POLÍTICA
El adiós a Miguel Uribe Turbay coincide con la conmemoración del asesinato de Jaime Garzón
El 13 de agosto de 1999, los colombianos lloraban el asesinato en Bogotá del periodista, escritor y humorista. Y el 13 de agosto de 2025, el país llora el asesinato en del senador y precandidato presidencial.

“Y hasta aquí los deportes. País de mierda”. La gente recuerda la frase de César Augusto Londoño el día en que mataron a Jaime Garzón con el mismo dolor que él. La cara de frustración, casi de llanto, con la que golpeó la mesa y terminó su emisión del noticiero quedará para siempre en la memoria de los colombianos. Ese día se esfumó la esperanza y la alegría de un personaje que sabía cómo reírse del poder.

Y es que, año tras año, su muerte les duele más a quienes lo seguían. Para ellos aún resulta absurdo, doloroso, intempestivo, pero sobre todo injusto. Una muerte sobre la que hay pistas, señalamientos e investigaciones, pero no justicia. “Desde el día de su muerte ha habido esfuerzos por justificar su crimen y desviar la investigación”, dijo su hermano mayor, Alfredo Garzón, a SEMANA en 2015. “Matan a Jaime Garzón y matan no sólo la vida sino la alegría. Y matan las ganas de seguir viviendo”, escribió Alberto Aguirre al poco tiempo de su muerte.
Jaime parecía no temerle a la muerte; se burlaba de ella aunque sintiera que estaba cerca. Anunciaba que todos los días se ponía ropa interior limpia para que cuando lo mataran no fueran a encontrar un “cadáver con los calzoncillos cagados”. Su legado, en buena parte, se debe a que supo hacer reír diciendo las más crudas verdades. Desafió la formalidad, la academia, las instituciones, la política y a los políticos. Su rebeldía y su ingenio lo hicieron ser quien fue.
Empezó tres carreras y no terminó ninguna. En la que más aguantó fue en Derecho, en la Universidad Nacional, pero no recibió el diploma, entre otras razones, porque le puso al perro de Zoociedad el nombre de un profesor que no le gustaba: Ricardo Sánchez; y porque, en una ocasión, metió una cabra a la facultad. Cuentan que en otras ocasiones, antes de que comenzara alguna clase, sermoneaba alargando las vocales como un sacerdote: “Hoy tenemos parciaaaaal y todos nos vamos a rajaaaaar”. A lo que los compañeros respondían: “Aaamééén”.
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Esas son apenas un par de anécdotas de un hombre que fungió como actor, político, periodista, presentador, comediante e imitador, que nunca paró de vivir intensamente y de hacer reír a millones. “Jaime era un poco de cada uno de sus personajes: tan Godofredo como tan Néstor Elí, tan compañero John Lenin como tan Dioselina, en fin, era un pedacito de cada uno”, recordó su hermana Marisol en un especial de Señal Colombia que reunió a los protagonistas de su época para rendirle homenaje.
“Él quería llegar a donde llegó: a ser Heriberto de la Calle. Uno no sabía si era Heriberto o era Jaime”, agregó Jon James Orozco, editor del programa político Zoociedad. Era todos y ninguno. Sus mensajes podían llegarle a todo el mundo, era un gran conciliador y un defensor incansable de los derechos humanos. Se reía de la izquierda, de la derecha y de las peores tragedias del país. Tenía mucho por decir y lo decía: sus denuncias daban risa pero dolían. Supo hacer un diagnóstico del presente y tuvo una mirada profética del país.
Quienes lo conocieron de cerca dicen que si viviera hoy probablemente sería una voz clave en las negociaciones de paz. “Él contribuyó mucho a que esta sociedad se volviera más democrática porque no hubo personaje a quien respetara. Nadie. Empezando por el presidente de la República, pasando por el cardenal, o quien fuera. Y todo el mundo se reía. Le fue quitando a esta sociedad ese sentido de reverencia y de estratos. Le prestó un gran servicio al país”, reconoció el expresidente César Gaviria, en declaraciones que dio en 2015.
Su colega en el noticiero Quac, Diego León Hoyos, agradeció haber trabajado junto a él. “Hay una cantidad de clichés que no quisiera reproducir, pero que son ciertos: Jaime era un genio, verdaderamente un genio, y los genios son terribles porque son solitarios, profundamente egoístas, de la misma manera como pueden ser generosos, tienen un temperamento volcánico y son muy vanidosos”.
Su padre, Félix María Garzón, de quien heredó buena parte de su talento para la imitación, murió a los 38 años. Ese vacío lo llevó a decir que no quería llegar a los 40, pues le parecía inmoral e irrespetuoso vivir más que su papá. Y así fue: murió a los 38 años, el 13 de agosto del 99.
Ese día los noticieros, las calles, las plazas, los muros no daban abasto para homenajearlo y llorarlo. Gente de todos los estilos, estratos y tendencias políticas salió con flores y pañuelos a expresar su dolor y a rechazar su asesinato. Jaime Garzón fue despedido como un hombre querido, respetado e influyente para esta nación.
Nadie comprendía por qué habían matado a alguien que se dedicaba a hacer reír. “Hoy enterramos a Jaime, pero qué fracaso el de sus asesinos”, dijo Félix de Bedout en el noticiero de ese día. “Jaime siempre soñó con morir joven, era un tema que lo obsesionaba, pero las balas de la intolerancia le quitaron la vida en el momento en que más enamorado estaba de su trabajo”, se lamentó la periodista Ximena Aulestia.
“Yo apenas ese día entendí que Garzón era una conciencia diferente para el país, no era el payaso, el imitador, el periodista, el medio político. Era eso y mucho más”, recordó Néstor Morales en la publicación de SEMANA de 2015, quien estuvo con él segundos antes de que le dispararan, a las 5:45 a. m., muy cerca de los estudios de Radionet, a donde se dirigía a trabajar. En su última entrevista, Jaime insinuó, con una canción, que quería morir de manera singular.

