Fonseca, La Guajira

Las exguerrilleras que volvieron su pasado un atractivo turístico

En medio de las dificultades que atraviesa el proceso de paz, un grupo de exguerrilleras le apuesta a la reincorporación con un proyecto de turismo en La Guajira que busca derribar estereotipos.

8 de junio de 2019
Hace unos dos años surgió la idea que hoy es realidad: un grupo de excombatientes, la mayoría mujeres, montaron un plan turístico que incluye dormir en el campamento. | Foto: Archivo particular

 

Tatiana y Elisa tienen ganas de hablar. Las acumulan desde hace años, décadas. Cogieron para el monte para unirse a las filas de las Farc cuando tenían 14 y 23 años y vivían en La Guajira y Cesar, respectivamente, y se llamaban Luz Dary y Marina. De eso ya hace mucho, suficiente como para haber vivido más tiempo como Tatiana y Elisa que como Luz Dary y Marina.

Tienen ganas de hablar y están logrando hacer de eso su modo de vida ahora, más de dos años después de la dejación de armas de las Farc. Han impulsado un proyecto turístico en el Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación (ETCR) Amaury Rodríguez, en la vereda de Pondores, La Guajira, a media hora de Fonseca. El objetivo es contar sus historias de primera mano. “Que nosotras mismas podamos explicar quiénes somos, cómo vivíamos, por qué nos tocó irnos para el monte”, cuenta Elisa.

Así, hace aproximadamente dos años, surgió la idea que hoy es realidad aunque todavía no tenga nombre. Son un grupo de doce personas, casi todas mujeres, que trabajan en ese proyecto en dos partes. Por un lado, una especie de ‘ruta fariana’, con la que buscan dar a conocer la vida de la guerrilla, recuperar su memoria y acercarse al proceso de paz. Por el otro, una caminata por la Serranía del Perijá, fronteriza con Venezuela y en donde operaba la mayoría de los guerrilleros de Pondores, para hacer ecoturismo. Ahí el plan es avistar aves, visitar proyectos productivos de excombatientes y apropiarse de la belleza y el encanto de esas tierras.

La iniciativa turística es uno de los 294 proyectos productivos impulsados por los exguerrilleros en toda Colombia en su tránsito hacia la vida civil. Según el acuerdo de paz, cada proyecto contaría con ocho millones de pesos por cada excombatiente vinculado, pero la mayoría de proyectos en este momento funcionan gracias a la autofinanciación. En cifras de la Misión de Verificación de las Naciones Unidas, 190 iniciativas productivas se han impulsado sin el apoyo del Estado. El organismo internacional asegura que se han aprobado 20 proyectos colectivos y 29 individuales, aunque solo se han desembolsado fondos para siete de los colectivos y todos los individuales, lo que beneficia a 335 excombatientes de los más de 13 mil que están en proceso de reincorporación. Eso significa que solo el 2,5 por ciento de los exguerrilleros se encuentran trabajando en un proyecto productivo que ha recibido la financiación prevista en el acuerdo.

 

    En el ETCR hay una cocina con un 'horno vietnamita', una estructura que concentra mucho calor y emana poco humo. ©Archivo particular


Tatiana, Elisa y sus compañeras no forman parte de este 2,5 por ciento. La iniciativa turística de Pondores funciona casi exclusivamente con los recursos de los propios guerrilleros y sin apoyo externo. La excepción fue una ayuda que les brindó la Corporación Autónoma Regional de La Guajira (Corpoguajira), que les proporcionó algunos recursos en especie para mejorar las instalaciones turísticas. El director general de Corpoguajira, Luis Manuel Medina, recuerda que cuando él y su gente conocieron el proyecto, era “apenas una idea”, mientras que ahora los excombatientes “reciben a muchas personas”. “Han encontrado la manera de contar y acercar la historia a la gente”, agrega.

