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Vicky Dávila se despide de SEMANA: ‘Mi carta a los colombianos’
Por Vicky Dávila.
Soy una mujer simple que dice lo que piensa y hace lo que dice. Cumplo mi palabra y estoy lista para encarar, una vez más, una nueva etapa de mi vida. Sé que he llegado hasta aquí gracias a muchos de ustedes y a pesar de algunos pocos. Gracias especialmente a los que nunca me han dejado sola y a quienes han trabajado y construido conmigo; a quienes me han dado oportunidades, me han tendido la mano y a quienes me han criticado mostrándome un mejor camino. Gracias también a quienes pusieron piedras haciéndome más fuerte.
Sé que la gran mayoría me conoce, pero pocos saben de dónde vengo. Soy hija de una ama de casa y del capataz de una finca que cantaba tangos. De ellos no heredé dinero ni apellidos. Pero sí algo más importante: confianza en mí misma, valores y la importancia del trabajo duro. Soy producto de la familia, de la educación, del esfuerzo personal y de jugar en equipo. Mi amor por el periodismo nació cuando descubrí que ni la mentira mejor contada supera una escueta verdad.
A mis 51 años, sé que es importante soñar, pero, sobre todo, que esos sueños se puedan hacer realidad. Nunca he dejado de ser lo que soy y no quiero dejar de serlo. Ser buen periodista no significa tener amigos o enemigos porque nada es personal. No se trata de mí; la noticia es más importante que las consecuencias, y la inteligencia es más grande que la vanidad.
La verdad no se esconde sola. Alguien la oculta y, cuando sale a la luz, ganan los ciudadanos. A pesar de todo lo que he vivido, no tengo resentimientos. La verdad siempre le gana a la mentira, y el amor siempre vence al odio. Ese es el espíritu que me envuelve y es mi convicción de que Colombia solo va a sanar y a progresar si estamos juntos, dejando atrás egoísmos y rencores.
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Soy mamá, esposa, hija y hermana. Mi familia es mi fuerza y mi apoyo. Es lo que más quiero en la vida. Desde niña quería ser periodista. Lo logré, a pesar de las adversidades, a punta de trabajo, talento y disciplina, haciendo lo que toca y no lo que conviene. Cuando me he equivocado, he tenido la dignidad de corregir y aprender. Eso me ha permitido avanzar con más ímpetu y determinación.
Ser reportero es una misión de todas las horas y así he vivido los últimos 33 años, entre alegrías y tristezas, con todo lo que pasa en un país bello como el nuestro, escuchando, comprendiendo, llegando al fondo de las cosas y siendo la voz de millones que tienen mucho que decir, pero no un micrófono para contarlo.
Así he podido conocer a los colombianos de cerca, he gozado con ellos los triunfos de la selección, y los goles del Tino, el Pibe y James, o las atajadas de Higuita. Qué tal el orgullo por Nairo, Egan y Rigo, o la emoción de ver brillar en el mundo a Niche, Shakira, Carlos Vives, Karol G, J Balvin y Maluma. Pero también ha sido mucho el dolor del que he sido testigo como periodista. La lucha contra Pablo Escobar y el cartel de Cali es una prueba de ello. El monstruo de siete cabezas del narcotráfico hoy es más poderoso y letal que nunca, y su poder de corrupción es cada vez mayor.
Pero nada me ha sido más importante que escuchar a miles de colombianos, sean del Valle del Cauca, Cundinamarca, la Costa Atlántica, Antioquia, Nariño, Chocó, Tolima y todos los departamentos del país. La mejor enseñanza siempre la he recibido de los que vienen del mismo lugar que yo, del pueblo.
Como reportera, dejé mi corazón en el Eje Cafetero, en 1999, tras el terremoto que arrasó casi todo. Compartí el dolor de tantas víctimas y no pude evitar las lágrimas a su lado, buscando con ellas a sus seres queridos atrapados entre los escombros mientras hacía un reportaje. Celebré la vida con quienes sobrevivieron y tuve momentos sobrecogedores con la muerte.
