POLÍTICA
Ingrid Betancourt recordó el día en que vio a Martín Sombra, su carcelero muerto, llorar desconsolado en la selva
Sombra le había propuesto encontrarse de nuevo tras su rescate. Betancourt lo pensó, pero la cita no se dio. Ella le dijo hoy a SEMANA que fue lo mejor que pudo ocurrir.

Ingrid Betancourt perdonó a Martín Sombra, su carcelero durante parte de su secuestro a manos de las Farc, pese a que le costó bastantes años para hacerlo. Y hoy, cuando el exjefe guerrillero murió a los 86 años pobre, solo y consumido por una diabetes en el hospital de El Tunal, en Bogotá, reflexionó sobre si debió aceptarle una cita que él le había propuesto, ya en libertad.
Elí Mejía Mendoza, como se llamaba, quería encontrarse de nuevo con su secuestrada, él como un guerrillero desmovilizado y sometido a Justicia y Paz y ella como una política libre y graduada de su doctorado en teología.

El encuentro lo hizo saber él, a través de SEMANA, pero finalmente no se concretó. Betancourt no se arrepiente de no haberse encontrado cara a cara con su carcelero, según confesó a este medio.
“Trató de comunicarse conmigo, yo hubiera podido ir a verlo, ahora que supe que se había muerto pensé si debí haber ido. Y, finalmente, creo que estuvo bien no haberlo hecho”, le confesó a este medio.
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Al contrario, prefiere tener sus recuerdos intactos de la selva, del hombre barbudo, gordo, “temido por los secuestrados”, el exguerrillero “duro”, “inflexible”, “que mentía”, un hombre “violento”. Y al mismo tiempo, con cierta dosis de humanidad.
En una oportunidad, cuando la colombo-francesa estaba en un campo de concentración de las Farc, bajo el hacinamiento, encerrada improvisadamente por alambres de púas y las garitas, Martín Sombra se le acercó a la reja y la llamó por su nombre: “Ingrid”, pronunció con voz fuerte y de mando.
“Me enrolló un sobre de manila y me lo pasó en medio de la reja. Me dijo: ‘Esto le mandan’. Yo miré el sobre y él, de repente, tenía los ojos aguados. Era real. Estaba llorando. Le pregunté: ‘Sombra, ¿qué le pasa?’ Y me respondió: ‘No me pare bolas’”, recordó Betancourt.
Ella, asustada, siguió el interrogatorio a Sombra porque quería descubrir lo que le ocurría a su carcelero. “Qué le pasa, está llorando”, insistió la entonces secuestrada, quien pensó que los iban a fusilar en medio de la selva.
Martín Sombra —quien en la época tenía 60 años—, le confesó que los altos mandos de las Farc, sus jefes, le acababan de ordenar el aborto de su hijo, quien tenía ocho meses de gestación. La Boyaca, como le decían a su pareja sentimental, era más joven que él, tenía 16 años, y lucía su estómago gigante en el campamento.

“Uno la veía pasar a ella con esa barriga, todos vimos ese embarazo y cómo creció el niño. Fue muy violento”, describió Betancourt.
Sombra, sin titubeos y después de llorar, no tuvo otra alternativa que cumplir con la orden y abortar a su propio hijo, un procedimiento riesgoso para la madre en las profundidades de la selva. El aborto era una práctica común entre guerrilleros rasos, pero no entre los jefes, quienes podían sacar a sus hijos de la selva y enviarlos a la ciudad. A Sombra —según Betancourt—,no le perdonaron ese embarazo.
Elí Mendoza ingresó al hospital el viernes 16 de mayo, fue sometido a una intervención quirúrgica de la cual no se recuperó totalmente y falleció en la noche de este domingo 18 de mayo.
“Traté de hablar con él, le hice una videollamada, pero ya no hablaba nada”, contó a SEMANA Sondra Macollins, una abogada cercana al exguerrillero, quien escribió un libro detallando todos los secretos que Martín Sombra no se llevó a la tumba.