Opinión
Un drama eterno o una oportunidad
Debemos pensar menos en el conservacionismo y encausar los proyectos que pueden llevarnos a mayor pragmatismo y desarrollo de un sector en el que Colombia es líder regional.
El caso del hospital San Juan de Dios está camino de convertirse en un símbolo más de la incongruencia de la izquierda colombiana y de las limitaciones que los colombianos, a fuerza de golpes, le hemos descubierto: cuando la ideología empuja la acción, no hay gestión efectiva posible.
El San Juan de Dios es un símbolo muy importante de la medicina en nuestro país. Tiene una historia que muy pocas organizaciones pueden acreditar en Colombia. Muchos de los avances de nuestra medicina transcurrieron en sus instalaciones. Cientos de médicos y enfermeros fueron formados allí. Miles de colombianos recuperaron su bienestar en esa casa de salud.
Pero la institución murió en los albores del siglo veintiuno por la dificultad para adaptarse al entorno cambiante de una Ley 100 que transformó —para siempre— las condiciones de la salud en nuestro país. Dejaron de existir los pacientes ‘de caridad’ y la beneficencia fue reemplazada por un modelo de financiamiento donde las organizaciones tubieron de adaptarse a comprar y vender servicios. Fueron tiempos complejos, pero cientos de hospitales públicos lograron salir adelante a lo largo de toda la geografía del país.
El San Juan de Dios tuvo la mala fortuna de estar en las manos de algunos de los grupos más reaccionarios y ajenos a los cambios de la salud. Tremenda incongruencia, cuando podía haber sido protagonista en una reforma que propició el acceso equitativo —casi igualitario— a los servicios de salud. Pero pudo más el sesgado escrúpulo frente a las EPS y todo lo que ellas representaban. Así las cosas, este emblemático hospital de la capital sucumbió sin hacer parte del sistema y quedó en coma frente a las reivindicaciones históricas de la izquierda.
Hoy, la facultad de Medicina de la Universidad Nacional tiene su propio hospital universitario —antigua clínica Santa Rosa—, que algunos profesores pragmáticos —con renovado empuje— han sacado adelante y transformado en un centro de formación y docencia médica.
Sin embargo, es un símbolo para la izquierda y de sus sucesivas administraciones que ha tenido la ciudad, manteniendo vivo el proceso, pero sin lograr poner a funcionar la entidad. En particular, su ya viejo y disfuncional edificio central. Es motivo de discordia frente a una demolición que permita la construcción de cualquier nuevo proyecto, preservando los otros 17 edificios de innegable valor histórico y que se encuentran en conservación arquitectónica.
El problema del San Juan de Dios es que se ha dejado de hacer la pregunta sobre qué realmente puede aportarle a la oferta de servicios de la ciudad. ¿Se requiere un proyecto hospitalario de gran envergadura en Bogotá? Las sucesivas administraciones de la ciudad encapsularon la dificultad en los hilos de los conceptos arquitectónicos, además de los líos jurídicos. No quisieron revisar el cadáver. Mientras tanto, se dedicaron a construir nuevos hospitales públicos que hoy apenas entran en funcionamiento, como es el caso de Usme y Bosa, que plantean un modelo descentralizado más cercano a las residencias de los usuarios. Esas administraciones tampoco se preguntaron de dónde iban a surgir los recursos humanos especializados ni el capital de trabajo para operar esas estructuras públicas. Mientras tanto, las instituciones privadas también han expandido sus servicios de manera sustancial.
Llevar a una institución emblemática a prestar servicios —no solamente implica construirlo, sino asegurar los recursos para su funcionamiento— implica tener claro que existirá la demanda de servicios suficiente para que pueda cumplir adecuadamente su función. Ninguno de estos aspectos hoy es claro, y es alto el riesgo de invertir billones de pesos en un símbolo que podrá alimentar el ego de algunos ideólogos, satisfacer a algunos historiadores y cumplir las sentencias de los tribunales, pero que se transformará en un tremendo problema para la capital.
Es claro que Colombia hoy necesita avanzar más en investigación médica que en la red de prestación de servicios especializados. El complejo de San Juan de Dios podría ser el espacio central para el avance de la investigación y transformarse en nuestro NIH —como los famosos centros de investigación de los Estados Unidos—. Obviamente, a menor escala, pero abriendo espacio a la competencia en investigación médica en la que se han embarcado países como Brasil y Argentina. Sin embargo, ello implicaría que el Gobierno nacional cambie completamente sus políticas de apoyo a la investigación, la cual ha hecho retroceder de manera sustancial.
Debemos pensar menos en el conservacionismo y encausar los proyectos que pueden llevarnos a un mayor pragmatismo y desarrollo de un sector en el que Colombia es líder regional. La reconstrucción del San Juan de Dios puede transformarse desde una costosa carga a futuro para el Estado y nuestros impuestos, en una oportunidad estratégica para la nación. Sin embargo, el Gobierno nacional pareciese querer llevar el proyecto a los despeñaderos de los pleitos y tribunales internacionales, prolongando la agonía.