SIMON GAVIRIA Columna Semana

OPINIÓN

Unidad por Miguel

La polarización dejó de ser una figura retórica para convertirse en amenaza concreta.

Simón Gaviria
12 de junio de 2025

El atentado contra Miguel Uribe Turbay no es solo un acto inaceptable de violencia política. Es una advertencia. No solo contra él, sino contra todos los que creemos en la democracia, la alternancia y la defensa del Estado de derecho. La polarización dejó de ser una figura retórica para convertirse en amenaza concreta. Lo que antes se resolvía en debates, hoy se arriesga en emboscadas. Si este deterioro continúa cuatro años más, Colombia tendría el riesgo de perder su democracia. Todos tenemos amigos venezolanos que nos lo recuerdan. En el 2026 se requiere un cambio de rumbo. Ojalá las vanidades electorales no pongan en riesgo al país.

No se trata de especular, sino de reconocer que algo se rompió. La agresión a un senador joven, preparado, con vocación democrática, no puede ser leída como un hecho aislado. Porque no lo es. Hace parte de un clima enrarecido, en el que disiente, molesta quien cuestiona, estorba, y quien se perfila como alternativa, se convierte en objetivo. Incluso después de lo ocurrido, al exministro Juan Carlos Pinzón le quitaron su esquema seguridad de por pensar diferente. Todos tenemos miedo de volver a un capítulo de la historia que creíamos cerrado.

Conocí a Miguel siendo un universitario apasionado por la política. Me invitó a una tertulia con sus amigos cuando yo aspiraba a la Cámara por Bogotá en 2010. El brillo de Miguel era evidente; siempre tuvo esa energía positiva que ni se cansaba ni se dejaba apagar. En ese entonces, junto con Juan Manuel Galán (mi senador) y David Luna (nuestro futuro candidato a la alcaldía), trabajábamos por organizar la política liberal de Bogotá. Decidí apoyar a Miguel en su campaña al Concejo. Recorrimos cada localidad, nos reunimos con líderes y presidentes de juntas de acción comunal, entregamos volantes en las calles. Durante ese periodo de mi vida, pasamos todos los fines de semana juntos.

Fue entonces cuando Miguel conoció a María Claudia, quien fue su gerente de campaña. Ella le dio estructura y canalizó esa energía briosa. Al ser elegido, Miguel aprendió la fuerza del derecho de petición y el poder del control político. No tuvo participación burocrática, porque la decisión fue hacerle oposición al recién electo alcalde Gustavo Petro. Y lo hizo con tenacidad, desde la convicción, sin miedo. En ese momento, en Colombia se podía disentir sin temor a la violencia.

Recientemente, estuvo en el Cauca, denunciando los carteles del narcotráfico. En las últimas semanas, su voz se venía alzando cada vez con más fuerza contra la inundación de coca que enfrentamos. Muchos pensábamos que todavía existía el derecho a disentir, como en la Bogotá de 2011. Pero hoy eso ya no parece posible. La UNP explicó unas leguleyadas para negarle su esquema de seguridad, a pesar de su nivel de riesgo máximo y más de 20 solicitudes formales. Miguel Uribe ha sido una de las voces más firmes frente al rumbo errático de este gobierno. Probablemente, eso incomodó a los que tenían el deber de protegerlo.

La última vez que hablamos fue en la primera comunión de la hija de uno de nuestros mejores amigos. Conversamos por horas. Sobre muchas cosas, pero en general, la conversación giró en torno al temor de 2026. Cada ego, cada vanidad, cada odio personal, cada cálculo estaban debilitando la posibilidad de una alternativa coherente frente al populismo. Observábamos con preocupación cómo más de 30 candidatos se arrumaban solos en las esquinas, convencidos de que no unirse era una muestra de virtud ante los electores y donantes. Queríamos trabajar en un proceso de unidad, una consulta popular que nos permitiera converger a todos los que no queremos cuatro años más de lo mismo. Esto, entendiendo que no todos se quieren, que se piensa diferente en muchas cosas, pero que el país está por encima de eso. Colombia no resiste cuatro años más.

Por eso, más que nunca, necesitamos un candidato de unidad. No un caudillo. No un mesías. Un líder o una líder. Uno que entienda que el país no necesita gritos, sino acuerdos. Uno que respete las instituciones, la independencia judicial, la libertad de prensa. Uno que no divida entre buenos y malos según su ideología, sino que gobierne para todos. Uno que proteja el derecho de pensar diferente. Lo que se viene es difícil y requiere tanto de esperanza como de preparación.

Ese candidato no debe imponerse por cuotas partidistas, sino surgir de un mecanismo transparente, competitivo y generoso. Que una a sectores liberales, conservadores, de centro, a independientes, empresarios y jóvenes desencantados. Porque lo que está en juego no es un cargo, es el rumbo del país. Muchos ciudadanos que nunca han participado en política estarían dispuestos a involucrarse si se superan las mezquindades. Una causa que construya un movimiento más importante que un sentir partidista. Alguien que le duela Colombia.

Qué dura debe haber sido la conversación entre María Claudia y su pequeño hijo Alejandro explicando lo de su papá. Una escena dolorosa, parecida, quizás, a la que un día debió tener Miguel padre, explicando a su hijo la muerte de Diana, su madre. Esto tiene que parar; Miguel Uribe representa a una generación que no se resigna. El atentado que sufrió no puede silenciarlo ni amedrentarnos. Al contrario, debe unirnos en lo esencial: Colombia merece más que la resignación frente al desastre. Merece una esperanza posible, seria, firme.

Y esa esperanza, para materializarse, necesita unidad.

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