Guasca, Cundinamarca

Encenillo, un bosque en Guasca que reverdece con las manos campesinas

Con la ayuda de 70 campesinos de Guasca (Cundinamarca), la Fundación Natura logró consolidar una reserva biológica y restaurar varias áreas afectadas por la minería y ganadería extensiva. Encenillo, con 215 hectáreas, hoy luce repleta de árboles nativos que brindan refugio a cusumbos, coatíes, armadillos, zorros y aves

23 de agosto de 2019
Desde hace 12 años, la Fundación Natura trabaja con la comunidad de Guasca en recuperar los bosques andinos del municipio. | Foto: Fundación Natura

Nació en Bogotá, pero a los pocos días regresó al sitio donde su familia tenía ancladas las raíces campesinas: Junín, un municipio cundinamarqués que en el pasado fue nombrado por los muiscas como Chipazaque, cuando era una zona compartida por los dominios del Zipa y el Zaque.

En una finca llena de vacas y uno que otro cultivo de papa y zanahoria, Néstor Gerardo Urrego pasó los primeros años de su niñez. Allí, sus padres le inyectaron esa sabiduría empírica que solo tienen los campesinos: un amor desbordado por la tierra, un trato especial por los animales de corral para que den más leche o huevos y un respeto supremo por la naturaleza.

Cuando hace memoria, el ganado siempre está presente en sus recuerdos. Y es de esperarse, ya que su papá es un veterinario experto en la actividad pecuaria. Por eso soñaba con seguir el legado de su héroe del campo: tener hatos llenos de vacas de todos los tamaños y manchas y vivir de la venta de la leche o hacer queso.
 

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Néstor Urrego es uno de los campesinos que ha permitido consolidar la reserva Encenillo en Guasca. Allí lleva diez años sembrando árboles y conservando la naturaleza. ©Jhon Barros

Pero la guerrilla de las FARC estaba presente en la zona sembrando miedo y zozobra. Era 1993, año en el que Néstor Gerardo, con apenas siete años, y sus dos hermanas menores, vieron por última vez la finca paterna. Sus progenitores decidieron venderla antes de que el grupo armado hiciera de las suyas para quitarles la tierra. Nunca regresaron a su terruño.

Guasca, ubicado a 54 kilómetros de Junín, los recibió con los brazos abiertos. Primero arrendaron una finca en una de las veredas del municipio, donde siguieron trabajando con la tierra, los animales y la naturaleza. Al poco tiempo, con las ganancias del ganado, compraron el predio.

Néstor Gerardo y sus hermanas siguieron untándose de tierra negra y fértil. Los viejos nos enseñaron a cultivar, labrar la tierra y tratarla bien, manejar las herramientas, criar el ganado y querer los árboles. Ese amor por el campo, la responsabilidad y el trabajo duro se los debo a mis papás”, dice este campesino hoy con 33 años de vida. 
 

Luego de terminar el bachillerato continuó con el legado de sus antepasados. Trabajó como agricultor en los cultivos de papa y zanahoria de Guasca y cuidando ganado en otras fincas. Hacia los 20 años le salió un puesto en una organización del Parque Nacional Natural Chingaza, donde nace el agua que surte 80 por ciento de Bogotá.

“Ahí me enamoré más de la naturaleza, de los árboles y del agua. Entonces reflexioné y me dije a mí mismo: quiero trabajar en algo que ayude a conservar los recursos naturales. En 2009, cuando tenía 23 años, me enteré que en una vereda del pueblo estaban trabajando en un proyecto de restauración, y me llamó mucho la atención”, dice Néstor.
 

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La ganadería es una de las actividades que más ha reducido la cantidad de bosque en Guasca. Varios campesinos ahora trabajan en conservar el verde boscoso. ©Jhon Barros

Nace la reserva

En 2007, luego de la donación de un terreno de 195 hectáreas en la vereda La Trinidad de Guasca por parte de los hermanos Hendrik y Marianne Hoeck, la Fundación Natura Colombia inició uno de los procesos de restauración ecológica más ambiciosos en el departamento de Cundinamarca.

