conexión con los otros y con el universo. Este poemario nos invita a redescubrir el día a día y a entender la poesía como una vuelta a la casa de la palabra. Aquí, ese regreso no es solo físico, también es emocional y simbólico, una búsqueda de lo que nos define, nos mueve y nos sostiene.
Una voz notoria y presente
José Luís Peixoto (4 de septiembre de 1974, Galveias, Portugal) es uno de los autores más destacados de la literatura portuguesa contemporánea. Su trabajo incluye poesía, narrativa, teatro, libros de viajes y cuentos infantiles. Su primera novela, Nadie nos mira, fue galardonada con el Premio José Saramago en 2001. Desde entonces ha publicado Cementerio de pianos (Premio Cálamo Otra Mirada, 2007), Gaveta de Papéis (Premio de Poesía Daniel Faria, 2008), Libro (Premio Libro de Europa, 2013), A Criança em Ruínas (Premio da Sociedade Portuguesa de Autores al mejor libro de poesía, 2013), Galveias (Prémio Oceanos en Brasil, 2016, y Best Translation Award por su versión en japonés), Autobiografía (2019) y Comida de domingo (2021), Regreso a casa (Prémio Livro do Ano Bertrand en Brasil, 2021), entre otros títulos. Su obra se ha traducido a más de treinta idiomas.
A continuación, compartimos cinco poemas de regreso a casa (traducidos al español por Diana Alcaraz).

Regreso a casa
Observa la mañana que nos rodea.
Abraza esta claridad, es un hálito
que recorre nuestras venas. Hace un tiempo
escribí: cuando me cansé de mentirme
a mí mismo, comencé a escribir
un libro de poesía. Hoy de nuevo
aprendí esa lección y por eso
estoy aquí, estamos aquí. Por eso
avivé la existencia que nos rodea
y que nos llena, que está presente en todas
partes simplemente porque nos detenemos
frente a esta palabra:
manhã [mañana].
Observa la lejanía que se extiende
en el interior de la letra a, ella resplandece,
salúdala. Repara en la tilde, tan tímida
como ciertas sonrisas nuestras.
Un libro de poesía, otra vez.
Una pequeña casa, habitada
por nuestro tiempo, por los gestos
que hacemos en nuestro interior,
reflejos o sombras invisibles,
recuerdos y todo este esplendor.
Estamos vivos, date cuenta. Un libro
de poesía como una tregua secreta,
una ventana, como tus ojos
que me miran en silencio, o mis ojos
mirándote. Un libro de poesía,
como un regreso a casa.
Cuarentena
Nos miramos a los ojos por internet.
Yo te transmito este domingo por la tarde,
la voz del vecino a través de la pared.
Tú me transmites la distancia que existe
después de lo que logro ver por la ventana.
Durante la noche cambió la hora y, sin embargo,
continuamos en el tiempo de ayer.
Qué extraño es este domingo, no podemos
garantizar que mañana sea lunes.
El futuro se perdió en el calendario, existe
después de lo que logramos ver por la ventana.
El futuro dice algo a través de la pared,
pero no entendemos las palabras.
Nos lavamos las manos para evitar ciertas palabras.
Y aun así, en este tiempo extraño, observa:
tú y yo estamos juntos en este verso.
El poema es como una casa, tiene paredes
y ventanas, está habitado por el presente.
Nos miramos a los ojos por internet,
estamos verdaderamente aquí.
El poema es como una casa
y la casa nos protege.
[29 de marzo de 2020]
Cuarentena
Confío en que estoy aquí, rodeado por la realidad
y la temperatura, tengo en la boca un sabor acre,
tal vez debería beber un vaso de agua; no sé
si me es asombrosa esta verdad existencial,
en apariencia simple e inmediatamente tan hecha
de milagros, esta realidad compuesta por imágenes
a pocos metros de mí, moldes completos y
colores sin falta de luz tendrían la misma nitidez
si estuvieran reflejadas en un espejo y, sin embargo,
no me cuesta creer que estoy aquí, mi cuerpo
pesa sobre el lugar que ocupa, mi nombre pesa
sobre cada una de estas palabras, mis cejas
pesan sobre mis ojos, confío en que estoy
aquí y, por eso, confiando en la lógica, confío en que
este tiempo existe, existencia que imita el tono diario
con el que se anuncia el número de infectados y de
muertos, 295 hasta ahora, el silencio de la calle vacía
es un silbido continuo en los oídos, el aire mantiene
su talento transparente para separar las cosas.
