
Opinión
Un papa para el pueblo, una lección para la política
Se fue el papa Francisco… y con él, una voz que supo hablarnos al corazón, también al de la política. No hacía falta ser católico para admirarlo, bastaba con tener alma. Y en estos tiempos, qué escasa se ha vuelto.
Francisco fue distinto. Caminaba con zapatos gastados, pero con la dignidad de quien entiende que la humildad no se viste, se vive. Su sonrisa era serena, sus palabras desarmaban. Fue ternura en un mundo que se ha vuelto áspero. Fue una esperanza en medio del ruido populista, de la guerra digital, de la polarización que nos arranca la fe en el otro.
Hoy, con profundo respeto y absoluta humildad, me atrevo a compartir algo personal. Porque antes que congresista, soy mujer, soy madre, soy hija. Y el pasado 7 de febrero del presente año viví uno de los momentos más emocionantes y reveladores de mi vida.
Le escribí al Vaticano. No tenía contactos ni palancas. Solo tenía fe. Y un día, contra toda expectativa, llegó la respuesta: una audiencia privada con el papa. Lloré. Me temblaban las manos. A veces, cuando uno anhela algo con el alma, el universo escucha.
Fuimos con mi hija y mi hermana. Compartimos 15 minutos que guardaré para siempre, no en la memoria, sino en el alma. Nos ofreció dulces, nos habló de su infancia, de su abuelo y de un amigo entrañable de su familia, Elpidio González, vicepresidente de Argentina que renunció a su sueldo y a su pensión porque entendía que el servicio no se mide en privilegios.
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Y entonces me dijo: “De nada sirve hacer política si no se le sirve al país”.
Hablamos también de Colombia, del dolor y de la belleza, de los desafíos que enfrentamos, de los ataques a la prensa, al Congreso, a las cortes, por parte del presidente Petro. Él escuchaba, con atención, con respeto, sin juzgar, pero sin callar, y en su silencio había más profundidad que en muchos discursos.
Ese encuentro me recordó una verdad esencial: el poder, sin amor, es solo vanidad. Y la política, sin propósito, es solo escenario.
El papa Francisco habló de sus cuatro principios para construir un mundo más justo, que dejó escritos en su exhortación Evangelii Gaudium y qué necesario es recordarlos, justo ahora, cuando Colombia parece olvidar lo que significa el bien común.
- El tiempo es más importante que el espacio.
No se trata de llegar primero, sino de sembrar procesos que duren, aunque nadie aplauda.
- La unidad está por encima del conflicto.
En un país fracturado, reconciliar no es ceder: es resistir desde el respeto.
- La realidad pesa más que las ideas.
Nos pidió no alejarnos de la gente. Ni de su hambre, ni de su esperanza. El liderazgo no nace en discursos, sino en la calle.
- El todo vale más que la parte.
El bien común no borra las diferencias: las abraza. Porque nadie debería quedarse por fuera.
Francisco ya no está, pero su legado no se va. Nos deja una pregunta urgente, que va más allá de credos, partidos o ideologías: ¿Estamos sirviendo o solo figurando?, ¿estamos construyendo país o solo atacando al que piensa distinto?
Gracias, Francisco, por recordarnos que la política puede tener alma y que hacer las cosas bien todavía importa.