En los años 90, en estas tierras funcionó una mina explotadora y transformadora de roca caliza, al igual que parches destinados a la ganadería, actividades que tumbaron gran cantidad del bosque andino nativo. El proyecto de Natura buscaba restaurar estos predios, reverdecer los parches y conservar los árboles de gran porte que sobrevivieron a la mano del hombre. 

Así nació la reserva biológica Encenillo, un área protegida privada de la sociedad civil en donde se mezcla el trabajo científico, investigativo y la comunidad. A la fecha, el área total suma 215 hectáreas, ya que otros predios fueron donados por la Unión Internacional para la Conservación para la Naturaleza (UICN).
 

«La reserva Encenillo suma más de 210 hectáreas en donde habitan más de 40 especies de aves y mamíferos como cusumbos, curíes, zorros y murciélagos. 70 campesinos han ayudado a restaurar las zonas afectadas por ganadería y minería».

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Con las manos de los campesinos, la Fundación Natura ha logrado restaurar las zonas afectadas por minería y ganado de la reserva Encenillo. ©Jhon Barros

“Hendrik y Marianne Hoeck nacieron en esta zona, acá pasaron su infancia, juventud y vida adulta. Sin embargo, consideraron que era bueno que los relictos de bosque sobrevivientes pasaran a manos de alguien que asumiera el reto de su conservación y restaurara los parches afectados por minería y ganadería. Es un sitio privilegiado que cuenta con bosques de la cordillera oriental, los cuales tienen particularidades botánicas y de biodiversidad especiales”, afirma Carlos Castillo, biólogo y director de la reserva.

Néstor Gerardo conoció el proyecto en 2009, ya que los ganaderos del sector, incluido su padre, sabían que varios terrenos de la futura reserva fueron destinados a la actividad pecuaria. “Una vez fui a llevar pasto por esos lados. El administrador de la reserva me dijo que si quería trabajar con ellos en un proyecto de restauración ecológica que involucraba a la comunidad. Yo acepté y me vinculé en noviembre de ese año”.

 

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Más de 40 especies de aves hacen parte del inventario biodiverso de la reserva Encenillo, además de cusumbos, coatíes, curíes, murciélagos, armadillos y zorros. ©Fundación Natura

Empezó como obrero, haciendo oficios varios en la reserva y sus áreas administrativas, como limpiar maleza, sembrar plantas y arreglar lo que se rompía. Pero poco a poco fue captando conocimiento como una esponja de los biólogos y forestales que visitaban el predio, y así fue ascendiendo.

Estuvo encargado del control de especies invasoras, como retamo espinoso y zarzamoro, y de la guianza de los colegios, universidades y expertos que llegaban a conocer el proyecto.

Hoy, diez años después de que conociera la reserva Encenillo, Néstor Gerardo es el administrador. “Es un aprendizaje diario. Trabajar con la naturaleza enseña cosas que ninguna universidad brinda. Es la sabiduría del bosque".

 

«De las más de 200 hectáreas de Encenillo, 170 están cubiertas por bosque, uno primario bien conservado y otro secundario; este último en las zonas afectadas por la mina de piedra caliza, donde sembramos especies nativas para recuperarlas»

Néstor Urrego, campesino de Guasca y administrador de la reserva Encenillo  

 

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Encenillo es uno de los proyectos de restauración ecológica más ambicioso de la Fundación Natura en Cundinamarca. ©Jhon Barros


Hervidero de vida

En los últimos 12 años, la reserva Encenillo ha reverdecido con la siembra de aproximadamente 70.000 árboles y arbustos, material que proviene de donaciones, campañas como la Carrera Verde o aquellas empresas que por ley tienen que hacer compensación ambiental por sus actividades extractivas.

“Cerca del 80 por ciento de los árboles sembrados hace parte de voluntariados y el 20 por ciento restante es aportado por las empresas que compensan, como es el caso de las Empresas Públicas de Medellín (EPM). La cultura empresarial es muy significativa y cada día se extiende más. En los últimos años ha aumentado significativamente la cantidad de empresas y asociaciones que quieren vincularse a la restauración del bosque”, comenta Castillo.

