POLÍTICA
Álvaro Leyva estalla contra Gustavo Petro y lo cuenta todo: el texto completo de la explosiva carta. Habla de drogas en el poder
El excanciller narró un episodio en París y aseguró que el presidente tiene problemas de adicción. “Su recuperación lastimosamente no ha tenido lugar”, señala.

La carta de Álvaro Leyva al presidente Petro generó una tormenta política. En un extenso texto, quien fue su canciller, narró episodios muy difíciles en el Gobierno y señaló a varios del círculo más cercano del primer mandatario. Aunque la confrontación de Leyva con quien fue su jefe es de vieja data y se profundizó en su tiempo como alto funcionario, por el tema de los pasaportes, en esta oportunidad Leyva fue mucho más allá y narró episodios personales de alto impacto.
El más duro tiene que ver con los supuestos problemas de adicción del primer mandatario. “Usted se desapareció dos días en París durante una visita oficial. Como si la inteligencia francesa fuera incompetente, como para no haber conocido su paradero. Momentos embarazosos para mí como persona y como su canciller. Y mucho más cuando supe en dónde había estado. Me apena decirlo hoy –tarde ciertamente–, pero por esa época ya tenía conocimiento de episodios suyos de similar comportamiento. Fue en París donde pude confirmar que usted tenía el problema de la drogadicción. ¿Pero qué podía yo hacer? Seguro fui inferior. Lo he debido aproximar, ayudar, asistir oportunamente. Guardo en mi interior la pena de no haber intentado extenderle la mano. Lo cierto es que nunca se repuso usted. Es así. Su recuperación lastimosamente no ha tenido lugar”, le dijo en su escrito.
Leyva narró sus impresiones sobre Laura Sarabia y Armando Benedetti y aseguró que el escándalo de los audios entre ambos, revelados por SEMANA, sigue sacudiendo a la Casa de Nariño, pues esas actitudes no han cambiado. También aseguró que el primer mandatario abusa del poder y critica sus salidas “públicas desordenadas con amenazas innecesarias”.
Este es el texto completo:
Señor presidente de la República
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Gustavo Petro Urrego
Ciudad
Estimado presidente:
Lo saludo con mi más sincera consideración.
Durante semanas enteras venía pensando en qué hacer para que usted escuchara la voz del suscrito, exministro de Estado suyo, sobre preocupaciones que me han surgido a raíz del conocimiento directo que de tiempo atrás he tenido y que aún tengo de situaciones y hechos que en mí sentir lo han afectado y lo siguen afectando en lo personal, como jefe de Estado y consecuencialmente al país todo presidente.
Si bien es cierto que fui un funcionario de altísimo nivel supuestamente cercano a usted, debo manifestarle que nunca fue fácil aproximarlo. Esto bien lo sabe. Tal la razón por la que he recurrido a varios mensajes hoy llamados X y a las redes sociales para dar a conocer mi estado de ánimo sobre lo que considero es mi deber que usted tenga presente. Usted en primer lugar. Y de ser necesario, la nación entera.
Sabe usted, presidente, que su discurso de campaña me entusiasmó: igualdad, libertad, fraternidad, justicia social y paz integral con oportunidades para todos. Paz, mi obsesivo deber en la vida. Alcanzó usted a mencionar al papa Francisco: Fratelli Tutti y Laudato si. A tanto llegó mi compromiso que en defensa suya fui particularmente crudo, fuertísimo, con su vehemente contradictor, ingeniero Rodolfo Hernández. Valga anotarle que pasadas pocas semanas de su posesión, presidente, siendo yo ya ministro suyo, apareció don Rodolfo en mi despacho de manera sorpresiva, imbuido de espíritu reconciliatorio. “Vengo a darle un abrazo –precisó–, porque a pesar de todo siempre he reconocido que usted es un verdadero hombre de paz; ya todo ha quedado atrás”. Sin duda el gesto me causó emoción.

