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‘Estado de Fuga 1986’: esta ficción relata los hechos de Pozzetto desde la literatura y el thriller psicológico
Netflix estrenó su nueva producción de ocho capítulos. Se inspira en la matanza de hace exactamente 39 años. ¿Qué la hace distinta a ‘Satanás’? Sus creadores responden.
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Hicimos presencia en el lanzamiento Estado de Fuga 1986, de Netflix, que exhibió en pantalla grande el primer episodio de la serie y reunió a parte clave del equipo creativo: el autor Mario Mendoza, quien escribió la novela Satanás, sobre el mismo episodio, y funge como productor ejecutivo y supervisor de guiones; la guionista Ana María Parra, la conductora del cuarto de escritores; y el actor Andrés Parra, quien por lo central de su personaje en la historia es la fuerza alrededor de la cual giran los otros protagonistas.
La producción se inspira en la masacre de Pozzeto, el 4 de diciembre de 1986 en Bogotá. Justo hace 39 años, un ex militar perturbado, Campo Elías Delgado, quien estuvo en Vietnam como parte del Ejército de EE.UU., y en su regreso a Bogotá daba clases de inglés y se inclinaba por la literatura, abrió fuego en el restaurante de comida italiana, acabando con la vida de 29 personas (incluyendo a su madre) e hiriendo a otras 15 más.

Y claro, la serie tiene un ángulo. Explorar los eventos desde el thriller y una perspectiva de ficción psicológica. Parte de la matanza, claro, pero ofrece algo nuevo al echar el casete para atrás y enfocar la narrativa en un aspirante a escritor, León, se llama Camilo pero le dicen por su apellido (José Restrepo), que cruza caminos con el asesino antes de que se convierta en ello, y ofrece el punto de vista clave de la historia.
En unas clases de literatura (de Edgar Allan Poe), León cruza caminos con Jeremías Salgado (Andrés Parra), un hombre de perturbada existencia y macabra seriedad que, poco después, se convertirá uno de los primeros asesinos itinerantes (spree killers) documentados.

Un debate clave de la charla, alimentado por Mario Mendoza, giró en torno al síndrome de Amok, una condición que sugiere que la negligencia y el maltrato social contribuyen a la violencia individual. El panel, que condujo la periodista Diana Calderón, destacó que la intención no es glorificar al asesino, y quizá sí promover la reflexión sobre la salud mental y la violencia implícita en la sociedad.
Aún así, no es un documental, es un thriller televisivo, y en ese sentido apela a recursos visuales (unos espaguetis sangrientos se hacen especialmente memorables) y a tonos fluctuantes. Hay que acostumbrarse a lo sombrío, la historia así lo exige y así se entrega, pero el contraste entre las personalidades y momentos de vida de León y Jeremías, al menos en un principio, da lugar a unas risas. Quizás sean las últimas. Ni la vida ni la muerte son en blanco y negro.
En la voz de los creadores
Ana María, ¿Qué diferencia Estado de fuga en 1986 de esas otras versiones? ¿Cuál es el ADN de esta serie?
Ana María Parra, guionista: Nos distanciamos mucho porque cogimos un hecho histórico, el momento de la masacre, el final de la historia de Campo Elías, y a partir de eso ficcionamos para atrás. Nos hicimos la pregunta de cómo fueron los cuatro meses previos, explorando por qué una persona termina cometiendo esta masacre, esta tragedia macabra.

Y para ficcionar, porque esto es una ficción inspirada en hechos reales, lo que hicimos fue abrir su mundo, construir y abrir un mundo íntimo. Para entrar a la psicología de este personaje necesitábamos hacerlo interactuar en sitios donde no lo habíamos visto. Eso es novedoso, además de hablar de la literatura y mirarlo desde la perspectiva de otro estudiante. Porque la historia se cuenta a partir de un amigo, León, un chico que quiere ser escritor y conoce a Jeremías. Él nos va llevando a través de de la vida desconocida de Jeremías. Eso es novedoso".
Mario, usted vivió el hecho, conoció al personaje. ¿Qué quería explorar cuatro décadas después del hecho, y después de haber escrito Satanás?
Mario Mendoza: Los debates en el cuarto de escritura eran tremendos. Investigamos un montón, discutimos mucho. Y Ana era la cabeza cantante, por supuesto, era la guionista, la que tenía que recoger todas esas discusiones y crear a partir de ellas una dinámica. Y creo que teníamos dos ideas muy claras.

