Filosofía
‘Consumidores de atención’, una análisis a la sociedad hiperconectada por el filósofo Roberto Palacio, “un Gen Z tarda ocho horas diarias en la pantalla”
Una conversación con el filósofo y ensayista colombiano que por más de dos décadas se dedicó a la filosofía académica en los campos de la etología humana y la filosofía del lenguaje en la Universidad de los Andes
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Roberto Palacio, filósofo y ensayista colombiano, conversa con SEMANA sobre el consumo, la dispersión y la vida interior en una época marcada por lo digital a propósito de su más reciente libro Consumidores de atención: sobre la dispersión y la vida interior en la era digital.

SEMANA: ¿De dónde nace ese interés personal para escribir este libro?
Roberto Palacio: Este libro es la continuación de La era de la ansiedad. En ese libro seguí el problema de la ansiedad en donde hay una motivación personal. Siempre que escribimos contamos una biografía inconsciente, quizá.
Aquí hubo un hecho muy específico: vi a mi hija con un ataque de ansiedad. Le pregunté qué pasaba y me dijo: “No, esto es normal”. Empecé a ver que, en efecto, era normal, incluso generacionalmente, y al analizarlo, confirmas que se aplica a muchas personas. Son pocas las que no viven bajo un estado de ansiedad o que no lo saben. Hay personas con ansiedad o depresión que ni lo saben. Este libro continúa ese problema porque entender cómo vivimos hoy no queda resuelto en un solo libro.
La idea principal del libro es que vivimos una desconexión profunda con el mundo. Hemos construido una representación de segundo orden de la realidad, que es en gran medida virtual, hoy en día totalmente virtual.
Queremos habitar esa representación y que nuestro ser virtual pertenezca a ella. Alejarse del mundo y tratar de vivir en otro ya ha pasado antes; los cristianos tenían el cielo, al que se llega después de morir. Nosotros tenemos nuestra virtualidad al alcance de la mano. Saltamos entre este mundo y el mundo real, pero cada vez más con los pies en ese mundo virtual. Toma el concepto de La sociedad del espectáculo, de Guy Debord, que hoy cobra una nueva dimensión.
SEMANA: Hablemos de ese mundo de segundo “orden virtual” que habitamos. ¿Cómo se conecta con la ansiedad?
R.P.: Al alejarnos del mundo, la respuesta natural es la ansiedad. Por un lado, el mundo sólido de las cosas ya no nos pertenece. Piénsese en un niño con un juguete de McDonald’s versus una persona hace 500 años en un mundo con objetos que existían mucho antes que él naciera. Vivimos en un mundo líquido, como lo llama Bauman, generaciones de jóvenes sin noción de solidez. Y al perder el mundo, perdemos la relación con los demás. En palabras de Byung-Chul Han, si tuviera que caracterizar el presente con una idea, sería esta: “Hemos perdido la relación con los demás”.

SEMANA: ¿Cómo entender, entonces, el mundo hiperconectado y la desconexión a partir de su investigación?
R.P.: Estamos hiperconectados, pero no vinculados; la conexión no siempre genera vínculo social. Lo que he aprendido también viene de la teoría del marketing. Los diseñadores de experiencia en plataformas digitales intentan evitar “zonas de fricción” para no perder clientes. La mayor fricción es la voz de los demás: si tienes que oír a una persona para pedir una pizza, no la pides.
Si tienes que usar tu voz en una llamada, no la haces, provoca crisis, especialmente en los adultos. Esto dice mucho de nosotros. En el libro relaciono esto con la obra de Sartre A puerta cerrada, en la que tres personas están en una habitación de donde no pueden salir y están expuestas a la mirada de los otros, y uno dice: “Esto es el infierno”, porque el infierno son los demás.
Muchos creen que exagero, pero observo que hay gente que todo el día escribe en WhatsApp y no es capaz de poner un mensaje de voz o hacer una llamada porque molesta esa facticidad de la voz, ese contacto inmediato. Perdemos muchas pistas sobre quiénes somos y eso preocupa.Ya no hay contacto directo. Hoy un chico no te dice: “Oye, tú me gustas”, de frente, lo hace por WhatsApp y con emojis. Las rupturas y relaciones se manejan por mensajes, no en persona. Esto no cambiará, pero hay que preguntarse qué implica para nuestra vida. Una consecuencia es la pérdida de atención al mundo real, porque estamos atentos a ese mundo virtual.

