Ciénaga, Magdalena

El color llegó a Buenavista

La historia de cómo un pueblo construido sobre el agua, en la ciénaga grande, decidió pintar sus casas, y también su corazón

6 de marzo de 2020, 12:00 a. m.
En Buenavista viven unas 150 familias que se armaron de brochas y pintura para cambiarle la cara a su pueblo. | Foto: Cortesía

Buenavista le hace honor a su nombre, es puro color. Rojos, amarillos, azules, blancos, negros o verdes son los tonos que colorean este pequeño poblado. Son los colores de la bandera de Colombia, los del mar que se divisa a lo lejos, o los de las plumas de los pájaros que sobrevuelan su cielo, o los de los manglares que pululan entre el agua, o los de la madera que soporta las casas de este poblado en el que sus habitantes conviven con el agua en la puerta. Buenavista es un tesoro por descubrir, que sobresale de la Ciénaga Grande y donde viven alrededor de 150 familias.


Para los ojos de cualquier colombiano, Buenavista y el poblado vecino de Nueva Venecia son un reto para la imaginación, un lugar difícil de concebir para aquel que vive apurado por los horarios laborales y la prisa de las ciudades. Para empezar, las calles no son calles y los carros son lanchas, botes o canoas. Eso hace pensar en la famosa ciudad italiana del Renacimiento y que está acosada por el calentamiento. Los pueblos palafitos, como se les conoce a estos asentamientos, están lejos de todo y de todos.



Para llegar hasta allí es necesario viajar a la población de Ciénaga, a unos 30 minutos de Santa Marta. Luego, toca tomar un bus o un taxi que los lleve a un pequeño puerto donde los recogen los botes que prestan el servicio hasta Buenavista. La travesía es larga, casi hora y media, y depende mucho de la potencia del motor de la lancha, pero en esta zona el tiempo es relativo pues se imponen las condiciones de la naturaleza.

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A menudo, hablar de pueblos palafitos supone escenarios grisáceos. En Buenavista, sin embargo, es sinónimo de color y esperanza. © Cortesía Fundación Pintuco


Buenavista y el poblado vecino de Nueva Venecia son un reto para la imaginación, un lugar difícil de concebir para aquel que vive apurado por los horarios laborales y la prisa de las ciudades.


 

Viajar a los pueblos palafitos es una oportunidad para reconciliarse con la belleza de nuestro país y para cambiar el ruido de la ciudad por la elocuencia de la geografía y de la fauna.


La Ciénaga Grande es una de esas curiosidades de la naturaleza. Está separada por un hilo de tierra del mar Caribe, una barrera que en los mapas se ve muy delgada pero que hace una diferencia enorme por la riqueza que representa para este santuario de flora y fauna.


La Ciénaga es un poderoso ecosistema conformado por manglares, lagunas, ríos, caños y áreas pantanosas. Esto da como resultado una increíble variedad de especies de todos los tipos, entre ellas varias anfibias como el manatí y la nutria, así como variedad de murciélagos y mamíferos como el micro cariblanco, o el mono colorado o aullador. No pueden faltar los reptiles babillas, iguanas y tortuga icotea.

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Para llegar a Buenavista es necesario viajar a Ciénaga, a unos 30 minutos de Santa Marta, y tomar un bus o un taxi hasta un pequeño puerto en donde empieza una nueva travesía de al menos una hora y media más. © Cortesía Fundación Pintuco

Sin embargo, donde más se ve la riqueza de la naturaleza, tal vez porque son las que se pueden observar con más facilidad, son las aves, que suelen acompañar desde lo alto a los botes que viajan hacia Buenavista, algunas simplemente esperan colgadas de las ramas de los árboles de los manglares a que pase el sol. Entre ellas están el pato aguja, el gallito de ciénaga, el gavilán indio, el pato cúcharo y el pato pisingo. Otro factor que contribuye es que la Ciénaga es una suerte de veraneadero para las aves migratorias procedentes de Norteamérica, como el pato barraquete, que huye del frío del hemisferio norte y del cual se pueden ver grandes grupos entre noviembre y abril.

 

El camino entre el puerto de partida y llegada a Buenavista se pasa rápido mirando la fauna y la flora, pero esto cambia completamente cuando aparecen las casas de madera preciosamente decoradas con un sinfín de colores e imágenes diseñadas por los buenavisteños.


El color a estos territorios llegó hace tres meses, gracias a la Fundación Pintuco y el Programa de Alianzas para la Reconciliación de la Agencia de Estados Unidos y para el Desarrollo Internacional (USAID) y ACDI/VOCA. El objetivo del proyecto era mejorar el hábitat de una comunidad vulnerable, transformando su entorno. Durante ese tiempo la comunidad se unió en la tarea de pintar las fachadas de sus casas con los potes de pintura que trajo el equipo de la Fundación Pintuco.


El trabajo que se hizo no fue solo de puertas para afuera. La idea también era cambiar desde adentro, con todo lo que eso significa.


 

Pero el trabajo que se hizo no fue solo de puertas para afuera, la idea también era cambiar desde adentro, con todo lo que significa esa palabra. En ese sentido, los habitantes de Buenavista recibieron una formación en acabados arquitectónicos y actividades de negocio en materia de turismo y fueron empoderados a través de la metodología DecidoSer, en la importancia de hacer suya esa frase que dice, “si yo cambio, todo cambia”.


Buenavista es un sitio en donde hay que tomar un bote para ir a cualquier lugar, no importa si es la tienda, el colegio, el campo de juego o la tienda para jugar billar. Hasta hace unos años, no había una alternativa distinta para sobrevivir que la pesca, pero desde hace un año, un grupo de muchachos fue capacitado por la organización Creata, con el apoyo del programa PAR, en turismo. De esa manera se está fortaleciendo un emprendimiento que busca generar nuevas formas de ingreso para los jóvenes. En este caso se trata de un turismo enfocado en las riquezas naturales, donde el avistamiento de aves y la cultura anfibia juegan un papel importante.

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Para llegar a Buenavista es necesario viajar a Ciénaga, a unos 30 minutos de Santa Marta, y tomar un bus o un taxi hasta un pequeño puerto en donde empieza una nueva travesía de al menos una hora y media más. © Cortesía Fundación Pintuco

Esta es otra forma de ver el país, de conocer la Colombia resiliente, la que dejó atrás el conflicto. Hace 20 años, Buenavista y Nueva Venecia dejaron de ser un paraíso perdido para convertirse en una noticia trágica. La noche del 22 de noviembre del año 2000, un grupo de paramilitares se tomó los dos pueblos palafitos y asesinó a 38 pescadores.

 

Cuatro lustros después, las nuevas generaciones se juegan su destino fortaleciendo lo mejor que tienen: su gente y un ecosistema privilegiado. Siguen atados a la pesca, porque es parte de su esencia, pero quieren evolucionar con los nuevos tiempos y conectarse con el mundo externo sin dejar de ser un paraíso, uno que poco a poco se va metiendo en las guías de turismo.

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