Camilo Noguera Pardo Columna Semana

Opinión

Sin Dios y sin verdad: El ocaso de las universidades de “élite”

Las universidades, en un momento de su historia y por culpa de no sé quién, echaron a Dios de su seno.

Camilo Noguera Pardo
4 de junio de 2025

Universidades anglosajonas y europeas representaron, por mucho tiempo, sinónimos de prestigio. La famosa Ivy League —Yale, Dartmouth, Harvard, Brown, Princeton, Pensilvania, Cornell, Stanford y Columbia—, así como MIT, Chicago, Toronto, Salamanca, Bolonia y, por supuesto, Oxford y Cambridge, y el divino Trinity College de Dublín, entre otras instituciones selectas, significaron para miles de personas un destino formativo ideal.

Durante años, ser admitido en una de esas universidades conllevaba acceder a un universo de beneficios indiscutibles. La prueba reina de ese repertorio de excelencias fueron sus egresados, con su natural civilidad, alta cultura y sentido común. Por eso, toparse y conversar con alguno de ellos era un encuentro de afortunada lucidez y una ocasión para disfrutar de inteligente conversación y buenas maneras, especialmente si su campo de estudio eran las humanidades, las artes y las ciencias sociales.

Sin embargo, de eso queda muy poco. Ni las universidades de élite ni sus graduados y estudiantes son lo que fueron. De hecho, son todo lo contrario, salvo contadas excepciones. Conocer a algún egresado o profesor de las “mejores” universidades parece ser una garantía para estrellarse con algún tecnócrata ideologizado y furibundo activista, que solamente sabe navegar los códigos culturales de la globalización progresista, pero es incapaz de distinguir el bien del mal, lo verdadero de lo falso, y lo bello de lo feo.

En síntesis, las universidades se dedicaron a fabricar un nuevo tipo de humano que recita el siguiente credo: Ante la tradición, revolución; ante la verdad, artificio; ante el orden, caos; ante la filosofía, ideología; ante la ciencia, opinión; ante la contemplación, utilidad; ante la erudición, especialización; ante la cultura, técnica; ante la ley natural, leyes positivas; ante la verdad, posverdad; ante la libertad, autonomía; ante la feminidad, feminismo; ante la biología, teorías de género; ante la gramática, lenguaje inclusivo; ante el mérito, diversidad; ante la justicia, equidad; ante la distinción, inclusión; ante la jerarquización, igualitarismo; ante la religión, espiritismo; ante el tomismo, marxismo; y ante lo cristiano, lo pagano.

Pero ¿por qué? Bueno, la razón esencial de la decadencia universitaria la encontré releyendo la obra, siempre magnífica, de Leonardo Castellani, el doctor cum licentia ubique docendi, sacerdote católico y excelentísimo profesor de filosofía y teología. Y aunque el escrito de Castellani se refería a la universidad en Argentina, su pensamiento me resultó tan lúcido y tan completo, que lo acogí como diagnóstico para explicar el ocaso de las universidades todas, sin distinción alguna: Las universidades, en un momento de su historia y por culpa de no sé quién, echaron a Dios de su seno; y lo que les pasa ahora es muy sencillo: no tienen a Dios. Y sin Dios el hombre puede hacer muy pocas cosas divinas.

Esta exclusión de lo divino —que implica una reconfiguración del horizonte cultural de la universidad— ha tenido consecuencias radicales en la educación, y en los educandos: la fragmentación del saber, la instrumentalización de la educación, la relativización de la verdad, una creciente disociación entre conocimiento y sabiduría moral, pero también una masiva deformación de las conciencias y perversión de la sensibilidad.

Hace poco, los jóvenes aún conocían los valores surgidos de la civilización cristiana. En buena medida, los aprendían en la universidad. Hoy esos valores, como escribe Robert Sarah, son rechazados y combatidos, porque se consideran inapropiados y vetustos. Lo curioso es que este combate ha sido liderado desde las universidades que, sin Dios y sin verdad, se transformaron en catedrales de nihilismo, y de un secularismo que, con el tiempo, degeneró en ateísmo práctico y militancia anticristiana.

Por todo lo anterior, cuando algún amigo o conocido me dice que hará un esfuerzo económico colosal para enviar a sus hijos a cualquiera de las universidades que antaño fueron moradas de la cultura grecorromana y la tradición cristiana, y hoy lo son del wokismo, el marxismo cultural, el relativismo moral y el nihilismo, les aconsejo que desistan de esa idea cuanto antes.

Realmente, no tiene sentido pagar cientos de miles de dólares o de euros para que padres de familia entreguen jóvenes sanos, curiosos y, en algunos casos, hasta piadosos, para que, años después, recojan individuos con una miseria moral y espiritual inmensas, cuyo ruido termina por aturdirles el alma, desasosegarles la vida, extremarles la tristeza y resentirles la afectividad, pues lejos de la verdad, la persona se sumerge en el lodo de sus apetitos, y en nada más.

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