 

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La mayoría de los árboles sembrados en Encenillo proviene de entregas voluntarias. Empresas privadas también compensan en estos terrenos. ©Fundación Natura

Este reverdecer ha necesitado de manos amigas. Desde 2007, cuando inició el proceso, más de 70 personas de las veredas de Guasca o de los municipios de la sabana de Bogotá, han trabajado para que el bosque siga en pie y cada vez más verde.

“Algunos campesinos han participado en actividades como guianza y acompañamiento de visitantes, y otros fueron contratados para las labores de la reserva y el vivero de especies nativas. Encenillo mejora la economía de la comunidad por medio de un proceso de conservación, una palabra que para muchos no suena a negocio. El proceso con la gente es fundamental e interesante, un trabajo que nunca cesa. Estas alianzas deben permanecer vivas todo el tiempo”, manifestó el director de la reserva.
 

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Más de 70.000 árboles y arbustos han sido sembrados en las áreas afectadas por minería y agricultura en Encenillo. ©Jhon Barros

Néstor Gerardo, administrador de Encenillo, y quien vive en una casa dentro de la reserva junto con su esposa Paola y su hija Valerín Daniela, dice que las franjas afectadas por la ganadería, agricultura y minería hoy cuentan con especies como mano de oso, laurel de cera, mortiño, corono, tinto, duraznillo, amargoso y encenillo.

Con el rebrote del bosque, la fauna es cada vez más numerosa. Hay siete especies de colibríes, como el cola raqueta y pico espada, 40 especies de aves residentes y migratorias y varios mamíferos como el cusumbo, coatí, curí de monte, murciélago, armadillo y zorro gris. Unas cámaras trampa avistaron un tigrillo.

 

«En cada siembra utilizamos 15 especies distintas, que son las que componen los bosques andinos. En el predio también hay orquídeas, bromelias, musgos y palmas bobas»

Administrador de la reserva Encenillo

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Cusumbos, coatíes, curíes de monte, murciélagos, armadillos, zorros gris y tigrillos habitan en los bosques de Encenillo. ©Fundación Natura

Actualmente, Néstor Gerardo tiene a su cargo cinco campesinos de la vereda, quienes realizan los mismos oficios que él desempeñó cuando empezó esta aventura ambiental, en la cual pretende seguir. 

Contratamos guías locales, quienes cuentan con lujo de detalle cómo era este predio cuando funcionaba la mina. En el futuro, si Dios lo permite, me veo acá en la reserva defendiendo el bosque. Eso sí, no dejo atrás el ganado que mi papá tanto me enseñó a querer. En la finca donde crecí, donde viven mis padres, tengo varias vaquitas. Eso jamás lo voy a dejar. Seré un campesino siempre”.

Las puertas de Encenillo siempre están abiertas. Cualquier persona puede visitarla, pero antes debe comunicarse con Natura para coordinar los guías que hacen los recorridos por los senderos ecológicos, que conducen hasta un mirador desde donde se puede apreciar la sabana de Bogotá y varios de sus embalses. 

“Tenemos zonas para el uso público, senderos demarcados que proveen a los visitantes un espacio de rasgos naturales que alimenta el espíritu. Cuando los humanos nos enfrentamos a un objeto natural, espiritualmente nos elevamos. Eso lo viven nuestros visitantes”, apunta el director de Encenillo.
 

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Cualquiera puede conocer los bosques de Encenillo y la biodiversidad que allí habita. Natura realiza recorridos guiados por campesinos por los senderos. ©Fundación Natura


Vivero comunitario

Óscar Silva, un campesino amante del medioambiente, está vinculado a la reserva Encenillo desde 2017, cuando Natura y EPM suscribieron un convenio para construir un vivero exclusivo para la propagación de especies nativas del bosque andino, altoandino y páramo, con las que la empresa realiza siembras por compensación ambiental. 

Nació hace 40 años en una de las veredas de La Calera que hace parte del páramo de Chingaza. Su papá era administrador de una finca dedicada al cultivo de papa, donde el dueño le dio una pequeña casa para que viviera con su familia. Allí su mamá dio a luz a seis hijos, con la abuela paterna como partera.