Y una de esas maneras es con la recreación de un campamento fariano, como los que armaban cuando tenían que establecerse durante unas semanas en un mismo lugar. Tatiana cuenta que lo construyeron para “tener algo que mostrar” a los turistas que llegan a Pondores. El campamento consta de varias caletas en fila, cubiertas con las mismas carpas que solían cargar durante su vida de combatientes. La construcción central es el aula, donde los guerrilleros se reunían para las lecciones y otros eventos. También hay una cocina, provista de un “horno vietnamita”, dice Tatiana, una estructura de barro hecha a mano que logra concentrar mucho calor emanando poco humo.

Antes, debían armar el campamento en una hora con la certeza de desarmarlo en máximo  mes y medio. El de Pondores es el primero que montan con vocación de que sea permanente. Mientras Elisa le hace mantenimiento a las carpas y a las varillas que las sostienen, se queja de los nudos: “Los debe haber hecho un civil”, explica. “Los nudos deben hacerse de manera que se deshagan con sólo tirar de un extremo de la cuerda, por si toca salir corriendo”, agrega.

El campamento está a unos 20 minutos a pie de Pondores y tiene capacidad para 25 personas. Ahí se alojan normalmente los grupos grandes. No tiene baños ni duchas: instalarlas es la prioridad del proyecto, cuando consigan más financiación. El equipo de turismo acompaña a los visitantes durante su estancia y pernocta también en el campamento. A Tatiana y Elisa les gusta, porque vuelven a dormir al aire libre y en comunidad, como hicieron durante tantos años.

Elisa deja claro que el objetivo es “mostrar la otra cara de la moneda” del relato oficial del conflicto armado y aprovechar la oportunidad de la dejación de armas para acercarse a la comunidad. “Contamos nuestra historia, no estamos leyendo un libro, sino que contamos la historia de nosotros”, agrega.
 


Y una de esas maneras es con la recreación de un campamento fariano, como los que armaban cuando tenían que establecerse durante unas semanas en un mismo lugar.


 

 

Catherine Moore Torres es una turista colombiana de 27 años que viajó a Pondores desde Bogotá para hacer el ‘tour’. Tenía miedo de que la experiencia se redujera solamente al morbo de dormir en un campamento de las Farc, según explica. Su experiencia, sin embargo, fue diferente. “El hecho de que los mismos exguerrilleros sean los guías es un antídoto”, dice. En efecto, escuchar la historia a través de una voz externa habría convertido la experiencia en algo exótico. En cambio está la posibilidad permanente de sostener un diálogo abierto y sincero con quienes empuñaron las armas.

El grupo de turismo también organizó la Casa de la Memoria, un pequeño museo dentro del ETCR que aprovecha los espacios de unas viviendas deshabitadas. Dentro, se exhiben objetos cotidianos de la guerrilla: maletas, uniformes, un transistor, el equipo de radio que usaban para sus comunicaciones. Utensilios de cocina, carpas. Una máquina de coser. También los estatutos de las Farc, un librito ya amarillento que tiene estampado en la primera página el nombre Luz Marina escrito en una caligrafía infantil. Todos esos objetos fueron rescatados uno a uno. La mayoría de guerrilleros, suponiendo que tras el desarme no los iban a necesitar, los quemaron. Nadie pensó que tuvieran valor.

Gala Rocabert sí. Ella, una catalana que desarrolla en Pondores un proyecto de memoria colectiva con la Unesco, se escandalizó con la incineración de esas cosas. Cuenta que lograr salvar algunas fue una “verdadera cruzada de dos años”. Le parecía que durante un tiempo era “la única que valoraba la historia”. Al fin y al cabo, ningún combatiente había sido nunca un turista. A Elisa, sin embargo, le preocupa el olvido. “Va a llegar un tiempo en que nadie se acuerde de las Farc, así que nos dijimos, bueno, para que la gente nos recuerde y nos conozca”, dice.
 