Cubrí tantos horrores de la guerra, por ejemplo, la infamia del secuestro de Ingrid Betancourt y de muchos otros civiles inocentes a manos de los grupos armados ilegales. Hoy son pueblos enteros sometidos por los fusiles, incluso, a pocos minutos de las grandes ciudades. Jamundí, a las afueras de Cali, prueba lo que digo, y eso lo denuncié desde estas páginas.
Las masacres de campesinos perpetradas por los paramilitares, las Farc y el ELN, así como los falsos positivos cometidos por algunos miembros de la fuerza pública, me hicieron conocer la peor cara de la maldad y la muerte. Estuve ahí, reportando en la tragedia, entendiendo a las malas a mi país. También me conmovieron profundamente tantas madres, esposas, hijos y hermanos que perdieron a sus seres queridos, miles de policías y militares cayeron heroicamente a manos de los criminales. Esto sigue pasando y pasará mientras el crimen no se enfrente con determinación, valor y aplicando toda la fuerza de la ley y la Constitución. También, mientras a los pobres solo se les utilice para ganar elecciones y se les abandone desde el poder.
Siempre me ha inquietado cómo cada Gobierno ha buscado la paz a su manera. Allí también estuve en los territorios y en el corazón del conflicto y la guerra. En el fondo, todos han tenido buenas intenciones, aunque también mezquindades y complicidades, costosas para Colombia. La impunidad no es un camino aconsejable para ninguna sociedad, pero tampoco el eterno rencor. Estuve en el Caguán transmitiendo durante las negociaciones del Gobierno Pastrana con las Farc, no olvido la silla vacía de Tirofijo. Como reportera, me negué a hacerles visita en La Habana a los comandantes de esa organización criminal.
Denuncié la red criminal de la Comunidad del Anillo en la Policía, escuchando a las víctimas y siendo la voz de los silenciados. El costo fue alto, incluso perdí mi trabajo en ese entonces. Pero siempre supe que era mejor ser despedida con la frente en alto que mantener un trabajo con la cabeza gacha y en complicidad.
En el caso del escándalo de Odebrecht y la financiación de las campañas políticas en 2010 y 2014, pudimos sacar a la luz las verdades en Colombia sobre la corrupción que se replicó en otros países. Me empeñé en demostrar con pruebas lo que pasó, esculcando expedientes durante muchos días y noches, escuchando y analizando grabaciones, conectando indicios y personajes. Me gané enemigos poderosos que nunca han cesado en su intención de sacarme del camino, pero no me importó.
Casi todo en ese proceso está hoy en la impunidad. Al final, el periodismo puede dar luz a la oscuridad, pero el poder puede cubrir de nuevo toda la mugre con una nueva alfombra. Causa impotencia, pero hice mi trabajo y les cumplí a los colombianos para que conocieran la verdad.
Luego publiqué en SEMANA las grabaciones que comprometieron de manera grave al excandidato presidencial Óscar Iván Zuluaga con aportes a su campaña de la multinacional de los sobornos. Y dejé en evidencia al entonces presidente-candidato Juan Manuel Santos. Dos contrincantes con una misma fuente de ingresos. Esa es la degradación de la política, el cambio de valores democráticos por negocios inmorales.
He conocido lo mejor y lo peor de los políticos y los poderosos. Hay buenos, claro que sí, pero rodeados de lo peor. Ninguna flor crece y se desarrolla en medio de la podredumbre. Son más los corruptos que viven para defraudar al Estado, para robárselo a como dé lugar, son una verdadera plaga enquistada.
De esos sé cómo operan, qué pactos hacen y hasta dónde son capaces de llegar con tal de lograr sus objetivos de plata y poder. No tienen límites. Lo que ha pasado en el Gobierno Petro es una prueba de ello. Siempre he querido lo mejor para mi país, hoy más que nunca no quiero que la Colombia de mañana sea la Venezuela de hoy. Tenemos la inmensa oportunidad que no tuvieron nuestros vecinos, aprender de los errores ajenos.