SEMANA: ¿Qué papel desempeña el atencionalismo?
R.P.: Es una idea del filósofo sueco Alexander Bard, que dice que hoy en la era digital, en ese mundo de segundo orden, lo que importa no es el dinero o el estatus, sino la atención. En redes sociales, el “cash” es la atención: likes, pulgares arriba, visualizaciones. La atención es tiempo. Lo interesante para los filósofos es que detrás de la atención está el tiempo. Antes, “hacer tiempo” era estar en la cárcel; ahora, estamos pegados a pantallas.
Una persona Gen Z tarda ocho horas diarias en la pantalla, seis en TikTok, cuyo valor se cotiza según el tiempo invertido. Somos más generosos con el dinero que con el tiempo. Si te pido: “Regálame cinco minutos de atención”, lo niegas, pero si te pido dinero, puede que no me lo niegues. Los budistas decían: “Atención es tiempo, el amor es tiempo.” Si no dedicas tiempo a alguien, ¿cómo quieres una relación? El atencionalismo gira en torno a esto, aunque hay otras cosas vinculadas.

SEMANA: Hablando sobre TikTok, ¿qué son las egotecas digitales?
R.P.: Las egotecas digitales, que explico en el libro, nos desconectan más de nuestra realidad e incluso de nosotros mismos. Instagram es un ejemplo: antes solo mostraba imágenes. Hoy el espectáculo es nuestra vida: las redes nos venden a nosotros. Tú eres el producto vendido, el comprador y el vendedor. Al frente alguien cobra la entrada. Las personas más ricas son dueñas de esas grandes plataformas. Antes nos rebelábamos contra las corporaciones. Hoy no puedes rebelarte contra TikTok, porque te da voz. La única rebelión posible es la inatención. Todos quieren tu atención, y en medio de esa guerra por ella, solo queda no estar atento.

SEMANA: ¿Qué hacer entonces para afinar la atención?
R.P.: Sé que suena a una apología de regresar al pasado. Rousseau reflexionó sobre el progreso y sabía que los pueblos no retrocedían, que la felicidad había que buscarla en el presente tecnológico. En el tercer capítulo abordo la atención a nosotros mismos. No hago apología de irnos a vivir a comunidades aisladas, que también fracasan.
La era digital nos da oportunidades sin precedentes, pero no funcionará sin nuestra participación. Tenemos mecanismos como ChatGPT que realizan trabajo por nosotros, pero la conexión con uno mismo y el mundo es fundamental. Si la perdemos, seremos un subproducto en nuestra propia historia. Hoy internet genera el contenido y nosotros lo compartimos. Es peligroso porque rompemos la práctica humana ancestral de apropiarse de símbolos y devolverlos a la realidad para entenderla. Si esto falla, perdemos control sobre nuestro destino y nuestras metas, que quedarán en manos de grandes corporaciones.
La tesis de desengancharse hacia dentro implica estar presentes. No hay que estar atentos a todo, sino poner atención a lo importante, incluso estar desatentos a lo que no vale la pena. Si pudiéramos enfocar la atención hacia cosas que nos involucren genuinamente, cambiaría mucho. No propongo aquí un narcisismo egoísta.

SEMANA: ¿Cómo ve a las nuevas generaciones y a los padres que las crían en esta era hiperconectada, con tablets desde pequeños?
R.P.: Una de las mayores fallas que hemos cometido con los jóvenes es decirles: “Yo me encargo del mundo por ti”, dándoles voz, pero quitándoles experiencia, diciéndoles que no tienes que hacer esto o aquello, para ti solo lo mejor. Eso es un error porque la vida traerá dificultades que deben aprender a sortear. Los niños no manejan la frustración porque han tenido hiperatención. Además, la presión por la perfección. Decir: “Mi hijo es perfecto, es el más inteligente”, daña mucho. Somos seres primitivos, producto de millones de años de historia. Todo está influenciado por fuerzas poderosas, deseos y emociones que no siempre controlamos.
Enseñar a los hijos a sortear esas emociones es fundamental. La relación entre deseos es clave. Si no nos examinamos interiormente, ese mecanismo funciona solo y nos lleva a metas erráticas. Algunos impulsos se vuelven obsesivos y dañinos. Cuando no atendemos nuestra vida interior, esos monstruos nos dominan y no hay retorno. La atención a sí mismo es delicada, no debe confundirse con narcisismo ciego que solo busca likes. Conocerse incluye aceptar errores, frustración y estupideces.