Entre frailejones, papas, árboles de páramo, quiches y bromelias vivió su niñez. Siempre le llamó la atención saber los nombres de las especies, algo que su papá lo lleva grabado mejor que un ingeniero forestal.

“Cuando salíamos a recorrer la zona, él me enseñaba todo sobre el páramo y el campo. Para llegar a la escuela de la vereda tenía que caminar cinco horas, tiempo en el que me la pasaba observando y admirando la naturaleza”, dice Óscar.
 

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Óscar Silva nació en el páramo de Chingaza. Desde pequeño defiende la naturaleza y siembra árboles. Hoy maneja el vivero de la reserva Encenillo. ©Jhon Barros


Esas dificultades llevaron a la familia Silva a dejar la casa en el páramo e irse a la vereda Mundo Nuevo, también en La Calera pero en una zona más poblada. “En el colegio soñaba con convertirme en guardabosques de Chingaza. A diferencia de mis padres, dedicados de lleno a la agricultura y ganadería, yo anhelaba con trabajar en algo más ambiental, apunta Óscar.

Y así lo hizo. Cuando obtuvo su cartón de bachiller, trabajó en proyectos relacionados con la conservación ambiental, la mayoría el terrenos cercanos a Chingaza, como acueductos veredales, siembras de árboles y manejo de un vivero.

 

«En Chingaza hice parte de un proyecto de restauración, donde apliqué todo el conocimiento que adquirí en el páramo. Ahí decidí que mi profesión sería el viverismo»

Óscar Silva, campesino de Guasca encargado del vivero de la reserva

En esos años de juventud se casó con la novia de toda su vida, Edith, a quien conoció en el colegio y con quien tiene dos hijos: Eric Rodiño de 16 años y Alexánder de 13.

Vivieron en varios municipios de la sabana,
hasta que en 2013 arrendaron una casa en la misma vereda de sus padres en La Calera. “Llevamos más de 20 años casados. Fue un amor que nació en la escuela, cuando empezamos a picarnos”.

Su buen trabajo como viverista empezó a conocerse en la región. En 2017 le llegó una propuesta para trabajar con la Fundación Natura en la reserva Encenillo, en el vivero que estaba a punto de iniciar. “Es lo que siempre me ha gustado y a lo que me quiero dedicar hasta que pueda”.
 

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Óscar es uno de los viveristas más reconocidos en la sabana de Bogotá. Hoy aplica todo el concomiento que le heredó su padre en el vivero de Encenillo. ©Jhon Barros

Ya lleva dos años como líder del vivero en la reserva y tiene a su cargo cargo dos jóvenes operarios de la vereda La Trinidad. “El vivero está basado en especies nativas del bosque andino, altoandino y páramo. Tenemos frailejones, puya de páramo, encenillo, palma de cera, chilco, mangle y siete cueros. El propósito del vivero es producir material para restaurar las zonas altas afectadas. Hemos hecho siembras en otros municipios como Guatavita y Sibaté”.

Según Óscar, en el vivero hay cerca de 20.000 matas de diferentes especies, todas propagadas por él y sus ayudantes. “Mi hijo mayor viene seguido, ya que desde pequeño me dijo que quiere seguir mis pasos. Eso me llena de amor, esperanza y agradecimiento, por haber sembrado esa semilla de la conservación en mi primogénito. Al menor le gusta más la tecnología y el celular que el campo”.

Vive con su familia en el sector Pueblo Viejo de la vereda La Trinidad, a cinco minutos en moto de la reserva. Pero no ha olvidado el amor por el campo que le inculcó su papá. “A mi casa la llamo finca autosuficiente. Tengo gallinas, cultivos para lo del diario, patos, gallinas y truchas. Antes tenía vacas, pero están muy caras. Mi esposa quiere estudiar guianza turística ambiental”.
 

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El vivero de la reserva Encenillo cuenta con varias especies de frailejones listas para ser sembradas en los páramos del país. ©Jhon Barros


Los ojos del vivero

Lady Johana Rodríguez, una joven de 21 años con cachetes colorados, voz fuerte y manos ásperas que evidencian el trabajo de campo, es uno de los dos operarios que le ayudan a Óscar a generar vida en el vivero de la reserva Encenillo.