Yo en ningún momento le fallé, presidente. Me jugué entero por usted y la causa. Ni un solo reclamo me puede hacer. Mas, sin embargo, fueron surgiendo discrepancias y hechos de fondo que me fueron alejando. Sin traición alguna de mi parte porque en mi formación y en mi carácter no cabe esa palabra. Es que soy hijo del destierro con toda mi familia; hermanas que finalmente comprendí que ella era la dueña de su tiempo, de algunos quehaceres suyos y que, además, le satisfacía algunas necesidades personales.
Una vez inicié mis funciones, me di cuenta prontamente de que usted no hablaba recurrentemente con sus ministros. Casi nunca. Encontré que su círculo de confianza era bien reducido. Entre los ministros lo comentábamos. Yo, el mayor, me convertí en escucha de varios. El que más me insistía en que le ayudara a hablar con usted fue su primer ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación. Se dice que en la primera crisis usted lo reemplazó sin haberlo recibido.
Me correspondió nombrar a Armando Benedetti como embajador en Venezuela. Me dijo usted que hablara con él. Lo cité a mi apartamento. No quería aceptar la designación. Aspiraba a trabajar en una posición importante en Colombia. Quizá como un eventual ministro. Como si yo estuviera al tanto de sus problemas personales, me manifestó que el doctor Miguel Bettín ya lo tenía al otro lado. Lo comentamos. Comprendí por todo lo que manifestaba que estaba adicto a las drogas. Bettín gran profesional de enorme reputación. De mi entrevista con Benedetti concluí que se trataba de un enfermo. Sigue igual, señor presidente.
El enredo de las grabaciones de voz (Sarabia–Benedetti), dadas a conocer por la revista SEMANA en junio de 2023, sigue untando en vivo su gobierno; y actualmente mucho más por las informaciones suministradas el pasado miércoles 16 de abril por su canciller desde Osaka, Japón. Lo que demuestra una vez más que usted sigue siendo víctima de esos cuestionados funcionarios. A lo que se suma que usted no ha logrado escapar de la personalísima trampa que lo destruye siempre más. Grave sin duda, estimado presidente. Sí, le guardo estimación.
Los recuerdos que todavía tengo frescos de episodios ocurridos, siendo yo el primer testigo, me producen aún desazón y desconcierto. Uno de ellos, la ocasión en que usted se desapareció dos días en París durante una visita oficial. Como si la inteligencia francesa fuera incompetente, como para no haber conocido su paradero. Momentos embarazosos para mí como persona y como su canciller. Y mucho más cuando supe en dónde había estado. Me apena decirlo hoy –tarde ciertamente–, pero por esa época ya tenía conocimiento de episodios suyos de similar comportamiento. Fue en París donde pude confirmar que usted tenía el problema de la drogadicción. ¿Pero qué podía yo hacer? Seguro fui inferior. Lo he debido aproximar, ayudar, asistir oportunamente. Guardo en mi interior la pena de no haber intentado extenderle la mano. Lo cierto es que nunca se repuso usted. Es así. Su recuperación lastimosamente no ha tenido lugar.
Sus desapariciones, llegadas tarde, inaceptables incumplimientos, viajes carentes de sentido, frases incoherentes, cuestionadas compañías según algunos y otros descuidos suyos se han registrado y se siguen registrando, señor presidente. Bien se sabe que ha caído usted en muy frecuentes tiempos de soledad, ansiedad, depresión y otras manifestaciones de difícil superación, algunas de alto riesgo. Todo conocido por bocas muy cercanas a usted que lo quieren, lo estiman, que se sienten vinculados en lo personal, pero que no saben qué hacer. Conocen y conocen, pero su desconcierto por sentirse impotentes los apabulla.

Sus últimas intervenciones públicas desordenadas con amenazas innecesarias, calificando inadecuadamente a sus contradictores, a algunos de criminales sin serlo, incluso dejando entrever más de una vez que los considera una amenaza para la vida de muchos conciudadanos, constituyen un abuso del poder que se deriva de la jefatura del Estado que usted detenta; no mide adecuadamente el alcance de sus palabras; incita con todo ello a la lucha de clases. Y lo ha llegado a hacer en representación de un inexistente M-19. Como un provocador viene quedando usted. Ciertamente, tuvo razón el editorial del diario El Espectador del día 23 de marzo del año que corre al manifestar: “El fuego retórico del presidente Petro ha superado lo tolerable”.
No me referiré en esta oportunidad a muchos de sus tweets, hoy mensajes X, que han sido objeto de crecido rechazo. Ni a otros temas que desdibujarían el sentido que pretendo darle a esta primera carta, así en ella se consignen crudezas o aparentes asperezas en el trato. Por lo pronto, presidente, desvincule a quienes se han abusado de usted, que se han aprovechado su complejísima situación y que le han hecho y continúan haciéndole terrible daño. Tan notables son que están en boca y mente de cientos de miles de compatriotas: el presidente de Ecopetrol, Benedetti y la señora Sarabia. Dícese de ellos que lo tienen secuestrado. Créame que con esa medida adelantaría en algo la solución.
Colombia requiere la unión, no la confrontación caótica alimentada desde la jefatura del Estado, presidente. Evitemos entre todos un incendio social. Es posible.
Sé que no le sería fácil para usted recibirme, presidente. Ojalá se animara a hacerlo. Le haría una necesaria insinuación pensando en usted y en la nación entera.
Atentamente,
Álvaro Leyva Durán