Confío en que estoy aquí, rodeado por el mobiliario,
volúmenes de poesía completa en los estantes, un perro
viejo durmiendo profundamente, un té que se enfrió
hace mucho tiempo y se transformó apenas en la calma
fluctuante de su perfume. Inspiro este momento con
toda la fuerza de mis pulmones, aquello que siento
es un mundo, estoy en el centro de su interior, inspiro
aquello que siento con toda la fuerza de mis pulmones.
Miro hacia lo lejos, a la distancia de un mes, de un año,
pero mi mirada colisiona contra un muro opaco, los ladrillos
son preguntas, los cimientos son preguntas ¿futuro?
las respuestas se averiaron como juguetes antiguos
de cuerda o de pilas, las respuestas canceladas,
vuelos cancelados hacia países que dejaron de existir.
No obstante, llegará un tiempo, rodeado por otras
certezas, y recordaré este invierno que no quería
acabar, la edad que tenía mi hijo en este momento,
la edad que yo mismo tenía, y esta experiencia que
ahora es novedad a cada segundo se irá transformando
en un increíble convencimiento. Es verdaderamente increíble
imaginar ese tiempo ahora, pero será así a la fuerza,
ese tiempo existirá con la loca arrogancia del futuro,
y toda esta sacudida será inofensiva como una lata
de fruta que pasó de la fecha de caducidad, como una
anciana que fue una mujer muy bonita, como los ojos
de esa anciana brillando todavía en medio de su rostro,
sepultados por él, como el inútil recuerdo de enero
en el epicentro ardiente de una tarde infinita de agosto.
Entonces, solo seré capaz de recordar que este perro todavía
estaba vivo porque lo refiero en el poema, este perro concreto que
ronca en un rincón de la sala y en un rincón del poema,
sus costillas llenándose y vaciándose de aire,
este perro exhausto, ladrando a veces en sueños agitados.
Confío en que estoy aquí y, sin propósito, confiaré
en que estuve aquí, no me afeito hace más de un mes,
me transformo lentamente en otra persona.
[6 de abril de 2020]
Me inclino en las curvas, soy impulsado hacia atrás
en los arranques de la aceleración, me agarro bien,
voy en mototaxi por el tránsito de Bangkok,
escucho black metal escandinavo, batería de
doble bombo, el conductor es un desconocido
de rostro cubierto, avanza al interior de un túnel,
todo recto aun cuando sea necesario
contornear un laberinto de carros, somos un
ejército de vikings negros, pasamos por los callejones
de Chinatown, atravesamos puentes sobre canales,
nos lanzamos en enormes avenidas, diminutos
de repente debajo de los rascacielos, pasamos
por patios privados, familias almorzando que
no se dignan a mirar hacia nosotros, gatos y gallinas
saltan a nuestro paso, atravesamos un estacionamiento,
y la batería siempre, los pies del
baterista en los pedales, ráfagas de ametralladora,
las guitarras como hélices de helicópteros, esta
es nuestra locura, este es un grito desde el fondo
de la garganta, las imágenes de Bangkok duran
menos de un segundo, las ideas no llegan
a terminar, son atropelladas por otras, la ciudad
sucede a la ciudad, black metal sinfónico, caos
minuciosamente organizado, sin miedo al fuego,
arrastrando el fuego y plantando un incendio a su
paso, la calle quemada por el sol, por esta
hora inclemente, arden los tejados dorados
de los templos, me inclino en las curvas, soy impulsado
hacia atrás en los arranques de la aceleración, termino
aplastado contra la espalda del conductor en el último
frenado. Que no haya ninguna duda:
estoy vivo.
Aldea de la tribu Mlabri
La aldea entera estaba entregada a una anciana.
Hombres, mujeres y niños habían salido temprano
por la calle de tierra y piedras por donde llegué.
Suponer que atraparía a una tribu nómada en su casa,
he ahí mi ingenuidad. La anciana no desvía la mirada,
aquella le parece una buena manera de pasar la mañana.
Media docena de perros anestesiados, demasiado calor,
ropas secándose, ya secas, lanzadas sobre bambúes,
montañas que nos rodean de sonidos naturales.
En la ciudad me contaron que los miembros de la tribu Mlabri
cambian de lugar en cuanto amarillecen las hojas
del banano que usan para cubrir los tejados.
La consideré una bella historia, antropológica, pero la vida
no se compadece. Los tejados cubiertos por hojas de zinc
tardan mucho más tiempo en amarillecerse.
Los niños están en la escuela. Los hombres y las mujeres
están en las plantaciones de maíz, dejaron casas desiertas,
vestigios de hogueras y pedazos de motonetas.
La anciana y yo formamos una tribu inédita. Nos miramos
uno al otro. A veces pasa una brisa muy leve,
arrastra envolturas vacías de dulces y polvo.