REPORTAJE
¿De quién es Santa Rosa, que enfrenta a Gustavo Petro con Perú? SEMANA visitó la isla y habló con sus pobladores
SEMANA recorrió el remanso amazónico que domina Perú, al mando de Dina Boluarte, y que Gustavo Petro reclama como territorio colombiano. Por Juliana Gil Gutiérrez, enviada especial.


Colombia reclama negociar la soberanía sobre Santa Rosa, pero sus terrenos de un kilómetro cuadrado son custodiados por uniformados de la Policía y de las Fuerzas Armadas del Perú, incluso por agentes de la Fiscalía, quienes llegan hasta el terreno para hacer diligencias en defensa de la autoridad que reclama el Estado del Perú sobre ese terreno rodeado por el río Amazonas.
No hay una sola autoridad estatal colombiana que pueda tomar decisiones sobre esta geografía. En contraste, entre sus calles hay despachos de una veintena de instituciones del Perú y más banderas de ese país que casas en las que viven sus 3.000 habitantes, entre campesinos, indígenas y mestizos, quienes mayoritariamente se identifican como peruanos.

SEMANA recorrió sus calles, riberas y cultivos durante cuatro días, en los que constató el dominio que ejerce el Estado peruano sobre ese territorio, donde las principales actividades económicas son la agricultura, la pesca y el transporte de pasajeros por el río. Hay tiendas y restaurantes de los que sus compradores son los colombianos que viajan desde Leticia, la capital del departamento del Amazonas, porque quienes allí residen viven de lo que ellos mismos cultivan en los pastos que rodean sus casas de madera.
Ese es el caso de Lucinda Sánchez, una mujer de 65 años que ha pasado 25 en Santa Rosa. Llegó porque se enteró de los asentamientos que se estaban formando en la isla. En tres días, su hijo construyó la vivienda en la que residen y usó la madera que taló de la selva.
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Solo necesitó algunas herramientas de la ciudad para juntar las tablas en una edificación con sala, cocina, dos habitaciones y un patio trasero, en el que engorda dos cerdos, gallinas y patos que serán su sustento del futuro. Allí también cultiva pimentones y hierbas que vende en los mercados de Leticia.
“Nunca hemos tenido problemas, siempre vivimos felices. Ahora el presidente (Petro) está hablando y no ve que somos viejitos y sentimos la presión de lo que está ocurriendo. Yo estoy feliz acá sembrando y nunca he peleado por tierras”, dice. En su casa tiene los escudos de Brasil, Colombia y Perú tallados en madera y su documento de identidad es peruano, como el de la mayoría de quienes moran en la zona.
Que los habitantes de Santa Rosa tengan una identificación peruana no es casualidad, tampoco de quienes migraron de otras partes de ese país, como Iquitos.

En la isla hay una oficina del Estado con ocho escritorios en los que cada puesto de trabajo es el despacho de un delegado del Gobierno nacional y allí mismo se expiden los documentos que hacen de sus habitantes peruanos.
Desde esa casa despacha el alcalde Max Ortiz Rubio, quien habló con SEMANA el mismo día que el precandidato a la Presidencia por el Pacto Histórico Daniel Quintero pisó la isla para poner una bandera de Colombia en un sector inhabitado desde el que se observa la triple frontera: un puerto de Tabatinga, un costado de Leticia y el territorio en disputa.
A Ortiz Rubio lo designó el Gobierno peruano como administrador temporal, mientras se preparan las elecciones de 2026, en las que se elegirá al primer alcalde popular porque hasta entonces esa geografía había dependido de la provincia de Loreto.
Los comicios confirmarán la transformación de la isla en Distrito y la recepción de más giros desde la administración central de Lima. El mismo Ortiz Rubio fue quien buscó la bandera que izó Quintero para bajarla del asta, lo cual quedó grabado en un video que le dio la vuelta a su país. Los pobladores le sugirieron quemarla, pero se negó a hacerlo.

