
Opinión
Verdad y justicia
Los indispensables debates sobre lo justo suponen un firme compromiso con la verdad.
En una de sus estupendas columnas —“¿Hay verdades políticas?”— Moisés Wasserman reclama un pacto cívico por el respeto a la verdad: si así no acontece, careceremos de fundamentos adecuados para afrontar los cruciales debates sobre la justicia. En el corazón de sus preocupaciones se encuentra la amplísima difusión de la “posverdad”, la mentira y la manipulación de los hechos.
Fueron abundantes los datos espurios que se les presentaron a los electores ingleses para que votaran el retiro de la Unión Europea. Donald Trump no ahorró esfuerzos para afirmar, sin ningún fundamento, que Barack Obama no nació en los Estados Unidos y que era musulmán, una reprochable estrategia para restar credibilidad a un rival. Entre nosotros prolifera también la falsedad.
Qué mentiras no se dijeron, tanto por el gobierno como por la oposición, para sesgar el voto ciudadano en el plebiscito sobre el acuerdo con las Farc en 2016. La campaña presidencial del actual mandatario no tuvo inconveniente en “correr los linderos éticos” para calumniar a sus rivales. Poco después de que hubo concluido su discurso del 20 de julio, La Silla Vacía y otros medios de comunicación respetables, demostraron que muchas de sus afirmaciones eran falsas o, al menos, “engañosas”.
Este preocupante contexto justifica unas breves reflexiones sobre el alcance de la verdad en diferentes dimensiones de la realidad observable y sobre la justicia social.
Respecto de los objetos ideales, como los de la lógica y la matemática, la verdad surge ante la mente como evidencia plena: nadie puede negar el principio de contradicción ni la definición del triángulo. En las ciencias de la naturaleza —física y química, principalmente— la verdad se define mediante el principio de falsabilidad establecido por Karl Popper, un ilustre filósofo inglés del siglo pasado: si una determinada proposición resiste los intentos que se realicen para demostrar que es falsa se la tiene por verdadera aunque susceptible de refutación. En consecuencia, la ley de la gravedad postulada por Newton se sigue considerando verdadera, con las precisiones introducidas por Einstein y otros científicos en la pasada centuria. Con algunas salvedades, el mismo principio se aplica en las ciencias de la vida.
Así llegamos a las ciencias sociales respecto de las cuales definir la verdad es bastante más complejo. ¿Es el marxismo una ciencia, o, apenas, una ideología? ¿El curso de los eventos históricos está definido por factores subyacentes? ¿La inflación se corrige con medidas monetarias? ¿Es posible aumentar el empleo encareciéndolo?
Al respecto, téngase en cuenta que las ciencias sociales evolucionan sobre la base de consensos académicos, los cuales nunca son completos y están sujetos a permanente evolución. Y que muchas de las discusiones relevantes no versan sobre cuestiones científicas, sino ideológicas, es decir, sobre propuestas de lo que es mejor para la sociedad en su conjunto o para ciertos grupos sociales.
Lo expuesto hasta ahora corresponde al mundo del ser. Sin embargo, existe otro: el del deber ser, en el que se postulan normas de conducta. A este ámbito pertenecen la ética, que opera en la intimidad de la conciencia; las buenas costumbres, que sin ser obligatorias definen lo que se considera correcto, digno, decente y admisible; y el Derecho, del cual derivan derechos exigibles y obligaciones coercibles. Conviene tener claro que este último constituye el instrumento por excelencia de la política.
En esta galaxia de tres astros no cabe el atributo de verdad: “Los valores no son, valen”, solo que de diferente manera. En la ética impera la convicción sobre lo que en el tribunal soberano de muestra conciencia consideramos bueno en relación con nuestros semejantes. Allí somos legisladores y jueces de nosotros mismos. El enorme acervo de deberes morales es producto de la cultura, de lo que siente y piensa el común de las gentes. La infracción de sus reglas genera escándalo, mero rechazo social. Estas normas están sujetas a cambios permanentes, los protocolos de vestuario los destruye la moda, salvo para los más pobres.
De las normas jurídicas caben dos distintos predicados: vigencia y validez. El primer tipo de análisis resuelve si una determinada norma hace parte del ordenamiento, una cuestión técnica en ocasiones compleja. La validez se desdobla en dos cuestiones diferentes. La primera refiere a si resulta coherente con la jerarquía propia del sistema. Las reglas de rango legal están sometidas a la constitución; las que emanan del gobierno, a las leyes, y así sucesivamente hasta llegar a la captura de alguien por un policía. Su conducta es correcta si actúa conforme a la orden de su superior. Es pertinente recordar que esta es la esencia del “Estado de derecho”.
La otra dimensión de validez consiste en determinar si un sistema político, en todo o en parte, es justo para la sociedad. La descalificación total del sistema conduce a quienes así piensan a derrocar el sistema político; mientras que quienes consideran que las regulaciones tributaria, laboral o de los servicios públicos, por ejemplo, adolece de fallas, procurarán reformarlas. Los primeros son revolucionarios, se colocan por fuera del juego político, acuden a las armas y a la asonada popular; los segundos, actúan dentro de las reglas legales. Existe una tercera vía: “La combinación de las formas de lucha”, una postura funesta que muchos muertos ha producido en Colombia.
Cabe, finalmente, preguntarse: ¿Qué es justicia? Es el tema que aborda en un ensayo magistral así titulado Hans Kelsen, un gran jurista de la pasada centuria. Luego de recorrer la obra de ilustres pensadores, desde Platón a Kant, tratando de establecer si la justicia social es un valor absoluto, que valga en todo tiempo y lugar, afirma que esa aspiración es utópica: “La justicia para mí, se da en aquel orden social bajo cuya protección puede progresar la búsqueda de la verdad… la justicia absoluta es un ideal irracional… una de las ilusiones eternas del hombre. Desde el punto de vista del conocimiento racional, no existen más que intereses humanos, y, por lo tanto, conflictos de interés”.
Briznas poéticas. Rainer María Rilke, célebre poeta del pasado siglo, escribió: “Quien ha osado volar como los pájaros, una sola cosa más debe aprender: a caer”.