Hace parte del proyecto desde sus inicios en 2017, y ya es una experta en la propagación de semillas de los frailejones, especies insignias de los páramos donde brota el agua. 

“Acá llega la semilla, que es muy complicada de sacar de la flor de los frailejones. Hemos hecho varios ensayos para su propagación, como en cajas de petri con algodón y hormona o pellets de turba, unas almohadillas que retienen la humedad. Ahora estamos probando en unas cajas plásticas de galletas. En dos meses ya se ve el rebrote pequeño del frailejón, de no más de un centímetro. He aprendido mucho con los expertos que vienen a visitar el vivero”.
 

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En Encenillo, Lady Rodríguez aprendió a propagar semillas de frailejón, planta de páramo que considera su favorita. ©Jhon Barros

Es la primera vez que trabaja en algo relacionado con conservación ambiental, pero admite que le ha gustado. “Antes del vivero manejé una camioneta haciendo expresos y en rutas escolares. De niña aprendí a trabajar la tierra, ya que mis abuelos y papás son campesinos. Aún vivo en la finca de ellos, donde tenemos cultivos, ganado y gallinas. En el futuro me gustaría mezclar lo ambiental con lo rural y tal vez montar mi propio vivero para vender árboles y reforestar”.

No ve con buenos ojos la situación del campo. Dice que en Guasca el gobierno implementa un plan que busca quitarle la finca a la gente que está cerca al páramo para llenar esas zonas con árboles. “Hay que encontrar un punto de equilibrio. Si nos sacan, ¿de qué vamos a vivir? Los campesinos no tenemos ganas de irnos a la ciudad. Yo soy una de ellas”.
 

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Propagación de semillas de frailejón en el vivero de la reserva Encenillo. ©Jhon Barros

Sergio Romero, otro joven habitante de la vereda La Trinidad, lleva dos tandas laborales con Natura. En 2017 trabajó en la zona boscosa de la reserva y hace cuatro meses regresó para apoyar el vivero que tiene la fundación con EPM.

Como todos los trabajadores del proyecto, viene de una familia de campo. Sus 28 años de edad los ha vivido en una pequeña casa en la vereda, junto con sus papás y dos hermanos, donde hay unos pocos cultivos.

“Siempre he vivido en el campo y me encanta, al igual que el cuidado del medioambiente. Este último lo aprendí en mi primer trabajo con la reserva, cuando estuve a cargo de un vivero e hice guianzas con la gente por el bosque. Realicé varios cursos sobre el tema forestal para fortalecer mis conocimientos”.

Por ahora, sus mejores amigos son los pequeños árboles de chirco, tinto de páramo, mortiño, laurel de cera, mangle, granizo, amargoso, garrocho y frailejones, los cuales ha ayudado a propagar en el vivero.

“Es un trabajo de mucho tiempo, ensayos y aprendizajes diarios. Es demorado ver los resultados, pero aprendemos demasiado. Estamos aportando un grano de arena a la defensa de la naturaleza, hay personas que la destruyen, pero somos más los que que hacemos cosas por conservarla”.
 

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Sergio Romero es un joven campesino de Guasca que quiere dedicarse del todo al cuidado del medioambiente. ©Jhon Barros

Elsa Matilde Escobar, directora de Natura, aseguró que este vivero es el más grande de Colombia en especies del bosque andino y altoandino, el cual busca producir más de 380.000 individuos al año.

“Está asociado a todo un centro de investigación en germinación y propagación de estas especies, de las cuales Colombia necesita conseguir mucha información, conocimiento y técnica acerca de cómo se lleva a cabo la restauración de estos ecosistemas, como los frailejones”.

Por su parte, Nancy Vargas, jefe del proyecto, apuntó que el vivero cuenta con varios procesos sobre propagación de especies, identificación de fuentes semilleras, sistematización de la información, recolección de semillas, germinación y mantenimiento de individuos.
 

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Encenillo es la muestra que la conservación ambiental necesita de las manos de la comunidad y los campesinos. ©Fundación Natura