Administración ‘de facto’
“Como dice Petro, es de facto que aquí no hay ninguna autoridad colombiana. Todos somos peruanos hasta la muerte. Todas las instituciones del Estado están aquí, no de ahora, sino de hace años”, contó el alcalde. Mide un metro con 80 centímetros de estatura y ha vivido allí desde pequeño. Se casó, tuvo cuatro hijos y uno de ellos está en la Marina. Además, montó una tienda que es su sustento en los días que no se dedica a la política.
De hecho, no planea aspirar a las elecciones porque asegura que para que ese pedazo de tierra tenga estabilidad se necesita alternancia en el poder.Ortiz Rubio es tan peruano que llevaba puesta una camiseta de Machu Picchu cuando se reunió con el equipo de SEMANA.
Para conceder la entrevista, puso sobre una mesa tallada en troncos de madera de la selva una cerveza Cusqueña de 620 mililitros, que sirvió en tres vasos para amenizar la conversación con el único equipo de prensa colombiano que se adentró en su refugio durante una semana.
SEMANA estuvo en Santa Rosa durante varios días. En cada jornada encontró más oficiales de las Fuerzas Armadas del Perú recorriendo sus calles que en la visita anterior.
El primer día, un soldado con uniforme del Ejército custodiaba el puerto con un arma en brazos y, cuando las cámaras se acercaron a él, se dio la vuelta sin mediar palabra. En aquella jornada los policías estaban vestidos de civil, conversando en las escaleras que llevan a la oficina del comandante del lugar.
El hombre no quiso dar su nombre afirmando que la única autoridad que puede dar declaraciones es la Cancillería o la misma presidenta Boluarte, y solo señaló que las actividades que allí realizan son asuntos de soberanía y seguridad nacional.

En su despacho está la fotografía de la mandataria, tras asumir el poder por la salida del entonces presidente Pedro Castillo, seguida por retratos del ministro del Interior, el comandante de la Policía Nacional y el jefe de las Fuerzas Armadas; también una bandera, documentos acumulados sobre un estante, un mueble en el que al sentarse se sienten las estacas de madera de su estructura, y zancudos que vuelan de una esquina a otra. Es la Amazonía y hay más mosquitos que personas.
La cordialidad de las autoridades mutó con los días. La bandera izada por Quintero y la captura de dos ciudadanos colombianos por, supuestamente, estar levantando información topográfica en el puerto cambió el tono de los uniformados.
Al tercer día en Santa Rosa ya no eran solo tres policías en una oficina, sino una decena, recorriendo el terreno, exhibiendo sus armas, acompañados de un oficial del Ministerio Público (la Fiscalía) que llegó al sector con el único objetivo de judicializar a los sujetos. Uno de ellos intercambió palabras con el equipo periodístico de SEMANA y confirmó que es colombiano.
Un uniformado contó fuera de micrófonos que el hombre fue capturado por hacer trabajos de una empresa ajena al Perú, sin contar con la autorización del Gobierno para operar en esta zona, y su traslado se efectuó en un tuktuk, un vehículo improvisado que es jalonado por una moto y solo tiene asiento para dos personas.
En Santa Rosa no hay un solo carro, únicamente circulan motocicletas, algunas sin placa, otras con identificación del Perú. Si un carro llegara, ocuparía todo el ancho de sus únicos dos andenes por los que transitan los automotores.
La escaramuza diplomática por la bandera izada por Quintero o las gestiones consulares que tuvo que hacer Colombia para conseguir la liberación de los detenidos no han sido las únicas tensiones.