Mientras revisa la estructura del campamento, Tatina cuenta que los nudos que hacían en medio de la guerra debían soltarse con solo tirar de un extremo de la cuerda, por si había que salir corriendo. ©Archivo particular 

 

En año y medio Pondores ha recibido más de 200 visitas, tanto de nacionales como de extranjeros. Todas han llegado a través del boca-oreja ya que el proyecto no cuenta con redes sociales o con un plan de comunicaciones que lo muestre. Catherine cuenta que “lo más bonito no es ir a ver el campamento estático, sino la conversación que uno tiene con la gente”. Así, el grupo de turismo ofrece la posibilidad de entrar en diálogo con una parte de la historia colombiana que le da a todo un sentido distinto: “la experiencia se vuelve otra porque de verdad estás escuchando historias que hacen que ese campamento tenga vida”, agrega la joven bogotana.

Desde Corpoguajira, Luis Manuel Medina también valora que el enfoque ecoturístico del proyecto muestre otras partes de La Guajira diferentes a los ecosistemas marinos y a la costa. Hay espacios naturales en la Serranía del Perijá que merecen la pena”, asegura.

Sobre eso, precisamente, los integrantes de la iniciativa recibieron capacitaciones, especialmente de parte del SENA, para convertirse en guías turísticos en la Serranía, una zona que conocen bien. La mayoría de habitantes de Pondores formaba parte del Frente 59, que operaba en el Perijá.En el tour se muestran cosas que antes no se podían visitar por culpa del conflicto”, subraya Medina. El Frente 59 formaba parte del Bloque Caribe, comandado por el exguerrillero, ahora distanciado del proceso de paz, Iván Márquez y por Jesús Santrich, el exnegociador del acuerdo de paz en La Habana que ha sido pedido en extradición por Estados Unidos por tráfico de drogas y cuyo caso se ha convertido en un campo de batalla entre partidarios y detractores del acuerdo.

Entre la incertidumbre del avance del proceso de paz, el grupo de turismo intenta afianzar las bases de su proyecto. A Tatiana y Elisa cada vez les gusta más que llegue gente. Al principio estaban nerviosas. El primer grupo que llegó eran unos 25 universitarios. “Nosotros somos campesinos, venimos de la montaña, nunca estuvimos en una universidad”, explica Elisa. “La persona universitaria tiene preguntas todas raras”, agrega entre risas. Pero más allá de esas diferencias culturales, también reconocen que se exponen a preguntas y comentarios dolorosos. A Elisa una vez la llamaron “matona”.

 

Una de las particularidades del proyecto turístico de Pondores, del que la mayoría son mujeres, es que no lo ha impulsado ningún comandante. ©Archivo particular

 

El grupo de turismo, como dice Elisa, es “pura mujer”. Son 12 excombatientes que impulsan este proyecto, y solo tres son hombres. “Nosotras como mujeres hemos liderado este grupo”, explica Tatiana con orgullo. El proyecto las atrajo a ellas mucho más que a ellos. Según Tatiana, al dejar las armas los hombres han estado más interesados en “tirar machete, sembrar una yuca o coger un árbol y trozarlo”. Se han dedicado a trabajos de fuerza físicasin saber que el turismo es un gran trabajo” que requiere de esfuerzo para “contar, conversar, hablar, recibir preguntas”.

Pero el proyecto turístico no solo es único por su liderazgo femenino, sino también porque no lo ha impulsado ningún comandante. Tatiana era enfermera y Elisa era radista. “Pura tropa”, dicen. La vida jerarquizada de las Farc como guerrilla ha dejado huella en la organización de la reincorporación y muchos proyectos productivos se han terminado estructurando alrededor de liderazgos militares heredados. Sin embargo, la iniciativa turística no ha estado auspiciada por ningún mando, a pesar de contar “con el apoyo de los jefes”, cuenta Elisa. Eso les permite organizarse de una manera mucho más horizontal. “Las decisiones no las toma Elisa, o yo, las toma el equipo turístico”, reflexiona Tatiana, quien agrega que “doce cabezas piensan más que una o dos”, lo que ayuda a que el proyecto salga adelante con nuevas “ideas e iniciativas”.

