
Opinión
Y, ahora, ¿Qué hará la derecha uribista?
Que nadie dude de que el atentado perjudica al uribismo y no al Gobierno.
La izquierda es un genio para victimizarse. Cierto que hace 35 años mataron a tres candidatos presidenciales de ultraizquierda, uno del M-19 y dos del Partido Comunista. Pero, desde entonces, los únicos dirigentes nacionales que sufrieron atentados pertenecen a la orilla de la derecha, empezando por el conservador Álvaro Gómez en 1995.
Petro cacarea a toda hora que lo quieren eliminar con planes que solo existen en su imaginación, incluso haciéndose eco de una fábula del tirano Maduro. Sin embargo, fue Álvaro Uribe la diana de auténticos intentos de magnicidio. En Barranquilla, el 14 de abril de 2002, que dejó cinco muertos; en Bogotá, ataque al Palacio de Nariño el 7 de agosto de 2002, con 27 muertos. Las Farc insistirían en Neiva, en 2003 y 2005, con 15 civiles como “daños colaterales”.
También a su exministro Fernando Londoño casi lo matan el 12 de mayo de 2012. Le pusieron una “bomba lapa” a su camioneta y perecieron un escolta y el chofer. Juan Manuel Santos corrió a señalar a la extrema derecha y fuerzas oscuras, a pesar de la autoría de las Farc. Utilizaron a un menor de edad y a una banda de delincuencia común caleña para ejecutar el crimen (Timochenko sigue sin pedir perdón a las víctimas).
A Iván Duque lo intentó matar la guerrilla en Cúcuta, el 25 de junio de 2021, con disparos al helicóptero que lo transportaba.
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Sin embargo, si un marciano hubiese aterrizado esta semana en Colombia, creería que, hasta que pretendieron segar la vida de Miguel Uribe, no había ocurrido ningún magnicidio –ejecutado o fracasado– desde 1990. Y que solo los líderes de izquierda están en el punto de mira de los matones.
La pregunta de quién y para qué quería borrar del mapa al precandidato del Centro Democrático sigue siendo una incógnita. Lo único claro es que no fueron sus rivales, como insinúan petristas recalcitrantes, ni las inexistentes “fuerzas oscuras”.
Puestos a especular, más sentido tendría dirigir el dedo hacia el M-19, que Petro insiste en mantener presente. Julio César Turbay era su enemigo número uno, el que los enfrentó con el Estatuto de Seguridad, herramienta brutal y común en esos lustros de explosión terrorista alrededor del mundo.
A Turbay Ayala lo odiaban y lo siguen odiando. Sería una manera de vengarse con el nieto y, de paso, propinar un golpe a su aborrecido uribismo.
Por otra parte, a los que argumentan que el terrorismo conviene a la derecha, cabría recordarles que Colombia enseguida olvida atrocidades contra esa ideología y mayo del 26 queda lejos. Si persiguiesen ese objetivo, lo habrían realizado más adelante, además de que hay otra lectura: en las encuestas siempre triunfa la propuesta de arrodillarse y firmar cualquier paz antes que la confrontación abierta con criminales. Algunos agregan la hipótesis del crimen de Estado, generar desorden –magnicidio y oleada terrorista de la guerrilla, entre otros– para propiciar la convocatoria de una asamblea constituyente, como anhela Petro.
Así que dejemos avanzar las investigaciones a ver si consiguen llegar al cerebro y a sus razones. Pero deberán aportar pruebas irrefutables para que creamos a una fiscal general demasiado cercana al presidente, como ya ha demostrado.
La clave ahora es adivinar qué pasará con las campañas de la derecha. Ninguno se sentirá a salvo en las calles, a menos que les brinden un imponente operativo de seguridad, y no hay recursos humanos ni materiales adecuados para ellos y los demás.
Sin olvidar que antes del sábado pasado el Centro Democrático no podía hacer campaña en buena parte de Arauca, Caquetá, Nariño, Guaviare, Meta, Cauca, Norte de Santander, Tolima, Chocó, Putumayo, Bolívar y Huila. Sufren tal cúmulo de amenazas que en los comicios regionales de 2023 tuvieron un 30/40 por ciento menos de candidatos que en 2019. Solo la inscripción bajo dichas siglas puede costarles la vida.
Aunque Mordisco afirma no tener que ver en el atentado, su comunicado supone una alerta al CD: “Lamentamos profundamente una vida que se pierde, pero no la del fascista de Miguel Uribe Turbay, que merece el repudio por burlarse de los pobres, por reír a carcajadas cada vez que logra hacer daño a los trabajadores desde su curul de congresista”.
Tendrán, por tanto, que repensar los pasos a seguir. La sombra alargada de Miguel obliga a modificar la manera de confrontarse entre los cuatro que quedan para que no los tilden de compañeros desalmados u oportunistas. Y deben buscar un discurso que no se limite a tronar contra los terroristas o contestar las mentiras y calumnias de Petro.
Tampoco será fácil sustituir la calle por medios y redes sociales cuando el presidente pone agenda y es una sola voz que abusa de alocuciones y de un ejército de influenciadores pagados con dineros públicos. No le inmuta el coro de cuatro uribistas que compiten entre ellos. Sin olvidar que Álvaro Uribe afronta un juicio demencial y sesgado, con el ministro de Justicia de víctima y maquinando suciedades como hizo cuando Juan Manuel Santos.
Que nadie dude de que el atentado perjudica al uribismo y no al Gobierno.