Dos autoridades de Leticia relataron que, a mediados de 2024, las fiestas de la Confraternidad en la triple frontera estuvieron a punto de cancelarse porque a un delegado de Santa Rosa le molestó que las autoridades del lado opuesto no lo consideraran ‘alcalde’. Esto se debía a que, al no reconocerse la soberanía del Perú sobre esa zona, no podían otorgarle ese título.
La incomodidad subió tanto de tono que tuvieron que llamar al excanciller Luis Gilberto Murillo para que el Palacio de San Carlos mediara con el fin de evitar una crisis en las celebraciones trinacionales de la zona. Murillo delegó a uno de sus vicecancilleres para atender el caso.
La fisura se ha profundizado y los pobladores temen que sus vidas cambien debido a las diferencias entre las casas presidenciales. Marcos Mera trabaja en una tienda donde venden cervezas y gaseosas de los tres países. Los fines de semana, la música de su local se escucha a lo largo de toda la calle principal. Desde su mostrador, cuenta que, en estos días de agosto, ha tenido pocos visitantes, pues los leticianos sienten temor.

“La isla se movió por temas naturales y el presidente colombiano, no sé si mal informado o mal asesorado, pretende que esto le pertenezca. Nuestros mismos hermanos de Leticia temen que, como tienen un presidente que es inestable emocionalmente, por una decisión loca de su mandatario, terminemos inmersos en un conflicto”, relató.
Mientras Mera habla, en la plaza del pueblo hay una carpa del Ministerio de Vivienda del Perú tomando el censo de los pobladores que necesitan soluciones de infraestructura en su hogar. Es mediodía y por el parque también transitan algunos niños vistiendo el uniforme de la escuela que queda en el sector.
El relato del comerciante, aunque coloquial, detalla bien cómo surgió Santa Rosa: el cauce fue juntando la tierra hasta formar una isla en medio del río que no existía para 1922, cuando se suscribió el Tratado Salomón-Lozano, con el que se limitó la triple frontera fluvial.
Tampoco estaba ahí para la década de 1930, en la que este comenzó a implementarse después de la guerra colombo-peruana, un enfrentamiento bélico de nueve meses que se libró en esa misma frontera.
Santa Rosa existe desde hace alrededor de 60 años, de ahí que Colombia reclame que se trata de un territorio no adjudicado por el Derecho Internacional, mientras que Perú reprocha que esta es una extensión de Chirimía, el pedazo de tierra que se entregó a ese país con un acuerdo internacional de un siglo de historia que el río se llevó. Lo cierto es que la isla sí se conecta vía terrestre con otro islote de ese país, aunque el camino es tan agreste que es más fácil llegar por el río que a pie.
La bandera del Perú
Una asociación de conductores de bote se unió para izar una bandera del Perú en el mismo punto donde el precandidato Quintero ondeó la colombiana. En ese protocolo participó Jorge García, un hombre que lleva 32 años viviendo allí, desde que llegó de un viaje para conocer la frontera cuando la isla tenía menos de 30 casas. Construyó la suya y se quedó.
“Programamos un acto cívico entre 50 transportistas. Estamos indignados porque violaron la soberanía de nuestro territorio. Esto que está pasando es político, y los señores (los militares) están resguardándonos. Ellos de aquí no se mueven porque Santa Rosa es Perú”, relató Rojas.

Fuera de micrófonos, los conductores mencionaron que tuvieron la idea de quemar una bandera de Colombia en la zona, pero quedaron conformes con saber que una decena de uniformados del Ejército llegó a custodiar su emblema nacional.
Los soldados se plantaron sosteniendo metralletas, algunas con una boca de cañón tan ancha como el diámetro de una moneda de mil pesos colombianos, de esas que no se ven en la zona porque los pobladores prefieren que les paguen con soles peruanos y reales brasileños.
Es el mediodía de un miércoles de agosto, a 92 metros sobre el nivel del mar, y los soldados están tan plantados a los alrededores de la bandera que la arena húmeda de la playa les llega hasta los tobillos. Uno de ellos tambalea, pierde la compostura, se ríe por unos segundos y luego vuelve a entrar en la postura de un guarda de la patria.

