Jorge Enrique Vélez, columnista invitado

Opinión

William Vélez Sierra

William Vélez fue un visionario que supo transformar las dificultades de cada época en oportunidades.

Jorge Enrique Vélez
28 de mayo de 2025

En la última semana, se han publicado numerosos homenajes y artículos dedicados al empresario William Vélez, quien falleció recientemente en la ciudad de Medellín. Todos coinciden, con justa razón, en que su trayectoria lo consolidó como una de las grandes figuras y líderes empresariales del país. Su impacto fue especialmente notable en los sectores energético, de aseo e industrial, donde dejó una huella profunda como generador de empleo y motor de desarrollo.

William Vélez fue un visionario que supo transformar las dificultades de cada época en oportunidades para crear empresas que hoy son referentes, no solo en Colombia, sino también en el ámbito internacional.

Quiero hablar de William Vélez, a quien tuve el privilegio de conocer. Fue un referente no solo para su familia, sino también para muchas personas que, de una u otra forma, tuvieron alguna relación con él. Más allá de su impresionante trayectoria profesional, lo que realmente marcaba la diferencia era su vida personal, la cual siempre manejó con una admirable discreción, humildad y austeridad.

William era, como decimos en Antioquia, un verdadero ‘ayudador’: alguien que siempre encontraba la manera de tender la mano, de resolver los problemas de los demás, inclusive, cuando él mismo cargaba con una enorme cantidad de responsabilidades derivadas del manejo de su amplio conglomerado empresarial.

Permítanme compartir algunas anécdotas de su vida que reflejan su inmensa capacidad de trabajo, presente desde muy joven. William fue un emprendedor nato, arriesgado, comprometido, y con un gran sentido del humor que no dudaba en mostrar en los momentos oportunos. Su historia es la de alguien que, a pesar de haber construido un imperio empresarial, jamás perdió su esencia humana.

En las exequias celebradas el pasado jueves, su hija Sandra compartió una anécdota de la infancia de su padre que, sin duda, fue el inicio de su espíritu empresarial. Tenía apenas ocho años y ya mostraba el talante que lo caracterizaría toda su vida. En esa época vivía en el municipio de San Pedro, en el departamento de Antioquia. Cada mañana, su madre, doña Barbarita, le entregaba un quesito hecho por ella misma en la finca para que se lo llevara a su profesora como muestra de agradecimiento.

Tiempo después, durante una reunión de padres de familia, doña Barbarita le preguntó a la maestra qué le habían parecido los quesitos. La profesora, sin saber que eran un obsequio, respondió con total honestidad: “Muy buenos, pero bastante caros”. Aquella respuesta reveló que William ya había empezado a hacer negocios, vendiendo el quesito en lugar de entregarlo. Esa historia no solo provoca una sonrisa, sino que anticipa el carácter emprendedor y creativo que lo acompañaría siempre.

A lo largo de su vida acumuló muchas historias como esta, dignas de una biografía. Una de ellas ocurrió ya en su etapa como empresario consolidado, cuando una de sus compañías participó en una licitación internacional en México. El contrato consistía en construir una red eléctrica en una zona montañosa de difícil acceso. Todos los competidores, grandes multinacionales, presentaron propuestas que requerían múltiples horas de helicóptero para transportar los equipos e instalar las redes.

Sin embargo, William Vélez, recordando sus raíces en San Pedro y las caravanas de arrieros con mulas que solían atravesar aquellas montañas antioqueñas con productos esenciales, propuso algo completamente distinto: realizar el proyecto sin helicópteros, utilizando mulas y arrieros antioqueños. Su propuesta ganó. Y fiel a su palabra, llevó a México a los arrieros y animales de carga, quienes subieron hasta las montañas todo el material necesario para que los operarios pudieran instalar la red eléctrica.

Ese era William Vélez: un hombre capaz de encontrar soluciones distintas, de confiar en el conocimiento ancestral de su tierra, y de transformar lo tradicional en innovación.

Historias como esta abundan en su vida. Además de su genio empresarial, hay aspectos aún más profundos que dejaron huella a lo largo de sus 83 años. Su humildad, su reserva, su capacidad de trabajo incansable y, sobre todo, su compromiso silencioso con quienes lo rodeaban, seguirán siendo parte del legado que hoy tantos recuerdan y celebran.

William Vélez Sierra fue, ante todo, un hombre profundamente espiritual y familiar. Esos fueron siempre sus pilares. Nunca olvidó a sus padres ni a su hijo fallecido, a quienes visitaba religiosamente cada semana, salvo cuando circunstancias ajenas se lo impedían. Ese pequeño oratorio donde hoy descansan sus restos fue, durante años, su refugio espiritual: el lugar donde encontraba la fuerza interior para enfrentar las múltiples decisiones que exigía su liderazgo empresarial. Allí alimentaba su fe, desde donde nacían también muchas de las ideas que luego se convertirían en empresas reales, siempre con un propósito claro: generar empleo para los colombianos y para las comunidades de los países donde su conglomerado tiene presencia.

Amaba profundamente a Antioquia. Por eso, en sus exequias fue despedido con el himno del departamento, cuya estrofa “llevo el hierro entre las manos, porque en el cuello me pesa” parecía describir perfectamente su entrega diaria al trabajo. También sentía un amor incondicional por Colombia. Sin importar el momento político que viviera el país, siempre puso al servicio de su tierra natal su visión y su capacidad emprendedora. Creía firmemente en el poder de las oportunidades, en el trabajo como motor de desarrollo y en la generación de empleo como el mejor camino para transformar vidas.

William Vélez fue un incansable visionario. Incluso en sus vacaciones, dedicaba su tiempo a una de sus grandes pasiones: el trabajo en sus empresas agrícolas. Nunca dejó de soñar ni de actuar. Su energía era contagiosa y su compromiso con las causas sociales, silencioso pero constante. Apoyó muchas iniciativas sin hacer alarde, convencido de que ayudar era un deber, no un motivo de reconocimiento.

Como líder, fue inspirador y cercano. Motivaba a sus equipos a trabajar con excelencia, construyendo relaciones basadas en el respeto y la confianza. Logró superar desafíos que muchos consideraban imposibles, gracias a su capacidad de adaptarse y a su determinación para enfrentar los cambios, tanto en Colombia como en los países donde su organización tiene operaciones.

Hoy despedimos a un gran empresario, a un ser humano ejemplar. Su legado trasciende las cifras, los negocios y las fronteras. Su vida fue un testimonio de integridad, dedicación y visión. Dejó huella en su familia, en sus empleados, y en el país entero.

A sus colaboradores les deja el ejemplo de un liderazgo humano, colaborativo y exigente, que demuestra que el éxito empresarial se construye sobre valores sólidos y un compromiso genuino con las personas. A Colombia, le deja una historia que inspira: la de un hombre que supo transformar cada reto en oportunidad y que trabajó sin descanso por un futuro mejor.

Hoy no solo lo despedimos, también celebramos su vida. La vida de un hombre cuya generosidad, fe y determinación seguirán iluminando el camino de quienes lo conocieron. Su legado perdurará. Su espíritu vive en cada corazón que tocó.

Hasta siempre, y gracias, William Vélez Sierra.

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