Hoy, 13 de agosto de 2025, el país le dará el último adiós al senador y precandidato presidencial Miguel Uribe Turbay, quien murió el 11 de agosto, dos meses después del atentado en su contra, el 7 de junio de 2025.

La muerte de Uribe Turbay reabrió heridas en un país atravesado por la violencia y los atentados contra políticos en las décadas de 1980 y 1990.
El legislador opositor murió a la 1:56 a. m. luego de sufrir una hemorragia cerebral el sábado, según la clínica donde estaba internado, la Fundación Santa Fe. Su cuerpo fue trasladado al Congreso colombiano hasta este miércoles 13 de agosto para que políticos y familiares se despidan y le rindan homenaje.
“Romper una familia es el acto de violencia más horrible que se pueda cometer jamás”, dijo su esposa María Claudia Tarazona en el velatorio, donde agradeció por su trabajo al equipo médico de Uribe.
Este 13 de agosto se llevarán a cabo las exequias del senador. Uribe Turbay deja un hijo pequeño y a tres adolescentes hijas de su esposa, que acogió como propias.
La vida de Miguel Uribe estuvo marcada por la violencia del conflicto armado colombiano. Su madre, la periodista Diana Turbay, fue asesinada mientras estaba secuestrada por orden de Pablo Escobar en 1991, en un operativo de uniformados que intentaban rescatarla.

El capo de la cocaína ordenó su plagio en medio de una campaña de terror para evitar la extradición de narcotraficantes colombianos a Estados Unidos.
Uribe tenía cuatro años cuando quedó huérfano junto a su hermana mayor María Carolina. Su abuelo Julio César Turbay fue presidente entre 1978 y 1982.
Luego él se hizo también político, con una ideología centrada en la seguridad, en la ofensiva contra el narcotráfico.
Con información de un artículo de SEMANA publicado el 13 de agosto de 2015.