
Opinión
Testigo de plastilina
Jeremías Bentham afirmaba que “los testigos son los ojos y los oídos de la justicia”.
Decía Julio Arboleda que “en esta Nación valiente y orgullosa, tan fácil es pasar del destierro al solio, como del solio a la barra [acusatoria] del Senado”, a sabiendas de que la politización de la justicia lleva inevitablemente al colapso institucional y a la ruptura de cualquier acuerdo constitucional o fundamental que rija la sociedad. Empiezo esta columna con esa frase porque realmente representa una paradoja del Estado de derecho el que un exguerrillero —desmovilizado, se le reconoce— sea presidente de la República, y que el más férreo defensor de la legalidad de este siglo se encuentre a escasos días de conocer si será condenado en primera instancia o absuelto en un proceso penal.
No sería más que el resultado del azar político si las inconsistencias presentadas en el juicio del expresidente Álvaro Uribe no pusiesen en entredicho la idoneidad y legalidad del material probatorio y, sobre todo, de quien ha sido denominado por la prensa como el “testigo estrella” contra el expresidente, el señor Juan Guillermo Monsalve. Es imperativo que las nuevas generaciones se aproximen a ese juicio con objetividad, sin las pasiones políticas que afectan todos los rincones ideológicos en nuestra nación, y más importante aún que los jóvenes estudiantes de Derecho —como yo— vean en la práctica lo maleable que puede llegar a ser la justicia en determinados momentos.
De entrada, debo aclarar que en mi conciencia no reposa ningún interés directo en el desenvolvimiento de ese proceso, pues ni soy familiar de los involucrados ni he trabajado con cualquiera de ellos a lo largo de mi todavía corta vida profesional. Es justamente esa distancia la que me permite lanzar una voz crítica al trato que se le ha dado a Juan Guillermo Monsalve, quien a lo largo de los años ha demostrado no ser más que un testigo adecuado milimétricamente a los deseos de las ‘víctimas’ en el proceso penal.
Hemos ya escuchado a los más fervientes seguidores (políticos, evidentemente) del senador Iván Cepeda repetir que Diego Cadena habría hecho ofrecimientos en dinero a Monsalve, ¡y que eso era prueba irrefutable de la conducta del expresidente Uribe! Ahora, ¿dónde estuvieron cuando el padre de su “testigo estrella” reconoció que fue “por orden de don Iván” que a él y su familia le giraron COP 1.200.000 mensuales durante varios meses? Es francamente desgarrador escuchar el contrainterrogatorio a Óscar Monsalve Correa, porque da cuenta de cómo se sintió utilizado por don Iván y sus falsas promesas de enviarlo a él y a sus hijos como refugiados a otro país. Curiosamente, y más allá de la bajeza que representa la utilización política de un padre y sus hijos, el papá de Monsalve hace añicos cualquier suposición de que el expresidente Uribe hubiera apoyado a los paramilitares desde Guacharacas, como sostienen Monsalve y Cepeda.
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La credibilidad de Monsalve no solo es puesta en duda por su propio padre, sino por la excéntrica vida que llevaba en las casas fiscales de La Picota, y que la Revista Semana reveló en su edición no. 2030. No podemos olvidar cuando las mismas autoridades del Estado registraron su celda y dispositivos electrónicos, encontrando fotos en donde quedaba registrado el gusto de Monsalve por el licor fino que —se supone— ningún preso puede ingresar. O que en los registros transaccionales encontraron millonarias consignaciones registradas con nombres tan diversos como “Pago guardianes trago” o “Pago visita Geidy”, entre otros. ¿Sobornaba dragoneantes cuando estaba preso? ¿Quién es Geidy? Esas son preguntas cuya respuesta es aún desconocida por la opinión pública, pero que corresponden invariablemente a un trato favorable por parte de las autoridades carcelarias. ¿O es que el exparamilitar el Canoso no mencionó en su interrogatorio, que entre los reclusos se rumoraba que “Iván Cepeda era el padrino de Monsalve”?
Está también el predio La Veranera, finca de alrededor de quinientos millones de pesos que estaba a nombre de familiares de Monsalve hasta que la Fiscalía General de la Nación procedió con la extinción de dominio en el 2020. O la aparente operación de minería industrial que Monsalve dirigía en La María, desde su rincón carcelario. O la dudosa negativa de don Iván de aportar, completos, sus chats con Monsalve, asegurando que el celular se le había caído y que ello había propiciado un daño a la memoria del mismo. O los nexos que inteligencia militar identificó hace dos décadas entre Deyanira Gómez Sarmiento, expareja de Monsalve, con el Frente 21 de las Farc. En fin, una ingente cantidad de circunstancias que actúan como fuente inagotable de dudas alrededor de la precisión, claridad y coherencia del relato, y sobre todo en torno al interés que pueda tener Monsalve en el resultado del proceso.
Jeremías Bentham afirmaba que “los testigos son los ojos y los oídos de la justicia”, pero en este caso se erige como requisito necesario que la Jueza evalúe tantas circunstancias de oscuridad y dudas a la hora de dictar sentencia. Juan Guillermo Monsalve, durante todo el proceso, se ha constituido como un testigo de plastilina, uno melifluo y fácilmente moldeable que es contradicho por sus propios familiares. En nombre del imperio de la ley y del orden constitucional, resulta necesario que se aclaren estas graves inconsistencias en la credibilidad del testigo, porque si no se hace se abrirá una caja de pandora que, como país, creímos cerrada, y era la de aniquilar judicialmente a los expresidentes.
Confiemos en que nuestro instinto de supervivencia democrática nos impedirá cavar la tumba de la autonomía judicial y del ordenamiento constitucional que tan difícil ha sido consolidar. Deben prevalecer la verdad y la Constitución por encima de la persecución política.