
Opinión
Una transición que no empieza por los hogares está incompleta
Los hogares no pueden ser los más afectados por la escasez o por decisiones que no se toman a tiempo.
La transición energética no puede seguir discutiéndose desde las élites. Tiene que pensarse desde la base, desde el día a día de millones de familias en estratos 1, 2 y 3. Pues son ellos quienes, gracias al gas natural, pueden cocinar, calentar agua o sostener un pequeño negocio en casa. Porque si el cambio no empieza en los hogares, corremos el riesgo de que los costos de la transición los paguen los que menos tienen.
Desde 2024, por primera vez en décadas, Colombia se enfrentó a la necesidad de importar gas natural para abastecer la demanda, y esto trajo consigo en varias regiones del país tarifas más altas, más incertidumbre y un mayor riesgo de excluir a miles de ciudadanos al acceso a una fuente de energía asequible y segura como el gas natural. Ahora son las familias las que deben elegir entre pagar un servicio o reducir el mercado familiar.
En Colombia, la transición energética no puede ser una carga para los hogares de estratos bajos. No puede convertirse en un nuevo factor de desigualdad provocado por la falta de decisiones para garantizar el acceso a este servicio público. Por esta razón, debemos alcanzar una transición justa, no solo en lo ambiental, sino también en lo social, y esto significa poner a los hogares en el centro de la conversación.
Las amas de casa, que año tras año priorizan el cuidado del hogar y del buen uso de los servicios públicos con responsabilidad, eficiencia y cuidado, tenemos mucho que decir en este debate. Sabemos qué significa una fuga, podemos reconocer los cambios en la tarifa que pagamos, así como lo costoso que puede ser no tener un servicio, que siempre ha sido parte de un hogar por décadas y cuya ausencia puede cambiar la economía del hogar. No es conocimiento técnico, es la experiencia del cuidado no remunerado.
Hablar de seguridad energética es hablar de acceso, de estabilidad y asequibilidad. No se trata solo de transitar o sustituir fuentes de energía, se trata de garantizar que nadie se quede atrás en ese cambio. Hoy, millones de colombianos aún cocinan con leña, residuos o carbón. Cambiar esa realidad requiere acción, inversión y decisiones que reconozcan al gas natural como una herramienta inmediata para cerrar la brecha de pobreza energética que persiste en varias regiones del país.
Los hogares no pueden ser los más afectados por la escasez o por decisiones que no se toman a tiempo. Si se retrasa la llegada del gas a los usuarios o si seguimos postergando el acceso al potencial que tenemos en el país, los primeros en sentirlo serán quienes menos margen tienen para adaptarse; es ahí donde puede crecer la brecha de desigualdad.
La transición energética necesita técnica, sí, pero también necesita la voz de la gente. Necesita escuchar a quienes saben cómo se vive sin gas. A quienes hacen rendir el servicio hasta el último peso. A quienes sostienen la economía del hogar desde la cocina. No estamos pidiendo privilegios. Estamos exigiendo equidad. Porque si el futuro energético del país se construye sin nosotras, las amas de casa, se construye incompleto.