No saben lo que ha significado para mí destapar escándalos frente a los ciudadanos. Con el valiente equipo periodístico de SEMANA denunciamos diez días antes de la segunda vuelta presidencial, en junio de 2022, los ‘petrovideos’, que se convirtieron en el preludio de lo que sería esta administración. Trampas, campañas de desprestigio, zancadillas, ineptitud, cinismo, ideologización, amiguismos y corrupción. Un verdadero engaño para quienes creyeron en el prometido cambio.
Luego investigué durante cuatro meses las denuncias de Day Vásquez, la exesposa de Nicolás Petro. No saben cuántos desvelos tuve pensando en la información que tenía entre mis manos. Pero hice lo que tenía que hacer y lo puse en conocimiento del país. Hoy el hijo del presidente está en juicio por lavado de activos y enriquecimiento ilícito. También rescatamos la confesión del hijo del presidente ante los fiscales. Allí todos pudimos escuchar, de su propia voz, la verdad de lo que pasó en la campaña de su papá. Si no lo hubiéramos hecho, esa verdad habría quedado sepultada y no hubiese sido justo con los colombianos. Estoy convencida de que, independientemente de las decisiones judiciales, la verdad vive sola.
El día en que entrevisté a Sneyder Pinilla, en exclusiva y de madrugada, el país también se estremeció. Me reveló todo lo que hicieron en la UNGRD para comprar congresistas y pasar las reformas de Petro en el Congreso. Fue asqueante. Asimismo, logré el primer testimonio de Olmedo López, su primera confesión en público que comprometía a ministros y a otros altos funcionarios del Gobierno en hechos de corrupción.
En ese momento se develó el “cónclave”. Verlo con tanto miedo, y siendo tan cercano al presidente, me reconfirmó lo peligrosas que son las mafias dedicadas a saquear los recursos públicos. Por eso creo en el poder de la familia, en que los valores se enseñan en la casa y en que la educación es vital para que una sociedad pueda avanzar. Nuestros jóvenes tienen que volver a tener una esperanza y a creer que el esfuerzo y el trabajo los sacarán adelante.
Hoy los colombianos conocen mejor a Petro y a su círculo más cercano, en gran parte, gracias al trabajo que hicimos los periodistas de SEMANA. Me siento muy satisfecha y orgullosa por eso. No me creo una heroína, no lo soy, pero sí soy una ciudadana y una periodista que cumplió con su deber y con los colombianos. He trabajado solo por encontrar la verdad y poner en evidencia a los corruptos y poderosos.
Debo ser honesta y reconocer que Petro no sería presidente si gran parte de los políticos de siempre no hubieran defraudado a los colombianos. Esa debacle política y tantas necesidades de la gente sin resolver durante décadas, a pesar de grandes esfuerzos, le dieron la oportunidad a la peor izquierda de colarse por las ranuras de la democracia, con la careta del cambio.
Hoy necesitamos un país que, unido, busque oportunidades para todos. No puede ser que muchos vecinos de la región sigan avanzando, y nosotros, en cambio, estemos retrocediendo. Hay que derrotar el miedo, hay que resetear la política, no nos podemos rendir. El presidente o la presidenta no puede ser más que un empleado de los colombianos y su reto debe ser entender el honor y la responsabilidad que eso encarna. Pero, sobre todo, debemos equiparar las prioridades de los políticos con las necesidades de la gente.
Me voy de SEMANA con la tarea cumplida. A mis compañeros del alma les pido que sigan adelante, que la prensa libre es una garantía en una democracia. Ahora tienen la obligación de exigirme con todo el rigor como a los demás. Gracias a los propietarios de la revista, porque más allá de nuestras diferencias siempre me dieron libertad para hacer periodismo. Los intereses empresariales nunca estuvieron por encima de nuestra obligación como periodistas. Todo lo pude publicar.
Llegué hasta aquí siendo una mujer transparente. Les pido a mis lectores y a mis compañeros que ya no me vean con la mirada comprensible del periodismo, sino con la mirada crítica a quien intenta involucrarse para generar un cambio positivo en nuestro amado país. Nunca los voy a defraudar. Gracias a Dios porque sin su fuerza y su protección yo no sería nada.