Además, el equipo también incluye a cuatro personas civiles, como les llaman las exguerrilleras. “Hemos tenido muy buena relación y hemos establecido unos buenos lazos de amistad con los civiles”, reconoce Tatiana. Cuando el Ministerio de Turismo se acercó a Pondores para hacer capacitaciones turísticas, invitaron a la gente de Conejo, otro de los corregimientos de Fonseca, a participar. A algunos les gustó la idea y desde entonces forman parte del grupo. Para Elisa, contar con ellos es una ventaja porque le da un enfoque comunitario a la iniciativa. “Nos gustaría que nos ayuden con nuestro proyecto porque es lo que hemos decidido como forma de vida”, agrega Tatiana.

Sin embargo, siente que aún faltan piezas para completar esta forma de vida. Tatiana quiere estudiar: se graduó de bachiller en diciembre pasado y cree que se debería seguir instruyendo en turismo, ahora que esta va a ser su profesión. “Necesitamos más formación, porque es lo que le da potencia a uno para poder manejar todo esto”, agrega. “Venimos de otro contexto, tenemos otra cultura y experiencia muy diferente a esta realidad que estamos viviendo”.
 


La vida jerarquizada de las Farc como guerrilla ha dejado huella en la organización de la reincorporación y muchos proyectos productivos se han terminado estructurando alrededor de liderazgos militares heredados.


 

 

La falta de formación no es la única dificultad que se interpone en su camino. Se prevé que la vida en el ETCR dure mientras dura el proceso de reincorporación, y las edificaciones son temporales. “Quién sabe si nos va a tocar sacar todo de la Casa de la Memoria y llevarlo a otra parte”, dice Tatiana. Además, la reincorporación atraviesa una época turbulenta que hace que los guerrilleros se cuestionen su futuro. El escepticismo entre los exintegrantes del Bloque Caribe se ha acentuado por la decisión de Iván Márquez de dejar la primera línea política y quedarse en paradero desconocido y el turbulento caso judicial de Santrich, quien pasó más de un año en prisión. Además, desde la firma del primer acuerdo de paz en septiembre de 2016, 129 excombatientes han sido asesinados, según la Agencia para la Reincorporación y la Normalización (ARN).

La inseguridad respecto al proceso de paz y la lentitud en la reincorporación han empujado a muchos exguerrilleros a dejar el ETCR y buscarse la vida en otros lados. En Pondores calculan que aproximadamente la mitad de los antiguos combatientes ya no viven en el Espacio Territorial. La problemática no solo afecta a Pondores: de las 13.010 personas registradas como exguerrilleras ante el Consejo Nacional de Reincorporación, ya son 8.459, un 65 por ciento, las que residen fuera de los ETCR y solo 3.479 (un 26,7 por ciento) las que aún los habitan. Hay 1072 cuyo paradero está pendiente de establecer. En muchos casos, el hecho de que los Espacios Territoriales no estén en buenas condiciones agravan los números. Según la Misión de Verificación de la ONU, hay 12 ETCR -de los 24 existentes-  donde “las condiciones son menos que satisfactorias” o “hay niveles moderados de riesgo”, y en otros seis presentan un “nivel inadecuado”. Eso quiere decir que solo una cuarta parte de los Espacios Territoriales, entre los cuales se encuentra Pondores, está en “niveles satisfactorios”.
 

Catherine sintió la sensación de incertidumbre que invade a los exguerrilleros cuando visitó el ETCR. Para ella, darse cuenta de que los antiguos combatientes no están convencidos de que “el proceso de paz vaya a tener éxito” fue lo que más la marcó de hablar con Tatiana y Elisa, más allá de cualquier paquete turístico que pudieran ofrecer.

Pero a pesar de todo, las líderes del proyecto turístico aseguran que se mantienen firmes en su nueva forma de vida. En medio de las dudas, de los cambios y de las inquietudes del proceso de paz, Tatiana dice haber encontrado su papel: contar cosas que “la gente tenía que saber hace mucho tiempo”.