Opinión
Si no fue la minga, ¿entonces quién? 2.0
La Universidad Nacional hoy parece más un cambuche que una institución académica. Mientras la minga se impone con machete en mano, sus directivas son permisivas y los estudiantes pagan el precio del desorden. ¿Habrá minga pa´rato?
Las intimidantes prácticas que hoy Colombia observa por parte de la minga indígena no son novedad. En octubre del año pasado, en esta misma columna, cuestioné el papel de la minga en episodios de violencia y desorden, como la entrada forzosa al edificio de SEMANA. Hoy, los hechos en la Universidad Nacional reavivan esa doble moral en la que los derechos que dicen representar se ven seriamente afectados en nombre de una supuesta resistencia.
En el marco de las movilizaciones del 1 de mayo a favor de la consulta popular del Gobierno, la minga instaló su campamento de más de 15.000 indígenas en el campus de la Universidad Nacional. Ahora, con las manos amarradas por su permisividad, las directivas alegan no haber tenido conocimiento de la totalidad de personas que iban a entrar a las instalaciones. Miles de estudiantes y profesores ya se ven afectados.
Ahora bien, a diferencia de lo enfatizado desde el Gobierno, no es que los indígenas en sí sean un obstáculo al conocimiento, a pesar de la forzosa ocupación de más de 14 edificios clave. Lo preocupante es la utilización del machete como herramienta de amenaza y no de trabajo. Varios testigos denunciaron cómo los indígenas, con un tono agresivo y uno que otro borracho, bloqueaban el ingreso a ciertos edificios con machete y bastón de mando en mano. ¿Acaso no es suficiente para pedir que se restablezca el orden? Al ser un espacio público, la Universidad Nacional no debería tener ningún tipo de control que su autonomía no dictamine, menos cuando el argumento es ilegítimo y, nuevamente, forzoso.
Por el miedo a no ser políticamente correctos, en Colombia hemos estado romantizando a la minga como si toda acción en su nombre fuera indiscutible y automáticamente revestida de justicia social. Pero no todo lo que se construya con la narrativa de causa popular es automáticamente apreciable. El control del campus, el deterioro de la infraestructura al estilo Parque Nacional, el impedimento a dar y recibir clases con tranquilidad y el miedo que sienten muchos miembros de la comunidad universitaria por su seguridad no pueden minimizarse por la supuesta resistencia de los pueblos o, como dice un grupo al que no dejo de observar con preocupación, alcanzar “el mandato de mandatos”.
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Y este no es, como algunos podrían salir a decir, un intento de estigmatización a los pueblos indígenas. Es una advertencia a la doble moral de aquellos que profesan defender la autonomía y las necesidades desatendidas, mientras se apropian de un territorio que no les pertenece. Dicen respetar la diversidad mientras imponen una agenda que se aleja de lo que busca la mayoría de los miembros de una universidad que hoy parece ser rehén de la voluntad de la minga.
Hoy, como si fuera un cambuche, la Universidad Nacional está forzosamente ocupada. La minga protesta por promesas incumplidas del Gobierno, pero al mismo tiempo, a través del Cric, una de sus siete organizaciones, reciben contratos de ese mismo Gobierno al que saldrá a respaldar en las calles este 1 de mayo.
Por lo tanto, estamos ante un marco estratégico de caos y desorden que alimenta un campo bélico de narrativas de resistencia. Los discursos de doble moral se disfrazan de diálogo e inclusión para mantener oculta la complicidad de haber entregado las llaves de la universidad a la deriva de quien la maltrata e instrumentaliza.
Si no fue la minga, ¿entonces quién? Esto tiene que cambiar.