Alejandro Cheyne

Opinión

Supersónicos: entre el optimismo y la incredulidad

Si bien la tecnología, aplicada con serenidad y una estrategia de planificación a largo plazo, puede resolver variedad de problemas, la falta de ética, la deslealtad y la lucha por el poder pueden socavar la visión de futuro de cualquier organización.

Alejandro Cheyne
13 de julio de 2024

En nuestra infancia, “Los supersónicos” nos cautivaron con su visión futurista del año 2062. La capacidad de imaginación extraordinaria de la serie animada, emitida por primera vez en 1962, nos presentó un mundo lleno de avances tecnológicos: carros voladores, viviendas flotantes en el espacio totalmente automatizadas, robots como asistentes del hogar, dispositivos de comunicación con videollamadas, cintas transportadoras e incluso pantallas planas y táctiles. Estos inventos nos mostraban una visión optimista del bienestar para las familias gracias a los avances tecnológicos.

La serie de 24 episodios originales salió al aire precisamente cuando se desarrollaba la carrera espacial entre las superpotencias tras la Segunda Guerra Mundial, periodo en el que Alemania utilizó los cohetes V2. En 1957, el lanzamiento del Sputnik I marcó el inicio de la era de los satélites artificiales y fue seguido por eventos significativos como el envío de Laika al espacio y el histórico vuelo de Yuri Gagarin, el primer ser humano en orbitar la Tierra, que dieron una victoria temporal a la Unión Soviética.

Por su parte, Estados Unidos también demostraba su poderío con el satélite SCORE, que transmitió el mensaje navideño de Eisenhower, así como con la misión del chimpancé Ham y la hazaña del astronauta Alan Shepard. El objetivo planteado por el presidente John F. Kennedy de llevar un hombre a la Luna evidenciaba la ambición de alcanzar grandes logros espaciales.

La inminente conquista del espacio, que capturó la atención del público en la década de 1960, se vio claramente reflejada en “Los supersónicos” con su estilo de vida futurista, viajes interplanetarios y vacaciones espaciales. Pero tal vez lo más destacado de la serie de William Hanna y Joseph Barbera fue su capacidad para imaginar la vida cotidiana de una familia de clase media norteamericana en el futuro. El supersónico George, un amable y distraído padre, representa al trabajador promedio que, junto a su familia, disfruta de las innovaciones tecnológicas. La serie aborda con humor las tareas diarias, como afeitarse o peinarse, pero también los desafíos humanos que la tecnología aún no puede resolver, como las relaciones laborales con su jefe, el Señor Júpiter, las dificultades en la comunicación interpersonal o el comportamiento desleal de Cogswell, quien buscaba apropiarse indebidamente de las ideas y proyectos.

Hoy en día se enfrentan desafíos similares. Si bien la tecnología, aplicada con serenidad y una estrategia de planificación a largo plazo, puede resolver variedad de problemas, la falta de ética, la deslealtad y la lucha por el poder pueden socavar la visión de futuro de cualquier organización, algo que ni los supersónicos del 2062 podrían evitar.

Varias de las visionarias invenciones de “Los supersónicos” ya son una realidad o están en proceso de desarrollo. El avance de los vehículos autónomos de Tesla nos acerca al sueño de los autos voladores, proyectos urbanísticos como The Line en Arabia Saudita y Silk City en Kuwait nos muestran que las ciudades sostenibles son posibles, y edificios como los de Pudong en Shanghái no dejan de asombrarnos. Soñamos también con espacios educativos innovadores que, a pesar de la incredulidad de sus detractores temporales, se han convertido en pilares y referentes de desarrollo social, como el Pulse (energy-neutral education building) en la Universidad Tecnológica de Delft, el MIT Media Lab, la obra del arquitecto japonés Tadao Ando en la Universidad de Monterrey o el campus inteligente (“laboratorio viviente”) que construye la Universidad de Birmingham.

¿Cómo sería una nueva temporada o una adaptación cinematográfica de “Los supersónicos”? Sin duda, debería abordar desafíos contemporáneos como los avances en inteligencia artificial, los cambios demográficos globales, el deterioro ambiental, la búsqueda de equidad de género, la lucha contra la desigualdad social y, lamentablemente, la persistente violencia y las guerras en diferentes regiones del mundo.

Los supersónicos nos han dejado un importante mensaje pedagógico, invitándonos a imaginar cómo será nuestra sociedad en las próximas décadas e impulsándonos a emprender proyectos futuristas. No permitamos que el escepticismo o los intereses personales opaquen los sueños visionarios.