ERICK BEHAR

Menos es más: culturas del malgasto y la burocracia eterna

Al Estado, que agrupa el egocentrismo de tantos gobiernos, le encanta lo innecesario. Es un culto, como dije en otro momento, al citar a Hans Hofmann.

Erick Behar Villegas, Erick Behar Villegas
11 de agosto de 2020

Este artista alemán pensaba que la habilidad de simplificar implicaba eliminar lo innecesario, para dejar hablar, ¡por fin!, a lo necesario. Fíjense: puede ser un principio de vida, de familia, de relación amorosa, de administración de cualquier organización o gobierno, pero aterra cómo con inercia lo botamos a la basura.

La pandemia le ha enseñado, quizá a más de uno, que el valor de la vida, la familia y algunas cosas está en lo simple, no en lo estrambótico. En la administración pública, igualmente, menos puede ser más. Pero no es bajar presupuestos en unos puntos porcentuales y hacer ruedas de prensa para ir armando la próxima campaña política, en esa sedienta ambición que salta de escalón en escalón mientras se tima a los electores. No, estoy hablando de la calidad del gasto, atrapada en un concepto que llamo las culturas del malgasto público. Aquí entra la inercia, que hace creer que gastarse $6.000 millones en publicidad es aceptable en una Alcaldía. “Está bien, lo hacen los otros, ¿no? ¿Por qué yo no puedo entonces?”.

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Hay otro ejemplo, que lamentablemente da argumentos a detractores emocionales del actual Gobierno nacional. Hace poco se dijo que haber creado dos ministerios más (Ciencia y Deporte) era un logro. Claro que se piensa así, porque la heurística (el atajo mental) de la burocracia latinoamericana, en su profundo subconsciente incrementalista, cree que sumarle un asesor, un ministro, un burócrata más a la nómina oficial es un logro. En el Gobierno anterior inclusive aparecieron superministros. Vaya nombre simbólico. No culpo a quien pensó que crear ministerios es un logro, porque es algo que está anclado en el inconsciente colectivo del manejo del Estado. No es un argumento contra el Gobierno actual, sino una crítica al Estado de siempre. Se piensa que al crear una oficina, se institucionaliza el compromiso con algo. En teoría sí, pero la realidad traiciona, así como creemos que por mandar un e-mail hacemos una tarea, en vez de entrar a hacer el trabajo desagradable, de crear valor. Colombia es un país embriagado por el engaño del valor “jurídico”, que ve en la mayor producción de ladrillos documentales más compromiso con la Ley, en vez de aceptar el irrespeto a su espíritu original.

Que menos sea más, nos lo dicen algunos movimientos artísticos, científicos, entre otros, y a su manera. Está el minimalismo en el arte, como reacción en los años 60 al expresionismo emocional. Las obras de F. Stella, D. Judd y la idea de lo impersonal traían un mensaje hacia lo simple. Entre quienes escriben sobre estilos de vida y superación personal, hay voces que apoyan lo sencillo. F. Jay escribió the Joy of Less, pensando en organizar con más sencillez y coherencia los espacios donde vivimos. El arquitecto Ye Hui usa el haikú (poema japonés corto) como inspiración para renovar viviendas con estilos minimalistas. Luego está el cuerpo de trabajo en economía conductual, que desafió la corriente de pensamiento racionalista, por ejemplo, sugiriendo que agregar un elemento a un grupo de cosas no necesariamente agranda su valor.

Si tengo tres cosas y le agrego una, el modelo neoclásico asumiría que el valor aumenta. Pero si algunos consumidores terminan valorando más un grupo de objetos, cuando tiene menos elementos, quizá a veces tendemos a evaluar con promedios y no con sumas. En psicología de la cognición, también se habla del efecto menos es más (LiME). Es un tanto distinto de lo anterior, pero sugiere que, al reconocer muchos objetos a la vez, nuestros resultados pueden ser peores que cuando estamos confrontados con objetos que poco conocemos. ¿Por qué es, entonces, tan difícil que en la administración del Estado se propenda por más eficiencia pensando que menos es más?

Una parte de la explicación la encuentro en esas culturas del malgasto, que responden a comportamientos tradicionales, heredados, anclados y a veces inconscientes, que llevan a tomar decisiones con atajos mentales, “para no complicarse”. Su problema es que son invisibles, presionados por el afán del tiempo y el oportunismo de la política. Peor aún, la comprensión de dichas culturas queda enterrada en el olvido por narrativas, como la anticorrupción, que ensombrecen todo, para catapultar a oportunistas a cargos públicos. Así se aprovechan de la urgente tarea de eliminar la corrupción, profundizando los tentáculos que deslegitiman a las oficinas de control, para imponer ideas cortoplacistas con fines políticos, difusos ante la opinión pública, pero clarísimos en las carreras personales.

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Uno de los caminos que considero urgente para destapar y comprender las culturas del malgasto, aparte de eliminar varias entidades inútiles junto con sus gastos de funcionamiento, es capacitar interdisciplinariamente a los funcionarios de carrera, no al gremio de la puerta giratoria, para leer la letra menuda de la ineficiencia estatal. Desde la academia podemos apoyar aplicando un método, que estamos utilizando justo ahora en un proyecto, conocido ya ampliamente en facultades de administración de empresas como case studies o estudios de casos. Justo ahí es donde narramos los problemas. Si no se narran, no se entienden, no importan, no sobreviven. Fíjense. Que el presupuesto de funcionamiento de MinDeportes y MinVivivenda sea $37.425 millones y $10.507 millones, respectivamente, no dice nada si no se comprende la especificidad y la productividad del gasto. ¿Qué importa que suba o baje 5% el próximo año? Nada, eso es irrelevante, pero ese es el titular que pone el velo sobre las culturas del malgasto.

Lo importante es el estudio de lo que trae a largo plazo cualquier gasto, y ahí entran los trabajos cualitativos y cuantitativos como herramientas para entender bien qué implica un presupuesto. Se necesita conciencia. Se necesita discusión. Temas como las marcas de gobierno, íconos perversos del cortoplacismo y el ego, son un ejemplo de todos los debates que deben generar conciencia sobre lo que es y no es necesario en un país que quiere salir adelante.

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