La primera, y voy a ser breve, la identidad existe hasta el siglo XVI, cuando todo el mundo cree que él es él o que ella es ella. Todo el mundo dice, “Yo soy yo”. Pero del siglo XIX en adelante, los escritores empiezan a cuestionar y a sospechar que no, que nosotros no somos nosotros, que hay otra presencia, que hay algo adentro, una fuerza desconocida que nos desborda. Los cuentos de Poe ponen de manifiesto esa duda, ¿no? Hay algo dentro de mí que no entiendo, hay una fuerza que me arrastra. ¿Quién es este que vive dentro de mí? Entonces, nosotros teníamos claro que un personaje como Campo Elías estaba haciendo su tesis sobre Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Si no hubieran existido esos escritores, Freud muy seguramente no hubiera podido postular el inconsciente. O sea, Freud es lector de todos ellos y gracias a eso Freud llega y postula toda su teoría sobre el inconsciente. Y eso para nosotros era fundamental, que el espectador de alguna manera se haga también la pregunta, ¿qué tiene que ver esto conmigo? ¿Que o quién hay dentro de mí? ¿Qué me arrastra y a dónde puedo ser yo arrastrado?

La segunda es que, cuando uno tiene un asesino serial, uno juzga rápidamente. La sociedad o la psiquiatría tradicional juzgan y dicen, “Es un psicópata”, y listo, con ese juicio exculpa a toda la sociedad de sus culpas. Todos nosotros estamos bien, pero este fulano está loco e hizo lo que hizo. ¡Qué horror! ¡Es un monstruo! Y nosotros queríamos también relativizar eso y para eso nos fuimos por un término, el síndrome de Amok. Los psiquiatras contemporáneos, sobre todo después de la masacre de Columbine (Colorado Estados unidos, 1999) y muchas otras, empiezan a pensar en el síndrome de Amok, que significa que hay una corresponsabilidad social, que ese individuo sí comete una atrocidad, es responsable de lo que hace, no lo exculpa en absoluto, pero hay una atmósfera insana, hay un aire pestífero en esa sociedad que construimos entre todos y, de alguna manera, lo empujamos al abismo. Y por eso nos toca revisarnos a todos después de un tiroteo o después de una masacre de ese estilo. Esos fueron un poco los debates del cuarto de escritura para para Estado de fuga 1986.

Andrés, ¿qué lo atrajo usted de Jeremías Salgado para querer interpretar a un personaje que desde el primer momento es un asesino?
Andrés Parra: Mi viaje con Jeremías fue al revés, porque que durante muchos meses creí que me estaban convocando para ser de Camilo León. Y para ser muy franco, donde me convoque esta gente, yo voy sin leer. Y cuando me aclararon que era Jeremías, se dio que yo venía investigando la conducta de los asesinos seriales porque hacía un año (o un par de años) iba a ser un asesino serial, y no se dio.
Ya había media tarea hecha. Más o menos tenía claro lo de la sociopatía, lo de la psicopatía. Pero la gran sorpresa fue encontrarme con esto que mencionaba Mario. Yo tampoco sabía que existía ese síndrome, ni que había este tipo de asesino itinerante. Y cuando empecé la investigación formal, el tema me apasionó muchísimo. Siento que es la primera vez que yo abordo un un personaje de este calibre, tan complejo también, tan relativo... que hace que uno se haga unas preguntas muy incómodas.

¿De qué tipo?
Hasta dónde puede llegar la mente del hombre... cómo un pensamiento desemboca en una cosa terrible. Y, ¿dónde están? Yo me lo pregunto un montón. ¿Es es el conductor del Uber en que hoy me vine para acá? Puede hay gente que llega a un punto en que ya no puede más.

Ha sido un viaje muy apasionante porque la mente humana es una cosa miedosa. Y salgo y pienso, ¿cuánta gente está allá afuera pasando por eso?, ¿cuántos somos hijos de la violencia, herederos de la violencia, la crianza, el papá, la mamá?