El Derecho Internacional se forma con la creación de costumbre sobre el territorio y en ese punto Perú lleva terreno ganado: tiene presencia militar, policial y de la Marina; sus ministerios cuentan con oficinas en la zona, así estas sean solo un escritorio con un logo sobre la mesa; otorgaron documentos de identificación a los habitantes, los inscribieron dentro de un padrón electoral y hasta se pintaron los postes de electricidad de rojo y blanco, el color de la bandera.
Mientras en la isla de Colombia que queda justo al frente, conocida como La Fantasía, sus habitantes dependen de plantas de gasolina para conectar sus electrodomésticos, en Santa Rosa hay cableado eléctrico y acueducto.
En una tienda de souvenirs ubicada sobre la avenida principal se venden piezas con la figura de las alpacas (el animal emblemático de ese país), camisetas con imágenes de Machu Picchu (así este quede a 2.953 kilómetros de distancia) y artesanías amazónicas.
Lo más colombiano que hay en el terreno es una pintura del futbolista James Rodríguez junto a Neymar y Paolo Guerrero que adorna la puerta de entrada de un bar, y una marca de helados que se comercializa en algunas tiendas.
Lo que Santa Rosa tiene en común con Leticia son los perros callejeros que caminan entre casa y casa buscando comida y los más de 30 grados de temperatura en un ambiente de humedad característico del Amazonas.

Esa isla es el destino de ocio de los leticianos que viajan cada domingo para almorzar platos peruanos, también la despensa de los hogares porque para los colombianos es más barato comprar comida proveniente de Tabatinga (Brasil) y de esa parte de la región que la que llega en aviones desde el interior del país. Un racimo de plátano, por ejemplo, vale 120 reales.
La puja por Santa Rosa
El río une las zonas continentales, ese mismo cauce que recorrió Alberto Rojas Lesmes, el nadador conocido como Kapax, quien en la década del 70 braceó todo el Amazonas con el motor de sus pulmones y la fuerza de sus patadas. Ahora, con 79 años, todavía nada en el río y desde su casa en Leticia cuenta que quiere repetir la hazaña de cruzarlo, en una canoa, como un símbolo de fraternidad que evite una confrontación.
“Esto no es de nosotros, es del planeta. El río construye y destruye, ha formado islas. Esto es una integración de los tres países que ha cambiado. Ahí estaba la isla de Chinería, pero luego se formó Santa Rosa”, contó.
Desde su hogar vio cómo se fue poblando Santa Rosa con personas que migraron desde zonas como Iquitos, cuando para entonces, hace alrededor de tres décadas, solo se hablaba de Puerto Alegría, Ramón Castilla e Islandia, otras ínsulas que están en la triple frontera y que sí pertenecen de manera oficial al Perú.

Ni la Armada de Colombia ni la Marina del Perú se pronuncian sobre este asunto porque señalan que la vocería está en los presidentes y cancilleres, aunque por las aguas del Amazonas circulan constantemente sus navíos haciendo labores de patrullaje. La diferencia es que, de ambas Fuerzas, solo la peruana puede atracar en Santa Rosa.
En el papel, Santa Rosa es un territorio en disputa que no ha sido adjudicado en el Derecho Internacional porque el más reciente tratado sobre esa geografía, de hace 103 años, se suscribió cuando el islote no había emergido del río. El terreno ahora tiene una importancia geopolítica porque la parte del Amazonas que colinda con la zona continental colombiana, en Leticia, se está secando y de esa disputa depende que el país tenga un futuro acceso al mar.
El problema para los intereses de la Casa de Nariño es que Perú puede demostrar varias décadas de uso continuo del territorio, mientras que la presencia del Estado colombiano en esas calles es prácticamente inexistente. Incluso algunos colombianos que hablaron con SEMANA para este artículo reconocieron que ese territorio pertenece al país vecino. Más allá del sentir de las personas, los antecedentes jurídicos sí dan paso a un posible litigio que puede tardar décadas para dejar claro, en un papel, a quién pertenece Santa Rosa.